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¿Los de ahora no?
Buceando en el proceloso océano de internet, es posible encontrar centenares de páginas y blogs que tratan sobre reliquias de bienaventurados cristianos. En cuanto a Santa Apolonia, en un alarde de ingenio y gracejo, repiten que todos los humanos tenemos treinta y dos piezas dentales excepto la mártir de Alejandría, que tuvo más de quinientas. Esa sería la cifra de dientes y muelas inventariadas, solo en Francia, procedentes de su virtuosa y formidable boca.
El desprecio por la mitología cristiana de origen medieval (insisto, medieval, de los siglos V a XIV) suele usar como argumento todo ese asunto de la invención de hagiografías, la falsificación y mercadeo de reliquias y el muy divertido (que lo es) inventario de disparatados objetos que por ahí se veneran por haber pertenecido al cuerpo o al neceser de santos diversos o del mismísimo Dios. Entre las reliquias más fascinantes que todos citan (copy and paste) está el sexo de Santa Gudula, dos penes de San Bartolomé (¡vaya tío!), unestornudo del Espíritu Santo (el divino aliento permanece encerrado en un botellín), los pechos de Santa Águeda, un cuernecillo fosforescente de los que le salieron a Moisés cuando recibió las Tablas de la Ley, el cráneo de Juan Bautista cuando era bebé (debe de haber otro de cuando era mayor y Herodes Antipas mandó degollarlo), plumas de un ala de San Miguel Arcángel, una docena de prepucios del circuncidado Niño Jesús, un chorrito de leche de la Santísima Virgen, treinta y tantos clavos y varias toneladas de madera de la Cruz de Cristo … y decenas de millares más de recuerdos prodigiosos.
Muchas veces la iglesia quiso meter mano en este asunto que tanto la desprestigia, pero no sé si siempre tuvo el valor necesario. En España por ejemplo, en el siglo XVI, su católica majestad don Felipe II encargó a Ambrosio de Morales un viaje por todos los monasterios, catedrales e iglesias de los Reinos de León y Galicia para reconocer panteones reales, libros y reliquias y catalogar todo lo que fuera sospechoso de falsificación. Por aquí cerca, en el monasterio de Carracedo, encontró el peine con el que María Magdalena atusaba su espectacular cabellera 1.500 años antes. Se supone que Don Ambrosio no habrá podido contener la risa pero en su Viage Santo se refiere a ello con toda discreción.
Como se ve, de Monsieur de Plancy proviene el actual copy and paste relicario.
Colosal tuvo que ser la boca de Santa Apolonia para albergar 500 muelas. Seguramente tan grande como las tragaderas que los ciudadanos tenemos hoy día.
Siete años después de largarse a Bruselas, Monsieur de Plancy regresó a París habiendo recuperado súbitamente la verdadera fé. (La católica, naturellement). Volvió con tal fervor religioso (un fervor de mil demonios) que en adelante completó una extensa obra literaria: Leyendas sobre la Santísima Virgen, sobreLos Sacramentos, sobreLas Cruzadas, sobreEl Antiguo Testamento, sobreEl Otro Mundo, sobreLos Pecados Capitales y muchísimo más.