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¡¡Algo más que un simple velo!!

A lo largo de la semana ha renacido una vieja polémica que, bajo la aparente “simpleza” del hecho de cubrirse la cabeza, pone de actualidad algo mucho más importante y que al parecer, desde mi punto de vista al menos, la Generalitat de Cataluña no ha valorado suficientemente en su resolución, al obligar a un colegio público de Girona a aceptar a la alumna que promovió el conflicto.

Todo surgió cuando una niña musulmana, Shaima de ocho años, se presentó en su escuela pública de Girona, con el velo (hiyab) cubriéndole la cabeza y el colegio le impidió el acceso si no se lo retiraba.

Quizás movida por la trascendencia mediática del caso, la Generalitat obligó a la escuela a rectificar y a admitir que la niña pueda acudir a clase con el hiyab puesto. Todo ello bajo el razonamiento de que, lo fundamental, es el derecho a la educación, algo que no estaba en juego.

¿Ignora la Generalitat la trascendencia y el trasfondo de su decisión aparentemente simple? Hemos de suponer que no, en absoluto. Entonces, ¿Habrá que volver a desempolvar las explicaciones de hace unos cuantos años sobre la necesidad de que la escuela pública sea una escuela laica y que ese fue el motivo de que se retiraran los crucifijos de las aulas, lo que a pesar del ruido que causó en su momento ya nadie recuerda?

Porque, no fue por MOR de ningún anticlericalismo caduco o trasnochado. No, lo mismo que ahora, no se trataba ni se trata de ninguna cruzada contra ninguna religión. Al contrario, precisamente porque debe respetarse y garantizarse por igual el derecho de todos los ciudadanos a su libertad de tener creencias o no, “la escuela pública debe ser laica y respetuosa con la libertad, la igualdad y demás derechos humanos que son la razón de ser de un Estado de Derecho”.

Tal y como nos recordaba la semana pasada el escritor Mario Vargas Llosa en un artículo de opinión, no hay por otra parte nada sospechoso ni de izquierdista ni de anticlerical.

Es una realidad que nuestra sociedad española, a falta de una ley clarificadora que normalice y unifique los criterios al respecto, tiende a la confusión de lo que resulte más “cómodo” con la supuesta “tolerancia”. Creo que a veces existe la tentación, (en la que desde luego se cae a gusto), de no hacer nada para no equivocarse. Así en cada centro se actúa según su propio reglamento.

Pero es necesario, imprescindible diría yo, dar un paso más.

En la escuela pública no debería hacerse abstracción sobre lo que representa el velo, (o, lo que es lo mismo, volver a reabrir una discusión que ya creíamos superada sobre la ostentación de elementos de carácter religioso) desde lo que significa en cuanto a sumisión de la mujer al hombre, hasta la discriminación que a todas luces supone para la mujer, pasando por su simbolismo para los que pertenecen a una determinada religión. La enseñanza pública no debería olvidar, ante todo, que no debe ni puede permitirse ninguna veleidad con elementos religiosos, sean los que sean, sin quebrantar los principios del sistema democrático de libertad e igualdad.

Francia, que lleva unos cuantos años de adelanto en la problemática, y que ha pasado por todos los vaivenes de la discusión, acabó legislando y prohibiendo el uso de “elementos ostentatorios de carácter religioso en las escuelas e institutos públicos del País”. Hoy es una realidad que el tema ya no les motiva mayor discusión.

Y es que debiera primar la idea, siempre hablando del ámbito de la educación pública en las democracias, de que no es posible admitir prácticas religiosas, por mucho que quieran presentarse como actuaciones individuales, sin que a la vez se pongan en cuestión los principios básicos de igualdad y libertad y la obligación de la enseñanza pública de ser laica.

Y acabo con una afirmación. Ayer y hoy, el velo representa además del hecho religioso que lo promueve la discriminación de la mujer respecto del hombre. Y la pervivencia de una dominación machista que por suerte ya no cabe en ninguna democracia.

Razón de más para que no pueda ser amparado como práctica asumible basada en falsas tolerancias, en el multiculturalismo de moda, o en cualquier otra zarandaja al uso. No en la enseñanza pública.

Martín Landa – Sindicalista.

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