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Miliciano taliban, frente al estadio de cricket de Kabul.

[Afganistán] Un año a oscuras bajo la tiniebla de los talibán

Los fundamentalistas reconstruyen su régimen de terror mientras la hambruna amenaza a 20 millones de afganos. Incapaces de hacer funcionar los servicios básicos o la seguridad del país, dan cobijo a los yihadistas de Al Qaeda.

“De no habernos salvado unos ángeles ya me habrían apaleado en la calle. Los talibán me habrían arrestado, mi ex marido me habría maltratado o me habrían forzado a casarme de nuevo y me habría vuelto loca. Si te soy sincera no tengo ni idea de qué estaría haciendo ahora de seguir en Afganistán, pero estoy segura de que no hubiese sido nada bueno”, se sincera Jateré Dadfar al teléfono desde Bilbao. De fondo se oye a su niña, Barán, certificar a carcajadas que las dos han renacido en España.

Hace un año el horror gobernaba las vidas de madre e hija. Este periodista fue testigo tangencial de su peligroso periplo, desde un rincón de la provincia norteña de Sar-e Pol al que acababan de llegar los talibán poniendo precio a su cabeza hasta el inenarrable caos de las evacuaciones desde el aeropuerto de Kabul. Jateré y Barán están a salvo gracias al trabajo sin descanso de las autoridades españolas, evacuando a cientos de afganos y ayudándoles a reemprender sus vidas en un lugar seguro.

Atrás dejaron un país que no levanta cabeza, donde el hambre y el miedo campan a sus anchas gracias a una tormenta perfecta de males: un Gobierno incompetente en todo menos en tomar el pelo a la comunidad internacional, unas sanciones estadounidenses proyectadas contra quienes ocuparon el poder, pero que dañan principalmente a la población bajo su régimen y un lugar en el que suben los precios a la par que bajan las donaciones de ayuda para paliar las múltiples crisis que azotan Afganistán.

“La asistencia humanitaria sigue siendo desesperadamente importante, al igual que las necesidades de reconstruir los destrozados medios de vida agrícolas y volver a conectar a los agricultores y a las comunidades rurales con los mercados rurales y urbanos”, señaló taxativamente el pasado mayo Richard Trenchard, representante de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO). “A menos que esto suceda”, enfatizó, “no habrá salida a esta crisis”.

Hambruna severa

El último informe de Naciones Unidas era alarmante: cerca de 20 millones de afganos, la mitad de la población, se enfrenta a una hambruna severa. No en vano, la última petición de la ONU para ayudar a los afganos fue la mayor de su historia: 5.000 millones de euros se requieren para paliar el hambre, mejorar sus medios productivos y sostener servicios básicos. Los fundamentalistas talibán, cuyo sancionado Gobierno carece de reconocimiento, son un escollo en esta acuciante crisis.

“No es necesario reconocer a los talibán para mejorar la situación económica del país, pero ellos son precisamente el escollo. Las sanciones no ayudan, pero hay pocas alternativas a presionarlos para que cambien su comportamiento“, admite Ana Ballesteros Peiró, investigadora en el CIDOB y una de las mayores conocedoras de las dinámicas regionales. Según ella, “hace falta mayor implicación a la hora de presionarlos a ellos y a sus valedores para que acepten un mínimo de cambios, pero como cualquier (des)gobierno autoritario/totalitario, cualquier apertura puede suponer su fin”.

Por “valedores” la experta se refiere a Pakistán, que ostenta un papel crucial aunque silencioso en los acontecimientos que llevaron al presente escenario. La porosa frontera paquistaní fue durante años retaguardia de unos combatientes talibán determinados a acabar con el Gobierno republicano, dependiente de Estados Unidos y, a ojos de Islamabad, demasiado favorable a la rival India. Los paquistaníes consideraron que el Emirato Islámico que propugnaban los extremistas casaba más con sus intereses.

El repliegue de tropas internacionales de Afganistán desde la primavera de 2021 dio alas a los talibán. Sus milicianos se cerraron rápidamente sobre las capitales provinciales frente a unas fuerzas oficialistas afganas que, a pesar de haber recibido armas y adiestramiento de nivel OTAN, hacían aguas frente a un enemigo mucho más motivado. Los talibán alcanzaron Kabul en cuestión de semanas. Como guinda, el presidente afgano, Ashraf Ghani, huyó en secreto a última hora cargado de fajos de billetes.

Plan de paz fallido

Frente a unos talibán legitimados tras haber acordado en 2020 en Doha un fallido plan de paz con EEUU, que alegaban ser más tolerantes, benignos y haber aprendido de los errores de su anterior lustro negro, los afganos, o mejor dicho las afganas advertían de que todas aquellas palabras melifluas eran falsas. No erraron.

Mientras se muestran incapaces de hacer funcionar servicios básicos o de mantener la seguridad, los talibán han demostrado ser altamente eficientes en reprimir a las mujeres. “Estas políticas forman un sistema de represión que discrimina a las mujeres y a las niñas en casi todos los aspectos de su vida”, subraya Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional.

Los talibán comenzaron prometiendo derechos para ellas “dentro de los límites del islam” para, paulatinamente, prohibirles viajar solas largas distancias y estudiar Secundaria, y obligarlas a todas a cubrirse el cuerpo por completo. Si gran parte de la ayuda internacional a Afganistán estaba sujeta a que los talibán no desenrollasen sus leyes draconianas, el resultado ha sido desastroso. Los gerifaltes barbudos siguen paseándose por algunos foros internacionales, pero pocos los escuchan.

Entre estos altos cargos hay, según la ONU, docenas de personas vinculadas a Al Qaeda, la organización terrorista que los talibán se comprometieron en Qatar frente a EEUU a no acoger en su país. Tantas promesas para que, a finales del pasado julio, Washington acabara matando al mismo líder del grupo, Ayman Zawahiri, en un barrio pudiente de Kabul.

“Los talibán han violado el acuerdo dando asilo a Zawahiri, el terrorista internacional más buscado en el mundo. Su organización amenazaba a EEUU de forma rutinaria, así que cualquier lectura del acuerdo de Doha indica que hubo una violación”, sentencia Asfandyar Mir, experto en yihadismo en el Institute of Peace. Mir apunta a que el dirigente “no estaba proporcionando una mera orientación política anti EEUU a su movimiento global, sino que estaba profundamente involucrado en asuntos operativos”.

Red Haqqani

Los talibán, cuyo vice emir Sirajuddin Haqqani lidera una de las ramas más letales de Al Qaeda, aseguran que no sabían nada sobre la presencia de Zawahiri en su territorio. Pero nada más conocerse el asesinato, organizaron una protesta contra el ataque por considerarlo una “violación de soberanía”. Habilitados por Occidente para regresar al poder empleando una ristra de mentiras, y tras abrir las puertas de Afganistán a quienes propugnan la destrucción de Occidente, los talibán lidian su propia guerra contra el Estado Islámico, un rival dispuesto a dinamitar los débiles cimientos del Gobierno afgano en aras de la misma ideología. Perro come perro.

Desde Bilbao, Jateré sigue a diario la terrible situación en el país, donde permanecen varios de sus hijos adolescentes, pero trata de concentrar todos sus esfuerzos en la oportunidad que su pequeña ha recibido. No ha sido un año fácil. “Al llegar me sentía como una cría en su primer día de escuela, sin sus padres y sin conocer nada alrededor”, reconoce. “Lo más duro en un primer momento era, simplemente, no saber castellano“.

Al llegar, aparte del apoyo institucional, Jateré y Barán sólo se tenían la una a la otra. Compartían piso con un matrimonio de compatriotas molestos con los lloros de la cría. “La cultura, el idioma, el lugar… todo era distinto. Era incapaz de comunicarme. Había días en que me sentía devastada y sólo podía llorar. Sentía que no podía más. Algunas situaciones, como un problema de muelas que tuve, resultaron ser casi tan dolorosas como lo que había sufrido en Afganistán”.

Pero la joven no se arredró. “Muchos días me perdía al llegar a casa, no sabía qué bus coger o cómo comprar. Mi única forma de conectar con los españoles era diciendo ‘hola'”, recuerda. Tuvo que renunciar a ir a clase de castellano porque, según explica, sólo recibía de la Administración un billete de ida y vuelta diario, el cual prefería gastar en llevar a Barán a la guardería. “Así que decidí ser mi propia profesora. Leía todo lo que caía en mis manos y veía vídeos españoles“. Habla español con soltura.

Poco a poco la vida de las dos cambió. “Ya no tengo miedo a caminar por la calle. El Gobierno me ayudó lo suficiente como para poder mantenernos por nuestro propio pie. Puedo alimentar a mi hija y tengo un hogar seguro. He encontrado amigos españoles maravillosos”, reconoce ufana. “Ya no me pierdo al llegar a casa, sé qué autobús coger y cómo comprar. Barán ya no llora, tiene una salud estupenda y ha hecho amigos. Paseando por Bilbao, juntas hemos descubierto qué cafeterías nos gustan y hemos ido a museos. Así de repente, la vida nos mostró una cara desconocida. Una nueva Jateré con pasión por vivir ha nacido”, celebra. “Ahora sólo quiero aprender mejor la lengua, encontrar un trabajo de lo que sea para contribuir a este país e integrarme mejor en la sociedad española”.

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