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Aborto y control económico

Las políticas antiabortistas tienen amplias simpatías entre los sectores católicos más conservadores, pero también en otros no tan explícitamente religiosos, como UPyD e incluso entre sectores de izquierdas nacionales e internacionales

A la vista de las últimas amenazas del Gobierno con aprobar su ley del aborto antes de finalizar el año, habría que recordar algunas cuestiones. Para empezar, que las políticas antiabortistas tienen amplias simpatías entre los sectores católicos más conservadores, pero también en otros no tan explícitamente religiosos, como UPyD e incluso entre sectores de izquierdas nacionales e internacionales. Sub­yace una atracción fatal entre todos ellos bastante más materialista que una altruista protección ética de la vida del feto.

Miembros de la institución católica ya apuntan otra perspectiva sobre el aborto. El obispo de Alcalá de Henares nos avisaba de una conjura de poderosos proabortistas para “reducir la natalidad” (elmundo.es, 27 de abril de 2013). El nuevo portavoz de la Conferencia Episcopal anunciaba tajantemente que no es una cuestión religiosa, ni una contienda de la Iglesia (publico.es, 22 de noviembre de 2013).

Este ímpetu en pro de la regulación de la política sexual y reproductiva, junto a la reforma del Código Penal, son, sin lugar a dudas, las estrategias definitivas para acabar con las políticas de igualdad y contra la violencia machista. La reducción de presupuesto, hasta ahora, se ha justificado a tenor de la exigencia del pago de la deuda, a pesar de que son partidas demasiado pequeñas como para mantener tal versión, el 0,0108% del total del presupuesto consolidado, según el informe del área de Mujer de IU de 2013. Tam­bién las modificaciones del Código, continuando con una aplicación judicial cada vez más patriarcal, van a terminar por invalidar la denuncia de las mujeres violentadas y la posible protección de sus hijos e hijas.

Sobre nuestro Estado planea una rápida rearticulación del dominio y explotación de las mujeres de sello institucional, si se observa detenidamente el esfuerzo de su maquinaria ideológica. Se ha proclamado un nuevo marco gallardoniano de derechos sexuales y reproductivos, donde únicamente se garantiza una parte de los derechos: “No solamente no los voy a recortar, sino que voy a aumentar la protección del derecho reproductivo por excelencia, que es la maternidad” (elpaís.es, 7 de marzo de 2012). Derechos vacíos sin condiciones materiales para garantizarlos, como por ejemplo un aumento de servicios de cuidados.

En su lugar, el señor ministro ha puesto a desfilar el imaginario sobre las mujeres de sus antepasados franquistas: ser auténticamente mujeres siendo madres hogareñas y dominadas por la violencia. La Sección Femenina en este país dirigió esta tarea junto con la Iglesia, pero no olvidemos que también se proclamaba este modelo en EE UU durante los ‘50 y ‘60, y sin que mediara institución religiosa.

La lógica de su batería ideológica explora de nuevo el situarnos exclusivamente como seres gestantes, lo que bajo su esquema significa la obligación a atender las necesidades y deseos de otrxs. Imponernos la falacia de que las mujeres no somos capaces de ser morales, porque estamos determinadas por el instinto maternal amoroso a nuestra prole, implica que no podemos constituirnos de manera individualizada, singular. En definitiva, nos enfrenta a la dicotomía de ser madres con derechos por procuración de los varones dueños de sí y para sí, o ser mujeres ‘públicas’ sin ningún derecho.

Algún tiempo más tarde, la señora Mato ha iluminado los términos de este marketing anunciando que no iba a dar cobertura desde la salud pública a todas las maternidades. Se anulaba el acceso a las técnicas de reproducción asistida a aquellas que no asuman pareja varón. La “protección del derecho reproductivo por excelencia” no da garantías a todas las mujeres y, al mismo tiempo, se protege obligatoriamente a las madres heterosexuales. Ve­mos claramente su menú de derechos-lentejas.

Amores idealizados

El envoltorio edulcorado juvenil para esta subordinación son historias amorosas idealizadas, que se difunden machaconamente por las producciones culturales más comerciales, sin complementos religiosos la mayoría. Vuelve, con empuje publicitario, una remasterización de los cuentos de princesas destinadas al amor deshabitado de amor a sí mismas, que apoya el proyecto vital de su amado por encima del suyo y de cualquier otro serCrepúsculo, Violetta de Disney Channel, Cásate y sé sumisa, etc.–.

Lo vistan como lo vistan, tenemos experiencia histórica de lo que significa esta concepción de subjetividad amorosa fusionada con el otro: la despolitización de la existencia humana interdependiente. Significa codifi­car una naturalización de la feminidad dependiente de una masculinidad supuestamente autosuficiente, esa pareja individualista que nos priva del desarrollo de una moral libremente responsable de sí y de nuestros actos sobre lo otro.

Vuelve, con empuje publicitario, una remasterización de los cuentos de princesas

La estrategia política de exponernos más a la violencia y alienarnos de nuestros cuerpos, despojándonos de nuestros derechos sexuales ­singulares o universales como el derecho a vivir seguras, es una irresponsabilidad moral de orden individualista, competitivo, bárbaro. Y aquí confluyen curiosamente gobiernos de derechas como el español, o de izquierda keynesiana como el ecuatoriano, que se invisten de legitimidad paternalista para designar y enjuiciar a las mujeres, pero no para protegerlas de la violencia machista.

Deseos de paternidad

Un análisis más significativo debe indagar sobre este interés por controlar a las mujeres moral y eco­nómicamente. Recordar que con el ­liberalismo se ha celebrado la herencia propietaria para la descendencia masculina burguesa. Y en un segundo momento, a este mismo orden se han adscrito los varones de clases trabajadoras. Congregados todos los deseos de paternidad interclasista junto con la maternidad forzosa y sometida, el capital sólo tiene que organizar la reproducción de la vida. Eso sí, de manera amorosa y gratuita. Ahora anda en la promoción de mano de obra barata en lugares estratégicos como nuestro Estado privatizado, o como en Chile, donde se proponen medidas como el bono para el tercer nacimiento. Ésa es la hoja de ruta: desmoralizarnos para despolitizarnos y explotarnos.

Sabemos que una vida buena exige la politización de la singularidad en relación con lo otro, sean seres humanos, otras especies o el planeta. Defendemos que es el tiempo de garantizar con recursos suficientes los derechos singulares como el de ser o no ser madres, tanto como el acceso universal a los comunes, y bajo un orden moral de libertad responsable sobre nuestra existencia. Su tormento es que “si nos tocan a une nos tocan a todes”.

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