Van Rompuy se va a ver al Papa. Después de decirles a los italianos que necesitan reformas y no elecciones, se encamina a la Santa Sede. Suponemos que irá a decirle a Benedicto XVI, lo mismo. Que el estado vaticano necesita con urgencia reformas, no elecciones.
No sabemos a cómo anda la prima de riesgo del Vaticano, ni si tienen bajo control sus cuentas, o cómo andan de austeridad. Tampoco si desde el norte les ven como vagos del sur que se pasan el día rezando y sacando santos en procesión, en lugar de trabajar; si los mercados van a por ellos, algo habrán hecho.
Tampoco sabemos si en el enésimo informe de la Comisión Europea para corregir las previsiones de su anterior enésimo informe, se pronostica recesión para el PIB Vaticano, o si aventura que no podrá contener el déficit por la desviación del gasto en uniformes y plumas para la Guardia Vaticana, o si dictamina que necesita una reforma urgente para acabar con las rigideces y la falta de vocaciones que lastran su mercado laboral.
Pero hay algo que sí sabemos a ciencia cierta. Si las instituciones europeas, como el BCE o la Comisión, y las personas que las dirigen, como Van Rompuy o Durao Barroso, se dedicaran un poco más a hacer su trabajo y algo menos a decirnos a los demás lo que tenemos que hacer, la idea de Europa no estaría tan enferma y el Euro sería una moneda mucho más fuerte.