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Apostasía y sexualidad

Ponencia presentada en el IV Encuentro por la Laicidad. Madrid 2004

Con la denuncia que vamos a presentar ante la Agencia Española de Protección de Datos, pretendemos someter a la Iglesia Católica al principio de legalidad que ha de regir la actuación de los poderes públicos en todas sus actuaciones por mucho poder que tenga la institución que sea objeto de denuncia.

 Pretendemos someter con las armas del Derecho a un gigante religioso y político como es la Iglesia Católica y exigir al mismo tiempo que se empiece a delimitar desde los planos jurídico, político y social quiénes son los afiliados que voluntariamente van a financiar, a sostener y a promover en todos los ámbitos a la iglesia católica a través de sus propios medios, sin que el Estado haga de mediador entre la iglesia y sus afiliados.

Con esta reclamación no pretendemos renunciar a nuestra fe cristiana, porque eso ya lo hemos hecho sin necesidad de hacer ningún trámite de carácter administrativo o judicial. Pretendemos tan sólo que se cancelen los datos del bautismo que obran en su poder, porque no sólo es nuestro propósito el abandono de una fe que en su día nos implantaron, sino también abandonar la confesión religiosa católica, entendida como una institución, y para conseguir este objetivo la Iglesia Católica no nos puede obligar a manifestarnos acerca de nuestra religión o su ausencia porque nos ampara a este respecto el artículo 16.2 de la Constitución.

Pero no ha de entenderse por ello que con esta denuncia abandonamos nuestro posicionamiento como apóstatas. La cancelación de datos es la vía administrativa y jurídica que vamos a emplear para someter a la iglesia a la ley, pero esta vía se enmarca dentro de un cauce mucho más amplio que también incluye la apostasía como una respuesta colectiva a través de la cual nos mostramos visibles frente a nosotros mismos y el resto de sociedad, y que supone el punto de partida para vertebrar un grupo con un posicionamiento social común frente a las confesiones religiosas, no sólo frente a la católica sino también frente a todas las demás.

Una apostasía que también se puede entender como una salida de los claustrofóbicos y represivos armarios de las diferentes secciones eclesiásticas que representan a sus respectivos dioses omniscientes, y que será puesta en práctica a través de los procedimientos de los que nosotros mismos nos dotemos desde nuestra perspectiva apóstata. No va a significar un sometimiento a las normas apóstatas de las diferentes iglesias, sino la creación de nuevos mecanismos para que los apóstatas articulemos nuevos espacios acordes a nuestras necesidades.

Renunciamos por completo a introducirnos en el engranaje de las diferentes iglesias. No entraremos en este engranaje ni para exigir nuestra salida ni mucho menos para intentar reformarlas. Consideramos que dada la historia, las estructuras y los textos de iglesias tales como la católica, la única forma de luchar contra ellas consiste precisamente en escaparse de su engranaje. Los debates teológicos, exegéticos, las luchas e intrigas por los pasillos de los seminarios y los confesionarios de las iglesias no van con nosotros, creemos que es eso precisamente lo que la jerarquía católica u otras jerarquías religiosas están deseando que hagamos, y además valoramos como poco ético, e incluso delictivo, la colaboración con organizaciones integristas que se dedican a la difusión del terror con el objetivo de conseguir a cambio determinadas prebendas o acuerdos de paz tan sólo en determinados territorios, ámbitos o circunstancias puntuales.

Consideramos por lo tanto que se han de abrir nuevos espacios al margen de este tipo de organizaciones, lo que no excluye el diálogo desde fuera con las mismas. Suponiendo que entiendan algún lenguaje que no sea el lenguaje del terror de lo Omnisciente. Algo que ponemos en duda.

La salida de este engranaje y la ruptura de relaciones con las diferentes instancias religiosas es lo que se entiende por apostasía, más allá de las consideraciones del Derecho Canónico, u otros derechos que pudieran darse también de carácter exclusivamente religioso, y a los cuales no nos vamos a someter. Es evidente que no pretendemos sentar ningún tipo de dogma sobre cómo se adquiere la condición de apóstata, no creemos que para ser apóstata sea necesario acercarse con un formulario a un obispado o a centros similares. Como decíamos antes, eso forma parte tan sólo de una lucha administrativa y jurídica mucho más específica por la cancelación de los datos del bautismo cristiano. Pero apóstata, cada uno lo es a su manera.

Perdón con las comparaciones con otros colectivos, pero son inevitables por las similitudes que apreciamos, a pesar de las particularidades de cada uno de ellos:

Un gay no tiene ningún ritual determinado para formalizar su salida del armario; pero en cambio, se da por hecho que las personas que marcan las iniciativas y reivindicaciones del colectivo gay han salido del armario, aunque sólo sea ante sus propios compañeros de lucha. Y se comprende perfectamente que en los colectivos que luchan contra la homofobia sean los gays los que tomen la iniciativa desde su posición social discriminada, a pesar de que más adelante se adopten acuerdos con los heterosexuales que no sean homófobos. En la lucha por los derechos civiles de la mujer, de los negros y de los gays fueron las mujeres, los negros y los gays quienes tomaron la iniciativa, no los hombres, ni los blancos ni los heterosexuales. Del mismo modo sucede con los apóstatas. Son ellos quienes toman la iniciativa en la lucha por una sociedad que pretende liberarse de la opresión que ejercen las religiones a través de su posición hegemónica, de su posición dominante, de privilegio.

Pero desde la Comisión de Derechos Humanos de Cogam, nos estamos posicionando no sólo como apóstatas, sino también como gays. De hecho, la iniciativa de la apostasía respecto a la iglesia católica explotó como consecuencia de las declaraciones homófobas de obispos, curas y buttiglionis varios. Pero, utilizamos la expresión “explosión apóstata” entendida no como una detonación calculada como respuesta a una coyuntura puntual como pueda ser una mera anécdota que tan sólo vino a ser confirmatoria de lo que ya sabíamos –la terrible homofobia de la iglesia católica-, sino como el rebosamiento de un vaso que estaba ya demasiado cargado por innumerables motivos.

No vamos a dejar de ser apóstatas simplemente porque dentro de unos meses los obispos dejen de atacar verbalmente a los gays o defiendan nuestros derechos. Sería una falta de respeto para otros colectivos que están en esta lucha con nosotros, y una falta de respeto para los propios gays, que también somos muchos más que gays, siendo ante todo ciudadanos, y como todo ciudadano podemos sentirnos en el deber de responder ante el terror que representa la iglesia católica, no desde lo anecdótico, sino desde lo esencial:

Consideramos que la iglesia católica no es tan sólo represora de las libertades de forma circunstancial sino que esa función represora es inseparable de la existencia de esta iglesia, al igual que sucede también con otras comunidades religiosas análogas. Estar a favor de la libertad, de la convivencia y del progreso supone plantarle cara a este tipo de iglesias, entendidas como instituciones. Instituciones que no se restringen a su propio ámbito, sino que abarcan todos los ámbitos sociales y que todos los ciudadanos padecemos, por lo que todos los ciudadanos son apóstatas potenciales, algo que no sucede con otras minorías sociológicas tales como las expuestas con anterioridad. Toda persona puede dar el paso de abandonar la complicidad con las iglesias a pesar de la resistencia de estas últimas por perder adeptos.

Por lo que esta lucha está relacionada con la dignidad de todo ser humano, y con su derecho a ser libre más allá de las normas de los jerarcas dictatoriales “plurales” que son representantes de los dioses “plurales” y los mesías “plurales”. La pluralidad no significa la promoción de aquello que debilita la pluralidad, ni la democracia significa la financiación de colectivos cuyo objetivo sea debilitar la democracia. El estado social y democrático de derecho también ha establecido sus propios mecanismos de sanción para su supervivencia y la defensa de las libertades de sus ciudadanos.

Nuestra lucha está relacionada con la creación de un Estado laico que comience a proteger la libertad individual de conciencia frente a la discriminación que desde las diferentes confesiones se ejerce contra la misma.

Un estado laico no ha de defender el “pluralismo confesional”, sino garantizar principalmente la libertad de conciencia y la libertad política frente a las injerencias de todas las confesiones religiosas. Ante el proselitismo, y las técnicas de manipulación social y psicológica que las diferentes confesiones religiosas practican con los seres humanos el estado laico no podrá ser neutral sino que deberá ejercer un control; deberá ser defensor activo de nuestra seguridad y de nuestra libertad.

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