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León XIV se va a llamar el hombre.
Y yo me pregunto que qué más nos da quien sea el nuevo Papa. Poco, muy poco, va a poder hacer para modernizar la Iglesia Católica, para ponerla al día de la realidad social de un mundo que viaja en el AVE de los avances tecnológicos y científicos y de derechos (siempre que no haya robos de cable) mientras ella lo hace en la bicicleta de los dogmas inmutables y desfasados. Dudo mucho de que el nuevo pontífice supere en humanidad y tolerancia a Francisco, un hombre bueno y muy bien intencionado, que, pese a ello, no consiguió apenas nada en aggiornar de una manera más racional y más cristiana todo el entramado político y económico del Vaticano. Intentó democratizar la Iglesia, acoger en su seno a seres vulnerables y desheredados, pero muchos obispos y cardenales siguen leyendo proclamas misóginas y homófobas en sus cartas pastorales.
Si por una especie de enajenación mental yo me volviera creyente por unos minutos me gustaría exponerle al nuevo Papa un decálogo de reflexiones que considero cruciales a la hora de cristianizar a la Iglesia Católica.
1.- La Iglesia dejará de ser un Estado, y la Ciudad del Vaticano, entregada al estado italiano que se hará cargo de la conservación de todo su patrimonio artístico. Desmontar la Banca Vaticana. Su obsceno capital financiero debería revertir en la subsistencia de los países pobres. Ello permitiría acabar con es trípode anticristiano de Iglesia, Dinero y Poder. Renunciar a Satanás y a sus pompas.
2.-La residencia del Papa debería trasladarse a una casa digna y bien acomodada en un país suramericano o africano, para dar ejemplo de verdadera austeridad.
3.-Suprimir toda la teatralización de la Liturgia. Jesucristo y los apóstoles no necesitaron adornarse con sotanas ni casullas ni otros ropajes llamativos, mitras, báculos…. en sus tareas de apostolado. De la misma manera, el clero debería vestir ropas normales en las celebraciones de misas y otros actos litúrgicos. Si de verdad creemos en el fervor y devoción de las procesiones como manifestaciones piadosas de la religiosidad popular, deberían ser más austeras y desproveerse de tanto exorno y boato. Menos apariencia y más substancia.
4.-Democratizar la Iglesia: hombres y mujeres deben tener igual cabida en ella, y no sólo como creyentes, sino también como clérigos en sus distintos órdenes. La misoginia y la homofobia serán declarados pecados mortales.
5.-Pedir perdón a la sociedad por tantos casos de abusos sexuales a menores y condenarlos de forma clara y contundente.
6.- Desmitificar dogmas anacrónicos e increíbles en la actualidad, tales como el de la infalibilidad del Papa, la virginidad de María y el de la transubstanciación del pan y del vino. Nada de ello, creo yo, debería de chirriar en la fe cristiana.
7.-Anular los Concordatos con los distintos países y asumir que la Iglesia debe financiarse por sus propios medios sin dependencia económica del Estado. Al César lo del César y a Dios lo de Dios.
8.- Difundir urbi et orbi que el compromiso de todo cristiano es amar al prójimo como a sí mismo. O por lo menos intentarlo. Premisa ésta necesaria para aclamar a pleno pulmón un no rotundo a las guerras, al hambre y al individualismo y un SÍ categórico a la solidaridad y a la justicia social.
9.- Si es verdad para los cristianos que Dios nos ha dado la gracia de vivir en este mundo, uno de los mandamientos debería ser cuidar de nuestro planeta.
10.- La Iglesia deberá obligarse a no seguir siendo una rémora para cualquier avance científico, médico o social, ni para la puesta en marcha de las leyes legítimas que otorgan derechos constitucionales. Avances y derechos que no están penalizados en ningún texto evangélico, sino en las mentes retrógradas de muchos de sus obispos.
Si se ponen en marcha estos 10 mandamientos, prometo abrazar de nuevo la fe perdida.
José María Rivera