El transhumanismo defiende que los seres humanos podemos mejorar físicamente, psicológicamente e intelectualmente integrando la tecnología para mejorar nuestras capacidades. Algunos de los que apoyan este pensamiento hablan incluso de que en el futuro podríamos convertirnos en cíborgs, que por definición son organismos compuestos de una parte biológica y otra cibernética. Algo que nos llevaría, argumentan, a aumentar nuestras posibilidades de manera exponencial en todos los sentidos.
Sin embargo, Antonio Diéguez, Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, rebaja las expectativas. Admitiendo que la biotecnología podría darnos -y ya nos da- grandes beneficios, considera que en este tema siempre ha habido mucha hipérbole, acrecentada con la llegada de la inteligencia artificial. En los libros que ha escrito (el último de ellos, llamado Pensar la tecnología, vio la luz hace un par de meses) ha reflexionado ampliamente sobre estas cuestiones para intentar separar el grano de la paja.
Pregunta. ¿En qué punto está el transhumanismo como movimiento?
Respuesta. Se ha convertido en una ideología, supuestamente basada en la ciencia pero que carece de una base científica real en la mayoría de los casos. Estamos viendo que las interfaces cerebro-máquinas siguen avanzando, y que tenemos prótesis biomédicas. Pero desde luego nada que ver a las promesas que hacen los transhumanistas. La idea de introducirnos un chip en el cerebro para aprender idiomas o artes marciales es cosa de las películas de ficción. Y la pretensión de volcar la mente humana en las máquinas es completamente ilusoria en mi opinión, sencillamente imposible.
En lo que sí se está avanzando es en la biotecnología. Por ejemplo, en los estudios sobre el envejecimiento humano se han conseguido rejuvenecer ratones, y se han hecho algunos ensayos clínicos con personas. Aun así, nada parecido a las promesas de inmortalidad que se han hecho. Sucede lo mismo con la medicina, hay avances pero no se pueden prometer verdaderos milagros de aquí a 20 años. La ciencia no dice eso.
P. Entendiendo entonces que es algo más teórico, ¿apostar por el transhumanismo daría lugar a un mundo mejor? ¿O a seres humanos mejores?
R. Como decía Ortega y Gasset, el ser humano es lo que es gracias a la tecnología. No podríamos vivir sin ella, nos acompaña desde el origen mismo de nuestra especie, primero en forma de técnica y desde el siglo XX en forma de tecnología, que sería la técnica apoyada en la ciencia. Y obviamente la cantidad de miles de millones de habitantes que hay hoy en el planeta no podrían vivir ya sin el apoyo de la tecnología.
Dicho esto, tenemos a nuestra disposición tecnologías cada vez más potentes desde la Segunda Guerra Mundial. Y con algunas, como la IA, podríamos llegar a autodestruirnos. Por eso nuestro destino como especie pasa por una gobernanza exitosa de la tecnología que nos lleve a un futuro feliz y no a la autodestrucción. Yo critico el discurso de que la tecnología no puede ser controlada, es algo muy negativo y no lo podemos aceptar.
P. ¿De qué manera podríamos autodestruirnos con la tecnología?
R. La forma más obvia es una guerra nuclear que nos lleve a un estado pre-civilizatorio de nuevo. Luego se habla siempre de la posibilidad de que desarrollemos una Superinteligencia artificial que acaba intentando autodestruirnos, pero es algo cuestionable. Primero porque no está nada claro que podamos crear algo así, y segundo porque, en caso de que seamos capaces de hacerlo, tampoco está claro que nos vaya a destruir. Aún así, ese es un escenario que ahora está muy de moda. Aunque creo que es simplemente una cortina de humo para ocultar los desafíos reales de la IA, que son otros.
P. Lo que señalan cada vez más expertos es que la tecnología nos ayudará a vivir cada vez más años. ¿Es una noticia positiva?
R. Se están produciendo mejoras, y quizás en algún momento se permita la edición genética de seres humanos. Pero lo más obvio para aumentar la longevidad son los nuevos medicamentos que se están investigando. Hay varias empresas con mucho dinero trabajando en ello, como Altos Labs, fundada por Jeff Bezos en 2021. Es muy posible que esta compañía, o cualquier otra similar, consiga medicamentos para alargar la vida, pero está por ver cuántos y si será de forma segura.
De entrada esto podría provocar problemas de desigualdad, porque esos medicamentos serían caros y solo podrían pagarlos algunas personas. Así que las clases sociales se podrían convertir en clases biológicas. Y en cualquier caso, si conseguimos vivir dos o tres décadas más se generarán bastantes problemas sociales en cuanto a pensiones, jubilaciones, relaciones familiares, mercado laboral… Supongo que si esto ocurre sería mejor que fuera algo gradual para poder ir buscando soluciones.
P. Lo que parece claro es que, aunque siempre hemos usado la tecnología, ahora dependemos más que nunca de ella. ¿Esta dependencia nos acerca al riesgo de sufrir un colapso?
R. Es un riesgo posible, pero yo soy más optimista. Creo más bien que la tecnología bien usada nos puede ayudar a evitar el colapso, sobre todo en temas medioambientales y de cambio climático. Ya nos ha salvado en situaciones cercanas a eso, como en la Revolución verde, así que parece que es el único asidero que tenemos. Dicho esto, es verdad que sin la tecnología no habríamos podido causar el daño que le hemos hecho al planeta. Se le puede responsabilizar de eso. ¿Pero habríamos renunciado al desarrollo, al nivel de vida y al bienestar que tenemos hoy ante el peligro de que dentro de 50 años pueda haber una situación problemática para nuestros descendientes? Probablemente no.
P. Hace poco escuché al escritor israelí Yuval Noaḥ Harari, autor de Sapiens, decir que Israel e Irán ya están creando regímenes totalitarios gracias a la IA. ¿Usted lo ve también así?
R. Harari no es una buena autoridad para este tipo de análisis. Hay autores que conocen mejor el impacto de las nuevas tecnologías y de la IA en el futuro de las democracias, como Mark Coeckelbergh. Pero es verdad que uno de los mayores desafíos que tenemos es el deterioro que pueden sufrir las democracias de todo el mundo.
Primero, porque es cierto que hay regímenes autoritarios que la están utilizando para controlar más a la población, así que será mucho más difícil que esos países puedan llegar a ser alguna vez sistemas democráticos. Pero a la vez las democracias lo están sufriendo ya también con todas las noticias y vídeos falsos que se está creando. Se está generando un clima de presión, polarización y deterioro del debate público que me temo que en algunos casos pueda conducir incluso a la violencia. Hay que encontrar soluciones rápidamente, y no vale el cliché de que no se le pueden poner puertas al campo. La Unión Europea, por ejemplo, está tratando de hacerlo con su nueva normativa.
P. Sabemos que es algo polémico, ¿pero qué cree que pasaría si alcanzáramos la IA general?
R. En una buena pregunta, pero nadie lo sabe. Yo creo que sería un sistema de inteligencia artificial mucho más potente de lo que tenemos hoy en día, con capacidad para resolver una enorme diversidad de problemas, y por lo tanto en eso sería similar a la inteligencia humana. Pero no tengo claro que esa IA general desarrolle autoconciencia, emociones, voluntad. Y sin eso será algo muy distinto de la inteligencia humana, y desde luego no parece que pueda tomar iniciativas como la de destruir a la humanidad.
P. ¿En qué pueden ayudarnos los chips cerebrales y qué peligros tienen?
R. Permiten que algunos pacientes de algunas enfermedades puedan mejorar bastante sus síntomas, por ejemplo con el Parkinson. Ayer mismo vi una noticia de un parapléjico que ha vuelto a andar en Holanda porque le han conectado directamente el cerebro con la médula a través de un chip colocado en el cerebro, con lo que puede puentear la lesión y mover las piernas. Este tipo de prótesis no son nuevas, es una línea de investigación que algunas universidades llevan tiempo trabajando, y han conseguido resultados buenos.
Luego está la cuestión de las interfaces cerebro-máquina, en la que hay un gran especialista español, llamado Rafael Yuste, que trabaja en Estados Unidos. Él dice que se está avanzando también en la posibilidad de comunicarnos con las máquinas a través de nuestro pensamiento con una especie de casco de electrodos, que capta el electroencefalograma de las personas. Según Yuste, es una posibilidad que dentro de unos años veamos algo así y podamos conectarnos a nuestro teléfono u ordenador a través del pensamiento. Por eso está preocupado por los ‘neuroderechos’, que pueden ser una puerta abierta para la violación de nuestra intimidad.
P. Hace unos meses Elon Musk anunció que había conseguido implantar su primer chip cerebral en un humano con su empresa Neuralink, pero no dio mucha más información. ¿Sabemos algo nuevo?
R. Hasta donde yo sé, no se sabe nada más. Musk lo anunció a través de las redes sociales, diciendo que iba a empezar la investigación y que con esos electrodos quería devolverle la posibilidad de comunicarse a una persona que sufría ELA y no podía hablar. Pero insisto, eso ya lo han hecho algunas universidades. Lo que ocurre es que los electrodos de Musk en teoría eran menos invasivos. Así que quizás en los próximos años consiga resultados realmente importantes.
P. Precisamente Elon Musk es uno de los magnates que están liderando la carrera tecnológica. Musk, Bezos, Altman… ¿Le parece que estamos en buenas manos?
R. La verdad es que no. Son personas muy pocos responsables y muy poco sensibles, éticas y atentas a los problemas políticos y sociales que el desarrollo de estas tecnologías pueden causar. Así que más que ponerle poder en las manos habría que vigilarlos de cerca.
P. Se está hablando cada vez más de la posibilidad de que OpenAI abandone su objetivo de perseguir una IA beneficiosa para la humanidad para buscar un mayor beneficio empresarial, algo que va en contra de sus principios fundacionales. ¿Qué le parece?
R. Creo que era previsible, pero es preocupante que se conviertan en una empresa más en la carrera que hay sin control, por ahora al menos, para desarrollar sistemas de IA. Afortunadamente hay iniciativas de otros lugares, sobre todo universidades públicas, para desarrollar una inteligencia artificial que sea beneficiosa para la humanidad. Pero claro, el auténtico peso lo tienen estas empresas, que ya tienen un verdadero poder y un verdadero capital.
P. Este también es un tema controvertido. Pero, ¿estamos abocados a convertirnos en cíborgs?
R. Creo que con el tiempo iremos integrando algún tipo de tecnología digital en nuestro cuerpo, pero no creo que dentro de nuestro organismo, de forma invasiva. Por supuesto sí por razones médicas, como los marcapasos, pero dudo que a nadie le apetezca que le implanten un chip en el cerebro para poder hablar por teléfono, porque es bastante peligroso.
La integración será parcial, de quita y pon, como los cascos con electrodos, que es algo que no tardará demasiado en verse. Podremos utilizar este tipo de interfaces para tener una conexión más estrecha con los teléfonos y con los ordenadores. No sé si eso es bueno o malo, porque esa conexión nos pondría en peligro de una mayor dependencia o una adicción, pero es algo factible. Pero aún así o seguiría reservando el término de cíborg a una unión más permanente entre un cuerpo orgánico y elementos cibernéticos. Y creo que estamos lejos de crear un híbrido así.
P. Omar Hatamleh, experto de la NASA, dice que en el futuro habrá robots humanoides parte biológicos y parte tecnológicos, que podrían considerarse como otra especie. A su juicio, ¿qué haría falta para realmente poder hablar de una nueva especie?
R. Habría que ver qué genes lleva esa parte orgánica y si produce gametos que puedan ser usados para reproducción con seres humanos. Si es así, entonces no constituiría una nueva especie. Ahora, si no se no producen gametos o los gametos que producen no se pueden cruzar con los humanos, estaríamos ante una nueva especie. En cualquier caso, veo esa posibilidad como algo muy lejano. Otra cosa es que se esté trabajando en organoides artificiales que puedan servir para estudiar los procesos biológicos o en máquinas que tengan algunos componentes biológicos, porque parece que por ahí sí que hay que seguir trabajando.
P. Hatamleh cuenta también que podremos programar robots a nuestro antojo, tanto físicamente como en cuestiones de personalidad. ¿Éticamente como lo ve? ¿Jugaremos a ser dioses?
R. Dependería del grado de conciencia y de sensibilidad que tuvieran. Desde luego si creáramos alguna vez máquinas con un cierto grado de autoconciencia y una cierta capacidad de sufrimiento, inmediatamente deberíamos considerarlas como sujetos morales y otorgarles derechos. Lo mismo que hoy en día con los animales, que tratamos de una forma cuidadosa y tenemos prohibido hacerles sufrir. A estas máquinas hipotéticas habría poder protegerlas del mismo modo, e incluso si su grado de autoconciencia, inteligencia y sufrimiento fuera igual al nuestro tendríamos que considerarlas a nuestro mismo nivel.
P. La última pregunta iba precisamente por ahí ¿Cómo vislumbra la relación entre robots y humanos en el futuro, a medida que vayan avanzando? ¿Hasta qué punto podríamos llegar a intimar? Hay algunos expertos que consideran que no es una locura decir que podríamos acabar casándonos con ellos.
R. Podría ser. De hecho ya hay robots sexuales, aunque de momento no parecen gran cosa, y hay personas que están casadas incluso con un holograma. Así que efectivamente es una posibilidad que a medida que tengamos robots cada vez más sofisticados la gente los use como compañeros sexuales o simplemente como amigos para no sentirse solos. De igual manera que es posible que tengamos en el futuro robots que cuiden a las personas mayores y les ofrezcan compañía cuando viven solas, etcétera.