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Afrancesados

A los que ya nos gustaba la «grandeur de la Françe», su cultura, su «savoir faire» aunque a veces detestemos ese chauvinismo que nos deja fríos, aunque he de reconocer que en otras ocasiones me entusiasma ver cómo una nación hace suyos a los héroes extraños y hasta recupera la memoria histórica a través de ellos, como sucedió con el guerrillero luanquín Cristino García Granda, fusilado por el franquismo allá en los años 1946 y a cuyo homenaje luego se juntaron miles de personas en París, y a quienes los franceses le concedieron el privilegio de otorgarle varias de sus patrias calles, aquélla que después de todo supo acoger a tantos exiliados.

Ahora que el patriotismo americano lo arrasa todo con tal de imponer su voluntad e interés estratégico en lo político y en lo económico, pasándose por la entrepierna la ética política y humanitaria, la Corte Internacional y las propias resoluciones de la ONU, ¡pues que le den! Ahora que el Sr. Aznar se ha pasado al bando yanqui, que ha apostado por la cultura del «Reader Digest» y la comida rápida, pasando de culturalismos y de pasados históricos, y ha empezado a chapurrear en anglo-yanqui, comenzando a hacer las mismas tonterías políticas y sociales que su amigo Bush, ¡que paren este tren que me bajo en la próxima!

Cuando los obispos españoles y la iglesia entera ha perdido su capacidad de trasmitir la fe, la comunión de las iglesias y encandilar a los suyos en la construcción de un nuevo espíritu, y en cambio ha optado por tirar de tiara, báculo y presión optando por los ultrasur, haciendo de la Iglesia la casa de los «kikos» y los «neocatecumenales» que se van imponiendo por acción y devoción del caballo de troya cántabro que nos van inundando en pueblos y parroquias de tales concepciones, aunque alguna que otra pintada se va ganando al respecto.

Pues eso, viva la madre Francia. Cuando en España es imposible tocar una Constitución, y en Europa es toda una realidad con la cual la jerarquía católica y sus compañeros de viaje juegan a cambiar intereses para meter de rondón en la nueva Constitución europea, el tema pancristiano, católico y romano como herencia, hasta han tenido la suerte de que todo ello se pueda firmar en Roma en vez de Francia. ¡Que vamos a decir!

Ante todo ello qué quieren que les diga, al igual que los ilustrados liberales asturianos, yo me hago jacobino «un sans culotte» y voto y canto por la «grandeur» de Francia que aún predica con el ejemplo sobre su ética política y cultural, como bien nos recordaba no hace mucho el profesor Cuenca Toribio en el Ateneo Jovellanos, hablando y filosofando sobre la coherencia de la postura de Francia en Irak.

Una nación donde su concepto laicismo debía ser una marca de referencia, para la escuela, para los políticos, etcétera. Concepción que llega incluso a la esencia de la propia masonería, a la cual desviste de esoterismos, cábalas y magias variadas, y cómo no iba a llegar ese «grandeur» a una acción cultural no de tan altos vuelos como el Instituto Cervantes, pero más ejemplar y popular y efectiva como es la Alianza Francesa, ante ello qué quieren que les diga, si algún día me pierdo que me busquen en Francia, en la rue Cadet bajo la triple enseña de «Libertad, igualdad y fraternidad», porque a buen seguro que como aquellos liberales asturianos yo también me habré convertido en afrancesado, y espero no ser tan tibio como alguno que luego pasó al servicio de su majestad británica.

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