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B16 abarrota Madrid con un show neoconservador

El papa Benedicto XVI fue el protagonista absoluto de un multitudinario acto celebrado dentro de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que mezcló celebración religiosa y estructura de macroconcierto. Ante cientos de miles de personas entregadas, el Pontífice cargó contra aborto, eutanasia y quienes no comparten sus creencias.

Benedicto XVI aterrizó ayer en Madrid «like a Rolling Stone». A bordo de su papamóvil, y aclamado por una multitud como si se tratase de una estrella de rock. Desde su desembarco en Bajaras a las 12.0, el Sumo Pontífice fue el protagonista absoluto del día en la Jornada Mundial de la Juventud, un acto con cariz religioso pero que comparte características de macroconcierto: escenario central en Cibeles, pantallas gigantes a lo largo de la Castellana y zona alternativa (con puestos y, en este caso confesionarios) en el parque del Retiro. Y, como cabeza de cartel, el Papa, rebautizado (en serio) como #B16 por los tuiteros. Ratzinger aprovechó su primer baño de masas para insistir en su mensaje conservador de rechazo al aborto y a la eutanasia y de crítica a quienes no comparten sus creencias. Esta última parte del discurso fue probablemente la más importante. Porque la mayor parte del día tuvo más de show de exaltación de pertenencia al grupo que de consigna religiosa. Aunque el cabeza visible del Vaticano ya había instado a los jóvenes a «no avergonzarse del Señor» y mostrar «abiertamente» su fe nada más poner un pie en Madrid.

Cabría pensar que los cánticos religiosos iban a ser predominantes en un acto de esta naturaleza. Pero no fue así. El clásico «Benedicto», acompañado de palmas, un elaborado «este papa sí que mola, se merece una ola» o un onomatopéyico «pa-pa-ra-pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa» (música de la canción discotequera Rap das armas de Cidnho & Doca) eran los más aclamados. Pocas menciones a los misterios de la Trinidad y mucha adhesión personal a un Pontífice que va ganando adeptos.

Al margen de los eslóganes benedictinos, vivas patrióticos que podrían sonar del mismo modo en las Jornadas de la Juventud que en un mundial de fútbol, con una especial insistencia de italianos, norteamericanos y (como no) españoles, que reconstruyeron su tradicional arenga antiabertzale para mostrar su convencimiento de que «no nos engañan, el papa es de España». Obviamente, el arsenal de cánticos procedía del grueso de la convocatoria, postadolescentes que no superaban los 18 años. Junto a ellos, sacerdotes y religiosas, que ocuparon un discreto segundo lugar. Curiosamente, el cartel más repetido, probablemente por internacional, era el que rezaba: «free hungs». Para los no anglófonos, no se trata de ningún guerrillero católico de quien se exigía la liberación, sino la forma en la que la lengua de Shakespeare ofrece «abrazos gratis». Como indicaba Rebeca, feligresa de 17 años de una parroquia de Lugo, «los cristianos también nos acercamos, y éste es un método divertido para ello».

Nuevo elemento de macroconcierto: largas colas madrugadoras a pesar de que el acto central del Pontífice no comenzaba hasta las 19.00. Con diez horas de antelación, Bernardo Ramírez, un sacerdote salesiano de procedente de Venezuela, se hacía fuerte con sus 30 alumnos en primera fila, frente a la puerta de Alcalá. «Llevamos aquí desde las 9, pero merece la pena para estar el primero». Como en las grandes citas musicales, buena parte del público sacrificó su bienestar para tener un puesto privilegiado. Para el mediodía, los alrededores de Cibeles eran ya impracticables. Y eso, teniendo en cuenta los 40 grados que castigaban las cabezas de los peregrinos. De este modo, banderas gigantes y paraguas se convirtieron en improvisados toldos de los feligreses más madrugadores. Éstos, con un buen sitio ya logrado, dejaron pasar la jornada dormitando hasta que, a las 19.00, se desató la locura con el trayecto en papamóvil de Benedicto. Una hora más tarde, tras una breve parada en la Puerta de Alcalá, Ratzinger tomó Cibeles. Siempre acompañado por un terriblemente sonriente Rouco Varela.

Los ecos de la protesta del miércoles, que terminó con 8 detenidos y 11 heridos tras una carga policial en Sol, también llegaron a la juventud del Papa. «¿Qué ocurrió ayer? Ah, si, que intentaron matar a un sacerdote», respondía Antonia de Miollis, francesa de 18 años, interrogada sobre su opinión acerca de las protestas. Al parecer, el teléfono roto terminó destrozado entre los peregrinos. «No estamos asustados. También Jesús fue perseguido», declaraba Nancy D´Souza, monitora de una parroquia en Calgari (Alberta, Canadá). Paradójicamente, quienes esa misma tarde fueron rodeados por la Policía e increpados por algunos de los asistentes fueron 50 miembros del colectivo Transmaricabollo que habían convocado una besada al paso de Ratzinger. Una protesta que ya tuvo lugar durante la última visita del Pontífice a Barcelona pero que, sin embargo, ayer se encontró con unas condiciones adversas. A la fuerte presencia policial (había puestos de control en cada paralela durante el recorrido) se le sumaba el rechazo de los congregados. Probablemente, el mismo grupo de seguidores de B16 que malinterpretó el mensaje lanzado por el Papa sobre que sus rezos tuviesen «eco en el corazón de los que no creen o los que se han alejado de la Iglesia». Un grupo de peregrinos procedentes del Estado español trató de irrumpir en una plaza cercada por dotaciones de la Policía española al grito de «Viva Cristo Rey» aunque no se registraron incidentes.

Desde ayer y el domingo, Madrid estará tomada por este Gazte Topagune católico que, por el momento, ha generado fuertes divisiones en la capital del Estado español.

La mochila del peregrino: un salvoconducto divino que permite hasta evitar los golpes durante una carga

«He recibido un golpe por la espalda. He seguido andando y me han dado en la cabeza. He perdido el conocimiento unos segundos y he logrado marcharme». Así se expresaba una joven madrileña el pasado miércoles, minutos después de las 23.00 horas. No fue la única. A.O. recogía ayer mismo su parte hospitalario. La joven recibió dos porrazos cuando pedía explicaciones sobre por qué los jóvenes ultracatólicos podían moverse sin problemas mientras que el resto de la ciudadanía tenía vetadas algunas calles. La carga del miércoles dejó un saldo de 11 heridos. Ninguno de ellos llevaba la mochila del peregrino. Un elemento que, tal y como denunciaban los asistentes a la marcha laicista, «permite que la Policía te proteja mientras que carga contra el resto de la gente». Lo cierto es que la bolsa, roja y amarilla y que incluye útiles elementos como un rosario y una Biblia, fue aprovechada como elemento identificativo: quien la portaba podía seguir adelante. El resto no podía atravesar el cordón policial. Ni siquiera los periodistas. Cuatro informadores fueron retenidos y amenazados por los agentes.

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