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Argentina: Francisco y sindicatos, asuntos separados

Este sábado 20 de octubre, con el lema Paz, Pan y Trabajo, varios sindicatos de la CGT y otros de la CTA peregrinaron a Luján, donde hicieron “una misa a la Virgen y una oración ecuménica”. Monseñor Radrizzani bendijo la acción sindical y llamó al diálogo. En medio de la crisis social y económica, en los inicios de un nuevo saqueo nacional, hablemos del pasado y presente de la alianza entre Iglesia y CGT.

1. Contra el agite rojinegro, círculos católicos de obreros (y espadas)

La primera cruzada de la Iglesia en estas tierras había sido contra los pueblos originarios. Los finales del siglo XIX trajeron, en todo el mundo, un nuevo desafío. El pujante capitalismo venía acompañado por una poderosa clase obrera, que abrazaba ideas anarquistas y socialistas, desconfiada de sotanas y homilías. Tras la fundación de la Segunda Internacional, el Vaticano publicaría Rerum Novarum (“De los cambios políticos”). Sería el primer esbozo de la doctrina social de la Iglesia: para seguir jugando su rol ideológico y social, había que aggiornarse. Pedía a los ricos “no considerar al hombre un esclavo”, y a los obreros, “no perjudicar al capital, ni asociarse con hombres malvados que les hagan concebir desmedidas esperanzas”.

En todo el mundo lanzaría los Círculos Católicos de Obreros. Un sindicalismo amarillo, dócil con los patrones y duro con “los rojos”, que no lograría superar la marginalidad. Su fundador en Argentina, el padre Grote, fue el organizador de la primera peregrinación a Luján.

Pero la cruz, como siempre, iría acompañada por la espada. Durante la Patagonia Rebelde, las parroquias reunirían a los terratenientes Braun Menéndez y los fusiladores de peones. Más tarde apoyarían la formación de la Liga Patriótica para atacar huelgas y dirigentes obreros.

2. Perón: de la doctrina social al “Cristo Vence”

El 6 de septiembre de 1930, las iglesias porteñas iluminaron sus fachadas para saludar el golpe militar de Uriburu. Con el nacionalismo católico en el poder la Iglesia retomaría su relación con el Estado. A cambio de darle legitimidad a la década infame, recibía privilegios y condenaba huelgas.

Ese camino continuaría con el golpe de 1943. En su primer gobierno, Perón se inspiraría en la Quadragesimus Annus de Pío XI, que actualiza la doctrina social de la Iglesia, para escribir La Comunidad Organizada. Allí diría que “la llamada lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación”.

Perón tenía un plan. Mientras daba algunas concesiones, imponía un modelo que subordinaba los sindicatos al Estado y las bases a las conducciones.

La Iglesia apoyaría esa idea. La Juventud Obrera Católica (JOC), lanzada en 1940, vería en el peronismo un aliado para lidiar contra las tradiciones combativas, como en las durísimas huelgas azucareras de 1949. El general cerraba la huelga otorgando un aumento pero interviniendo la FOTIA rebelde. Los obispos bendecirían esa decisión: “Ya no hay lugar a huelgas sin atentar contra el bien de la Patria”.

Pero la relación con el peronismo se iría desgastando en su segundo gobierno y las catedrales serían comités de la conspiración gorila de 1955.

A esa altura, parte de la misión había sido cumplida. Como informa el documento que le entregó la Conferencia Episcopal a la CGT, “hasta 1945, un 98 % de los dirigentes sindicales en este país eran ‘ateos’ y solo un 2 % católicos, y ninguno era casado por la Iglesia. A partir de 1945, los ‘ateos’ han bajado al 37 % y los católicos aumentado al 60 %, mientras ya un 76 % de ellos es casado por la Iglesia”.

Todo en masculino, obviamente. En el edificio de Azopardo hay tanto lugar para las mujeres como en los altares de la Catedral.

3. La cruz y los fusiles

Augusto Vandor y la jerarquía eclesiástica apoyarían el golpe de 1966. Pero Onganía sería acorralado por el ascenso obrero de 1969. Ante la radicalización de los trabajadores y la juventud en todo el mundo, el Vaticano vuelve a aggiornarse con el Concilio Vaticano II.

Mientras la CGT oficial de José Rucci se acercaba al nacionalismo católico, la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro se aliaba a los curas tercermundistas. Los “teólogos populares” retomaban, en 1975, la peregrinación a Luján con trabajadores y sobre todo jóvenes.

Pero ante el proceso revolucionario, obispos y cardenales no dudaron dónde ubicarse. En marzo de 1976, bendecían el genocidio contra toda una generación obrera. Durante años, bendecirían a secuestradores, torturadores y apropiadores de bebés. También entregarían a los curas que cuestionaban a Videla y compañía. No era solo fe: la dictadura decretó el financiamiento estatal a la Iglesia y al “sueldo” de toda la curia.

4. Plegarias para una transición ordenada

En 1979, con la dictadura cuestionada por los primeros paros generales, la Iglesia cambiaría su táctica. Siguiendo la encíclica Laborem Excercens (“Sobre el trabajo humano”), la Pastoral Social se reunía con dirigentes de la Comisión de los 25 para apoyar “el derecho a agremiación”. Junto a la CGT y los partidos tradicionales, los obispos conducirían la “transición democrática” pactada con los militares, ante el creciente repudio obrero y popular. La marcha sindical a San Cayetano, en noviembre de 1981, sería un hito de aquel proceso. Miles gritaban “se va a acabar / la dictadura militar”.

Fue en esos años que la Compañía de Jesús, en la que militaba Jorge Bergoglio, puso en pie el Centro de Formación Sindical (CeProSin). Buscaban formar “nuevos dirigentes sindicales”. Entre ellos se destacaría Saúl Ubaldini, que se preparaba como figura de recambio de un sindicalismo peronista desprestigiado tras haber gobernado junto a Isabel Perón.

5. Ubaldini: el legado de Walesa y Juan Pablo II

En 1987 Juan Pablo II visitaba Argentina. La CGT y el Episcopado organizaron un acto en el Mercado Central. Según informaba El País de España, “siendo la CGT la gran agrupación ‘no marxista’ de América Latina, con óptimas relaciones con la Iglesia, se puso mucha atención para que no hubiese infiltraciones rojas. Saúl Ubaldini pidió que los trabajadores llevasen solo banderas vaticanas y argentinas. Nada de pancartas ni protestas. Ubaldini es equiparado por la jerarquía argentina con Lech Walesa”.

Walesa fue el dirigente del sindicato Solidaridad de Polonia, que en 1981 desvió el proceso de oposición obrera al régimen estalinista hasta convertirlo en apoyo al proceso de restauración capitalista. Juan Pablo II predicaba para los popes sindicales el mismo objetivo: dirigentes capaces de contener al movimiento obrero. Por esos mismos años, Lula iniciaba su carrera política ligado a los teólogos “progresistas” del Nordeste de Brasil.

Juan Pablo diría esa tarde que el “asociacionismo laboral no puede ser identificado con la lucha de clases”. Es que se venían momentos más álgidos. La Iglesia colaboraría “mediando” en conflictos como la toma de Ford, que sería derrotada. O aportando a Carlos Alderete, dirigente cegetista y de la Pastoral Social, como Ministro de Trabajo.

6. Los “gordos” en su Tierra Santa

En medio de la hiperinflación, Menem llegaría al poder apoyado la CGT. La Iglesia sería, a pedido del gobierno y el sindicalismo peronista, “mediadora” en los conflictos contra las privatizaciones. Como los monseñores Bufano y Quarracino en la huelga de Entel. Junto a las conducciones sindicales, ayudarían a desgastar y liquidar el conflicto, que terminaría con más de 20 mil despidos.

O como recuerda el obrero Hugo Sívori en el caso de Somisa: “En una asamblea obrera se debate si tomar la fábrica o viajar a Buenos Aires. Brunelli, dirigente de la UOM, logra imponer la segunda opción. ¿Quién encabezaría la movilización obrera? La Virgen del Rosario. Miles de obreros partían a Buenos Aires, mientras la fábrica era ocupada… por Gendarmería. Seguiría con un acampe y un santuario frente a la planta. Estábamos en manos de Dios”. Así se privatizó la empresa y perdieron 8 mil puestos de trabajo.

Tierra Santa es el mejor símbolo de aquella alianza. Menem le cedió valiosos terrenos a Armando Cavalieri, que construyó allí un paseo temático religioso. “Cuando se lo conté a monseñor Bergoglio, me dijo que era un ‘milagro’”, recuerda el “Gitano”.

7. Las mesas de diálogo que no pudieron evitar el estallido

Llegado el momento, la Iglesia brindaría sus “oficios” ante el colapso del modelo menemista. Estaba en marcha un nuevo saqueo: hiperdesocupación, flexibilización, hambre. Las respuestas no tardaban en aparecer: revueltas provinciales, huelgas y los primeros piqueteros.

Había que evitar que la clase obrera entrara en escena con toda su fuerza. A mediados de 2001 el cardenal Primatesta se reunía con Daer y Moyano, líderes de las dos CGT. Logra sumarlos a la Mesa de Diálogo Social. Allí confluirían la Unión Industrial, los partidos tradicionales y el sindicalismo peronista.

Pero el estallido sería inevitable. Luego de las jornadas revolucionarias que tiran a De la Rúa, la Iglesia se sumaría al desvío que conducían el PJ y la burocracia. En febrero Eduardo Duhalde lanzaba el Diálogo Argentino, una concertación social entre las cámaras empresarias y las centrales sindicales, auspiciados por la ONU y Conferencia Episcopal Argentina. Con ese paraguas, la devaluación pulverizaría los salarios reales, reduciéndolos un 30 %.

8. La Vaticegeté

El kirchnerismo sostendría esa relación entre Estado, Iglesia y CGT, sus roles y privilegios. Pero en marzo de 2013 ocurría algo importante. El Vaticano elegía un Papa “argentino y peronista”. A pesar de algunos resquemores iniciales con Bergoglio, Cristina Kirchner irá a la asunción acompañada por tres sindicalistas “jóvenes y progresistas”: Omar Viviani, Antonio Caló y Omar “Caballo” Suárez.

Francisco mantendría el conservadurismo doctrinario, pero ante los cambios políticos que desataba la crisis capitalista y el desprestigio de su institución, se aggiornaba con un “reformismo” pastoral y social.

La relación se estrecharía. Todos sus dirigentes viajarían a Roma para seguir los consejos del Santo Padre. Juan Carlos Schmid publicaba “El mensaje del pescador”, un libro inspirado en la Encíclica Laudatio Si de Francisco. Daer y Acuña formaban una mesa de diálogo permanente con la Pastoral Social. “Un acuerdo social nos pide Francisco” decían al postergar uno de los reclamados paros generales.

Hoy la CGT aparece dividida. Moyano, Palazzo y Pignanelli piden una actitud más confrontativa, aunque coinciden en dos cuestiones estratégicas: conducir la bronca obrera a las elecciones de 2019 y que Francisco sea el “gran conductor”. Moyano fundó la Multisectorial 21F con su bendición y luego el Frente Sindical para el Modelo Nacional, que tuvo como acción fundacional la peregrinación.

El Papa logró, además, que la mayoría del sindicalismo peronista se posicionara contra el derecho al aborto. Y retomó su sueño de “adoctrinar” futuros dirigentes. Con la venia de la CGT, otorga el “Diplomado universitario en conducción de organizaciones sindicales y sociales”, dictado por la Arquidiócesis de Buenos Aires.

La relación de la CTA con el Vaticano también es fuerte. Su fundación, al irse de la CGT, estuvo dirigida por sindicalistas de la Democracia Cristiana. Los secretarios generales de las tres CTA han visitado a Francisco y otro de sus directivos, Carlos Custer, fue el primer embajador del kirchnerismo en el Vaticano. Hace pocas semanas, Hugo Godoy fue criticado por mujeres de su propia agrupación por participar de un Encuentro organizado por Vidal y la Iglesia. Las elecciones de ATE las hizo “justo” este 8 de agosto, el día que millones de mujeres se movilizaban por el derecho al aborto. Este sábado Yasky peregrinó a Luján, acompañado de Catalano (ATE), Baradel (Suteba) y Segovia (Subte).

Por último, Francisco busca ganar influencia en las organizaciones que contienen a los trabajadores más precarizados a través de otro “triunvirato”: el que reúne a la CTEP, Barrios de Pie y la CCC. Se hacen llamar “los cayetanos” y podrían ingresar como sindicato a la CGT.

Tantos “triunviros” y ninguno le preguntó a las trabajadoras de sus gremios, a las miles que usan pañuelo verde y a las que no, qué opinaban de tantas misas y peregrinaciones.

9. El arduo trabajo de la pastoral sindical y el “partido papal”

Hoy las iglesias se proponen jugar su rol histórico. Ahí vemos la militancia de líderes cristianos y evangelistas en el proceso que vive Brasil. Acá en Argentina se preparan para un nuevo saqueo.

Por un lado, presentándose en los conflictos como un “mediador neutral”, un posible “árbitro”. Estas semanas, gremios docentes pidieron esa mediación ante la decisión de Vidal de imponer un aumento miserable y por decreto. Antes intervino en el duro conflicto del Astillero Río Santiago. Como dijo José Montes en un acto hace pocos días: “también se arrima la Iglesia a través de la Pastoral Social porque empezamos a llevar adelante medidas contundentes. En las asambleas de secciones estamos denunciando esa participación, para que se separe a la Iglesia de las discusiones de los trabajadores con el Gobierno. Lo que quiere es garantizar ‘la paz social’ y desviar la rebelión obrera ante el ajuste”. Otra cosa es que, ante un duro ataque, se acepten apoyos para la defensa democrática de una lucha. Pero siempre teniendo claro el rol histórico de cada institución y en quién deben confiar trabajadoras y trabajadores.

Por otro lado, también se propone extender la influencia del “partido papal”. No solo entre los sindicatos y movimientos sociales. Las alianzas de Francisco van desde los intendentes, gobernadores y “presidenciables” del peronismo, hasta María Eugenia Vidal y Carolina Stanley.

Con el arbitraje o la tutela, el objetivo es el mismo: convertirse en un factor de estabilidad y gobernabilidad.

10. Iglesia y sindicatos, asuntos separados

La izquierda clasista respeta las creencias personales, aunque las discuta. Es el sindicalismo peronista el que busca imponer sus creencias a toda la clase trabajadora y atar nuestras organizaciones al clero.

La CGT y la Iglesia habrán tenido momentos de divergencias, pero nunca perdieron de vista sus acuerdos, más terrenales que “divinos”: sostener al capitalismo ante sus crisis, enfrentar las ideas de izquierda en la clase trabajadora, predicar la conciliación de clases y la miseria de lo posible. Y defender sus privilegios, claro. El de los sindicalistas millonarios y los obispos que caminan sobre oro y mármol. El de los que hace décadas no trabajan y los que no laburaron nunca. Es importante sacar esas lecciones de la historia.

El clasismo busca, al calor de las luchas contra el saqueo, ayudar a avanzar la conciencia política de la clase trabajadora. Una clase trabajadora que tiene cada vez más rostro de mujer. Son ellas las que han dado un paso al frente. Las que además de pelear por sus derechos vienen cuestionando las estructuras machistas de sus gremios, la injerencia de la Iglesia en nuestras vidas y organizaciones.

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