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Abracemos la dieta de Jesús

La figura del hijo de Dios sigue marcando tendencia, incluso en terrenos tan insospechados como la nutrición

Por si no se habían dado cuenta en anteriores capítulos, se supone que esta columna trata las extrañas relaciones entre los famosos y la comida. Y hoy voy a hablar del hombre más famoso de todos los tiempos después de los Beatles, Jesucristo. Me consta que no es un personaje de rabiosa actualidad, y que alguna cosilla se ha dicho ya de su vida y milagros en los últimos 2012 años. Pero la figura del hijo de Dios sigue marcando tendencia, incluso en terrenos tan insospechados como la nutrición.

Si usted no está metido en círcu­los de cristianos integristas estadounidenses o de amantes de lo insólito como yo, es posible que no sepa de la existencia de la llamada “dieta de Jesús”, “dieta aleluya” o “dieta del Señor”. Consiste en imitar los hábitos alimentarios de Cristo para mantener un cuerpo sano y fibrado como el que luce el Mesías en estampas y crucifijos. Es decir, consumir solo aquellos productos mencionados en la Biblia más aquello que se supone que la gente humilde comía en la Palestina del siglo I: legumbres, fruta, verduras, frutos secos, pan integral, pescado de cuando en cuando, y carne, casi nunca. En resumen, una dieta mediterránea a la antigua o, visto desde otro prisma, lo que come el jipitrusco orgánico medio.

Como debe ser tratándose de religión, el movimiento se ha dividido en múltiples sectas enfrentadas, cada una con su líder particular. La de George Malkmus defiende que Jesús era vegano: suena muy lógico que en mitad de los secarrales de Judea el Señor tomara tofu, seitán y leche de soja en vez de queso de cabra. Pero hay otras que también molan, como la de Jordan S. Rubin, que prohíbe las ostras, la anguila y los anacardos por “impuros” (¿?). También me parece fenomenal que estos y otros gurús vendan a precio de oro suplementos dietéticos con nombres como Salud Divina, que el negocio no está reñido con la fe.

Quizá sea porque estamos en Navidad, pero creo que la dieta de Jesús es mi favorita de todos los tiempos, por encima de otras tan fascinantes como la de las papillas para adultos, la de los respiracionistas que se alimentan de la luz o la de la alcachofa de Rociíto. Solo le encuentro un defecto: que no tiene una famosa que la practique, algo absolutamente imprescindible en todo régimen disparatado que se precie. Propongo una candidata: es hija de Isabel Preysler y el marqués de Griñón, ha vivido un subidón de fervor en los últimos meses y lleva en el iPhone el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y encima es mona.

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