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«Ágora», compromiso frente al oscurantismo

La irrupción en las pantallas de Ágora, película de Alejandro Amenábar, está constituyendo  bastante  más que un acontecimiento cinematográfico. Trato de destacar aquí los aspectos que tienen que ver, más allá de con la obra de arte, con el compromiso de los intelectuales, la libertad de expresión y el progreso de la razón.

      Sobre el compromiso de los intelectuales, hubo hace unos meses un debate muy instructivo en El País. Uno de los litigantes alegaba el derecho de quienes, desde posiciones  leninistas, venían evolucionado hacia posiciones más conservadoras. No negaré yo, los hados me libren, el derecho de cada quien a hacerse mayor como le convenga, tenga o no que ver con las modas o las encuestas. Amparado en ese mismo derecho, he recordado el exagerado contraste de ciertas actitudes intelectuales con las del cineasta que nos ocupa. Tal vez yo esté equivocado al entender que el intelectual, más allá de por su remuneración o reconocimiento, lo es por el compromiso con su obra y con los retos de su tiempo, los cuales puedan trascender al  progreso de la humanidad. 

      Amenábar ya había dado prueba de su actitud en la filmación de Mar adentro. En ella abordaba con admirable humanidad el tema polémico de la eutanasia, candente desde hace tiempo pero tildado como anatema por quienes sistemáticamente se oponen a las libertades personales y a la racionalidad. Ignoro la influencia que ciertas alharacas ejercieron en el autor de Ágora para que asumiera el empeño de su realización. Si que recuerdo el cuestionamiento, tal vez retórico, que nuestro autor se hacía en la radio sobre la escasa repercusión que había tenido en los medios de masas un personaje tan sugerente como Hipatia. En todo caso, él si que se ha ocupado de que el ejemplar compromiso intelectual de la filósofa alejandrina tenga el reconocimiento merecido y vuelva a iluminar a todos, a intelectuales y legos.

      Más allá de los méritos cinematográficos, en la realización de Ágora Amenábar ha sido generoso con su inteligencia, esfuerzos y riegos ponderables. Además de arriesgar su propia fortuna para que sea la película española con mayor presupuesto, hay otras decisiones no menos importantes y/o polémicas. Hacer el rodaje en inglés, la elección del elenco, los escenarios, y otros elementos, entre los que no hay que olvidar la parafernalia de su difusión, intuyo que son todas decisiones-por discutibles que puedan parecer-sometidas todas al fin primordial de contar una historia importante y necesaria.

      Conviene recordar al respecto las grandes dificultades que tiene aquí  el cine español para su reconocimiento. No insistiré en el tratamiento preferencial que películas americanas-incluso de segunda fila- tienen, en promoción publicitaria y permanencia en la cartelera por el entramado de las empresas distribuidoras/exhibidoras, sobre las españolas. Recuerdo al respecto la peripecia que viví en primera persona para disfrutar Camino, obra de  Javier Fesser con el máximo reconocimiento en la anterior ceremonia de los “Goyas”. Este film, recomendado para mayores de trece años, fue programado en horario infantil (12 y 15 horas). Tal extremo curiosamente no aparecía en la cartelera de la prensa. Este dato, así como la respuesta azorada de los empleados de las salas ante mis pesquisas sobre tan descabellado horario, me convencieron de la sibilina censura que se había tramado contra esta obra que venía a cuestionar aspectos de otraObra: la de San Escrivá de Balaguer.

     Volviendo al empeño del autor de Ágora, creo de los más acertados el de aceptar la oportunidad para  el debate sobre el dogmatismo religioso. Ello sin rehuir los agravantes del mismo cuando éste controla el poder político. Entiendo atinada la reflexión que se ofrece para analizar la situación en clave española. Pero tal vez más lo es para el ámbito mundial. Con bastante frecuencia los poderes, del llamado mundo occidental, propagan la simplificación interesada, y con frecuencia falaz, sobre el integrismo islamista como el peligro absoluto y origen de los más graves terrores. Con astucia se olvidan concomitancias como las de que fuera su Dios quien la sugiriera a Bush que tenía que atacar Irak. Por ello resulta perfectamente aleccionadora la narración de que los desmanes del fanatismo religioso pueden repetirse igual manera con el politeísmo, el judaísmo, el cristianismo, o el islamismo que allí estaba por llegar.

     Quien la ve acaba con un cierto sabor agridulce por la recurrencia en el fanatismo. Tanto en la misma película, así como el que sucederá después en la historia fuera. ¿Quién, contemplando la curiosidad de Hipatia sobre el funcionamiento de los astros, puede olvidarse de lo que le sucederá siglos después a Galileo? Pues aunque el papa Woytila dispusiera reparar  aquella persecución a la ciencia y a su desventurado forjador, la historia sigue y el obscurantismo también. A mí se me ocurre contarlo con reminiscencias musicales: En Italia tuvo que ser/ con su Roma Vaticana/ dónde el film de Amenábar/ con la censura chocara. Así es, en el cortijo de Berlusconi y Ratzínger, además de empeñarse en mantener las cruces en las escuelas, Ágora de momento no se puede estrenar pese al empeño de seis mil cinéfilos.

     Qué  largo y arduo el camino del conocimiento y las luces para la humanidad. ¿Es oportuno volver ahora al debate de los intelectuales y el compromiso? Mejor no. Que siga respondiendo Amenábar, además de con su encomiable empeño, con lo que dice en la película a través de su protagonista. Recordemos, cuando, ya condenada, se dirige con un mensaje valedero para toda la humanidad al obispo ¿moderado? en que se ha convertido un ex discípulo, diciendo: “Tú no has cuestionado nunca aquello en lo que crees”.

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