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Alejandro Palomas: “Las víctimas de abusos sexuales de la iglesia somos memoria histórica porque también estamos en una cuneta”

Cuando tenía entre siete y ocho años, el escritor Alejandro Palomas (Barcelona 1967) sufrió abuso, acoso y violación por parte de un profesor religioso del Colegio La Salle. Una violencia que, como reconoce en esta entrevista a Público, marcó su vida. Hace un par de años contó este abuso en una charla TEDx, pero nunca más volvió a hablar del asunto. Ahora alza su voz para evitar que lo que vivió vuelva a repetirse con otros niños. Considera que las noticias e investigaciones que han ido apareciendo en medios de comunicación son un paso importante, pero que “quizá lo que hace falta aquí es una cabeza de cartel. Alguien que tenga un poco de visibilidad y que de alguna manera pueda dar un empujón distinto a esto. Es la esperanza que tengo”, afirma. A sus 54 años da un paso al frente y anima a otro a hablar sobre los abusos sufridos, aunque sea en la intimidad y delante de un espejo. “Contárselo a uno mismo es un primer paso importante”. “Vivimos en un estado aconfesional”, explica. La reparación por parte de la Iglesia debe pasar por pedir perdón y destinar fondos para la no repetición, que deben ser gestionados por el Estado, no por esa institución. 

Hace ahora dos años contó en una charla TEDx el los abusos sexuales que sufrió de niño por parte de un profesor religioso. Desde entonces no ha vuelto a hablar del tema. ¿Qué le impulsa a hacerlo ahora?

Porque ha muerto mi madre. No es que ella no lo supiera. Lo supo en su momento. Pero mi madre siempre se sintió muy culpable por no haber hecho más, por no haberlo luchado más. Luego entendí que fue mi padre quien tomó las riendas del asunto y en mi casa. En las veces que yo pensé en hacerlo público, siempre valoré la repercusión que podía tener en ella. Ya sufrió bastante con la culpa, que es una de las cosas más terribles que puedes tener, como para que encima sufriera por mi viendo como me expongo de esta manera. Ella. Murió hace ocho meses. Y después de recuperarme del duelo estoy lo suficientemente bien como para hacerlo.

Pero sobre todo porque ha habido un detonante. La noticia que apareció en El País, en la que se hablaba de la investigación de abusos en los centros de La Salle, donde incluían un mapa en el que aparecían los diferentes centros en los que se habían reportado abusos por docentes religiosos. Entonces pensé: se acabó. No puedo seguir surfeando esta ola. Hay un momento en el que uno tiene que parar y decir la verdad. Esta es mi verdad y no quiero morir sin decirla.

Van apareciendo noticias e investigaciones periodísticas que son difíciles de hacer en esta era, pero son distanciadas en el espacio y en el tiempo y eso ayuda lo que puede. Pero quizá lo que hace falta aquí es una cabeza de cartel. Alguien que tenga un poco de visibilidad y que de alguna manera pueda dar un empujón distinto a esto. Es la esperanza que tengo. No sé si acabará ocurriendo.

Usted afirma que vivió el infierno. ¿Cómo es el infierno?

El infierno que yo viví fue como si de repente te quedaras huérfano y prefirieras morirte a eso. No hay nada más terrible que preferir morirte a lo que vives. Y desde entonces siempre ha habido momentos en los que he tenido esa tendencia natural a preferir la muerte. Ese infierno fue… no sé. Como querer morirte. No seguir existiendo. Que se pare el tiempo para no vivir eso, porque si vivir es vivir eso, es mejor no vivir.

Usted nunca hizo público hasta ahora el hombre de su abusador. ¿No lo considera importante?

Nunca lo he hecho púbico y no lo haré. Voy a hablar siempre del “hermano L”,  porque prefiero dar una letra. Quien quiera saber lo puede averiguar. Lo que ocurre es que esto es parte de un engranaje, por eso se puede llamar PepitoMaría… o de cualquier otra forma. Hay mil nombres. Pero esos mil nombres convergen en uno que es una institución que ha permitido durante muchísimos años que esto ocurra y que en este momento no está haciendo nada para que esto deje de ocurrir y para reparar los daños.

Pero cuando hablo de reparar los daños no estoy cuantificando esto económicamente. No creo que el dolor tenga una cuantía y pueda ser valorado económicamente. Me parece terrible hacer eso. Una vida no tiene un valor económico. Y una castración (porque es una castración la que uno vive a partir de entonces), no tiene compensación económica. No hay dinero suficiente en el mundo para pagar esto porque no hay un equivalente. Lo que hay es una necesidad de compensación y de reparación para que esto deje de ocurrir. Para mi no quiero nada. No necesito nada. Ya hice lo que tenía que hacer. Ya decidí vivir. He pasado 20 años en un diván y sigo tumbándome en un diván todos los jueves y trabajo muchísimo para poder seguir vivo. Pero hay mucha gente que no lo puede hacer. Que ni siquiera ha podido decírselo a sí mismo.

Lo que sí creo que la iglesia debería reconocer que estas violaciones (en mi caso no fue solo abuso, acoso, sino también fue agresión sexual), y la forma de reparar es, reconocer los hechos y pedir perdón. Aunque ese perdón no va a ser sincero, porque va a ser obligado. Si quieren reparar con dinero, toda esa cuantía económica tiene que estar dedicada a un ministerio o a una oficina que se encargue de que esto no vuelva a ocurrir nunca más. La administración pública tiene que gestionarlo, no la iglesia.

La Conferencia Episcopal española ha dicho que no investigará estos abusos. ¿Qué reflexión le sugiere este anuncio?

Ese es el titular. Pero yo ahora escribo otro titular que es: la Conferencia Episcopal (Se traba con el nombre y ríe, mientras afirma que es un nombre que su inconsciente rechaza) investigará esos abusos.

¿Se supera una experiencia como la que ha vivido?

No.

¿Qué secuelas le ha dejado la violencia sexual que ha vivido por parte de un miembro de la iglesia?

Pasar de ser un niño a ser un superviviente infantil es un paso importante que no tiene vuelta atrás. A partir de ahí, en mi caso, a lo largo de los años esa merma se ha manifestado en todos los ámbitos. Soy un hombre que vive solo que se siente solo y que me concibo como solo, es decir, impar. Si la vida se divide entre los pares e impares, yo soy parte de los impares y tienes que aprender a viviré así. En primer lugar, porque no se gestionar la confianza. No confío plenamente en nadie, salvo en mis hermanas.

Pero con el resto del mundo nunca me relajo del todo. Siempre estoy muy vigilante porque no entiendo que alguien me quiera, sin tener un motivo ulterior. Y eso se manifiesta en todo, incluso en mis relaciones íntimas. Cuando tengo relaciones sexuales hay una parte de mí que está arriba, está en el techo mirando y estudiando los movimientos del otro, porque siempre tengo la sospecha de que se convierta en mi enemigo, de que me haga daño. Me muevo entre tinieblas que he ido resolviendo a lo largo de los años. Pero a los 54 años hay tinieblas que nos se van a resolver más. 

¿Qué fue lo peor que tuvo que vivir?

Todo. Durante esa año escolar sufrí abusos, acoso y agresiones sexuales. Violaciones, para que se entienda. Las agresiones y los tocamientos fueron  continuados. Sin embargo hubo una noche que fue la peor. Estaba en las colonias y por una herida acabé una en la enfermería. El “hermano L” decidió que me quedara por la noche en observación. Durante esa noche él vino tres veces a la habitación donde estaba encerrado bajo llave a agredirme sexualmente.Fue la noche más larga de mi vida de niño.

Recuerdo que la sala tenía una ventana alta y que mientras me agredía miraba hacia la ventanal y pensaba que si pudiera volar hacia ella me tiraría por esa ventana. Pero no me quiero morir. Solamente quería irme de ahí. Salir volando como Mary Poppins, que entonces para mí era un referente. De hecho en el libro Un hijo, por el que me dieron el Premio Nacional de literatura juvenil e infantil, es de un niño que quería ser Mary Poppins. En las muchas charlas que di en colegios y universidades desde entonces la pregunta es recurrente: ¿Por qué Mary Poppins. Yo siempre he querido volar. Mi sueño más recurrente es que vuelo. Que hay alguien que me persigue y que vuelo, pero me cuesta muchos despegar. Y me despierto muy cansado, porque siempre voy como a ras de suelo y están a punto de cogerme. Pero consigo despegar. Pero me angustio mucho.

Usted le pide a las víctimas de este tipo de estas violencias que las cuenten, aunque sea a sí mismos. ¿Qué poder tiene ese relato, aunque sea en la intimidad frente al espejo?

Es el primer paso. El espejo es la audiencia, el público más duro. Un espejo es el peor público que existe. Porque es tu mirada y no la puedes engañar. Si engañas a tu mirada sabes que vas a ser tan infeliz el resto de tu vida que mejor que te prepares para ese tipo de público. Los niños tienen una pureza y la pena es que pierdes esa pureza. Es lo que más me gusta de los niños y de los animales. Pero no puede vivir callado contigo. Es una tortura, es la peor cárcel que puede existir. Y lo importante es que seas capaz de decírtelo a ti mismo. Que lo compartas con los demás, eso ya es otra cosa y las consecuencias son otras y pasamos a otro plano. Pero lo realmente importante es que seas capaz de mirarte al espejo y decirlo, contártelo y por último terminar diciéndote: Sé que no tuve la culpa. Porque ese es el primer paso. Es la llave que abre la primera cerradura. No tuve la culpa.

¿De qué tienen que desprenderse una víctima de estos abusos para seguir adelante con su vida?

En primer lugar de la culpa. Te sientes manchado, sucio. Y crees que la gente se va a dar cuenta. A mí me ha pasado toda la vida. Te sientes indigno de muchas cosas. Siempre he tenido el síndrome del impostor en mi carrera, porque pensaba: me van a descubrir y cuando descubran esto, no me van a querer más. Yo siempre he tenido ese miedo. Todavía me pasa. Tengo que trabajármelo constantemente. Eso es lo primero. Sacarte esa sensación de suciedad, de mancha que no se quita y por mucho que frotes aparece siempre. La única forma es una terapia. Para esto necesitas ayuda siempre.

En segundo lugar hablar y encontrar a gente que ha pasado por lo mismo que tú. El gran problema de esto es que crees que eres el único, como en todas las grandes tragedias. Que se den cuenta de que no puede ser que todo el mundo esté tan manchado. No hay ninguna mancha y no hay ninguna culpa.

¿Usted sigue rezando?

Yo apostaté. A los veintitantos hice toda la documentación, todos los pasos y oficialmente ya no pertenezco a la iglesia. Eso para mi fue un subidón. Pero cuando escribo una novela es un proceso de locos y no sé lo que voy a escribir al día siguiente. Entonces me levanto por la mañana e inconscientemente cierro los ojos y digo: “Dios mío, por favor ayúdame a que me entre la inspiración (ríe). Vuelvo a eso de “por favor Dios mío, aunque sólo sea hoy, pero ayúdame”. (ríe) No sé cómo hacerlo de otra manera. Pero no rezo padres nuestros ni aves marías. No.

Afirma que da un paso adelante para ayudar a que las cosas cambien. ¿Cuáles son los cambios que anhela?

¡Son tantos! Tantos en tantas cosas. Porque esto forma parte de todo un engranaje. Esto es memoria histórica también. Nosotros somos memoria histórica. Ahora solo se habla de la memoria histórica de las cunetas, pero es que nosotros también estamos en una cuneta. Estamos silenciados. Hay muchos tipos de cunetas. Y hay unas que son mucho más perversas que otras. Nosotros ni siquiera tenemos derecho a nada, ni siquiera a hablar porque estamos vivos, pero nadie nos escucha. Hablamos y no se nos escucha. Eso es estar en una cuneta. Es otra parte de esa memoria y eso tiene que cambiar y tiene que hacerlo desde el Gobierno.

No tenemos que esperar a que la iglesia haga. El Gobierno tiene que actuar. Somos un Estado aconfesional. ¿Por qué tenemos que tener un respeto con esta iglesia y no con las demás? ¿Quiénes son? ¿Por qué tienen este poder? No entiendo. ¿Por qué tienen todas esas inmatriculaciones que acaban de aparecer? ¿Qué es esta forma de robar? ¿Por qué esta impunidad? ¿Qué hay detrás?. ¿Quién hay? Eso me gustaría saber. ¿Por qué no nos dicen las cosas? Esto tiene que cambiar. Somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos que ser generadores de noticias y no víctimas de las noticias. Tenemos que cambiar este concepto.

Yo tengo tiempo y además tengo paciencia, porque tengo 54 años y ya he vivido. Me ha costado mucho sobrevivir. He pensado muchas veces en morir. El tiempo que me queda quiero usarlo bien. Quiero irme de aquí con todas mis verdades encima.

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