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Benedicto XVI: haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago

Lo que han hecho a la perfección es aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Eso lo han bordado. Y ese, el que se atreve a dar lecciones de moral, es el responsable del daño que los curas proporcionaron a las víctimas de abusos sexuales, la mayoría niños pequeños, por acallar y ocultar unos hechos tan abominables. Es ahora cuando hay que dar un paso al frente y hacer efectiva la aconfesionalidad del Estado.

Y el día llegó y el Papa apareció.

Densa niebla en Galicia a su llegada, hasta el cielo decidió correr un tupido velo ante la visita de tan ilustre enlace entre lo terrenal y celestial.

Y viene a reevangelizarnos ante el flagrante laicismo agresivo provocado por Zapatero y la Segunda República.

Atónita. He de reconocer que me he quedado anonadada ante tales afirmaciones.

Los jerarcas de la Multinacional Iglesia Católica S.A. no se han dado cuenta de que la fe en Dios y las creencias no ha cambiado. El que creía en Dios, sigue creyendo, o no, pero es una opción personal e intransferible que nace y se mantiene en el interior del individuo. Y la fe merece todos los respetos, como se lo merecen todos los individuos que la profesen.

Lo que se ha perdido es la fe ciega en la Iglesia, y ésta pérdida no tiene más culpable que la propia institución. La fe ciega en los enviados de Dios se cercena con la misma rapidez que ellos se saltan sus propias normas morales.

Es curioso, critican hasta la saciedad el aborto, el matrimonio, civil, de los homosexuales o el reparto de condones, pero el hecho de que haya abusos a menores lo consideran como algo de poca entidad que puede ser silenciado o escondido bajo una alfombra hasta que el hedor se pase.

Y las explicaciones a los abusos han sido de los más variopintas: ha sido culpa de la secularización de la sociedad (que digo yo que no afectará a la Iglesia, pero me puedo equivocar), de los menores, que van por la vida provocando, o del cambio climático, vaya usted a saber.

No, señores, no. La culpa la tiene ustedes que han configurado el conjunto de fieles merecedores de pertenecer a la empresa de la misma manera que otros decidieron cuáles eran las mejores y las más puras de las razas.

Acostumbrados al servilismo borreguil proporcionado en los tiempos en los que la libertad de expresión brillaba por su ausencia, cuesta adaptarse a los tiempos en los que la gente ya no piensa en manada (salvo excepciones) sino de manera individual y de acorde a lo que ve y siente. Es lo que tiene haber pertenecido a las juventudes nazis y haberse fotografiado con esa alegría que otorga el convencimiento en la causa.

Lo que me queda claro es que el día que le llegue el Juicio Final a Ratzinger, necesitará de muy buena defensa, la mejor que se pueda permitir.

No tiene ninguna lógica considerar que Dios multiplicó los panes y los peces para dárselos a los hambrientos y ver cómo la Iglesia lo único que multiplica son sus beneficios a costa de los pobres, y de los que no lo son tanto pero que purgan sus pecados terrenales a base de cheques penitentes.

Tampoco tiene explicación que Dios dijera “amaos los unos a los otros como yo os he amado” y la Iglesia entienda que es amor sólo heterosexual y con intención de procrear. Se ve que Rouco Varela tuvo una conversación de ultratumba con Dios en la cual éste le informó que los homosexuales no deben amarse entre ellos. A lo sumo curarse de su “patología” y casarse para procrear. De locos.

Eso, sí, lo que han hecho a la perfección es aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Eso lo han bordado. Y ese, el que se atreve a dar lecciones de moral, es el responsable del daño que los curas proporcionaron a las víctimas de abusos sexuales, la mayoría niños pequeños, por acallar y ocultar unos hechos tan abominables.

Es ahora cuando hay que dar un paso al frente y hacer efectiva la aconfesionalidad del Estado. Un estado que vele por la igualdad de los derechos de sus ciudadanos no se puede permitir el lujo de acatar mandamientos y principios que lo único que buscan es el menoscabo de los derechos de determinados sectores de la sociedad. Y sobre todo, un Estado que aborda un momento de crisis como la que vivimos, no puede hacer dispendios de este calibre para recibir a un señor que lo único que busca es que su multinacional siga cotizando muy alto en la Bolsa para que los beneficios sean aún mayores.

Cuánto mejor hubiera sido utilizar el dinero que nos cuesta la presencia de este señor en España en paliar las necesidades de los que peor lo pasan.

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