La revocación del derecho al aborto por el Tribunal Supremo de los EE.UU. no se refiere a la interrupción voluntaria del embarazo, sino a la necesidad de abortar la transformación social iniciada años atrás por el feminismo y, por tanto, se trata de una sentencia dirigida contra las mujeres. Su desprecio hacia ellas es tal, que la decisión del Tribunal las sitúa como si fueran un objeto sometido a la consecución de objetivos sociales en contra de su voluntad y dignidad.
El sistema no quiere cambios, por eso 50 años después de que se diera un gran paso al reconocer la libertad de las mujeres para no verse sometidas individualmente ante un teórico fin social, se produce una decisión contra todo lo que el feminismo ha puesto de manifiesto como parte de la estructura del modelo androcéntrico. Por eso, han estado trabajando en la sombra y a plena luz para que cada nuevo logro a favor de la igualdad se entienda como una razón más para actuar sobre la raíz de lo que consideran el problema principal, que es el hecho de que se cuestione la superioridad de los hombres y su modelo patriarcal de sociedad, capaz de hacer del abuso, la sumisión y la violencia parte de la normalidad “aceptada” por quienes la sufren.
La demostración más clara de que es una sentencia ideológica dirigida a defender el modelo androcéntrico está en las palabras de Donald Trump, quien durante su presidencia, y previo anuncio electoral para ganarse el voto de los sectores religiosos más conservadores, dijo que nombraría para el Tribunal Supremo a jueces que estuvieran a favor de derogar el derecho al aborto. Pero también se ve esa estrategia machista en la propia sentencia cuando el juez Clarence Thomas recoge que, “aunque el fallo se refiere al aborto, la lógica requiere al Tribunal reconsiderar decisiones sobre la contracepción, el sexo entre homosexuales y el matrimonio entre personas del mismo sexo”. Y afirma: “tenemos el deber de corregir el error establecido en esos precedentes”.
El objetivo, como se puede ver, no es impedir el aborto, sino abortar la transformación de una sociedad que cada vez se aleja más del modelo androcéntrico tomado como “orden natural” bajo el mandato de los hombres y la inspiración de Dios. Porque esa es otra de las claves.
Si se tratara de una decisión basada exclusivamente en el criterio de los hombres podría ser cuestionada, pero la forma de evitar ese “conflicto democrático” es elevar a la trascendencia divina los argumentos, y afirmar que va contra el mandato de Dios
Si se tratara de una decisión basada exclusivamente en el criterio de los hombres podría ser cuestionada, como de hecho lo es por la mayoría de las mujeres y por otros hombres, pero la forma de evitar ese “conflicto democrático” es elevar a la trascendencia divina los argumentos, y afirmar que la interrupción voluntaria del embarazo va contra el mandato de Dios. De ese modo se consigue un respaldo en la divinidad de lo que son decisiones humanas, y se presentan los hechos contra las leyes y contra la propia palabra de Dios.
Esta visión facilita que las mujeres sean consideradas doblemente malas y perversas en ese ataque a lo humano y a lo divino, con lo cual el círculo se cierra y el aborto sirve para confirmar el mito previamente establecido de que las mujeres son malas y perversas, o sea, muy malas y muy perversas. Ante una conclusión de ese tipo, la única opción es controlarlas y someterlas para evitar que una “maldad capaz de acabar con la vida de su propio hijo” pueda manifestarse en contra del marido, los hombres y la sociedad.
La expresión de esa idea se refleja en la criminalización de las mujeres en Estados como Missouri, que pretende legislar contra ellas con pena de cárcel por abortar y por viajar a otros Estados o países donde puedan hacerlo legalmente.
El resumen es sencillo. Desde que en 1973 se dictó la sentencia por el caso Roe contra Wade y se reconoció el derecho constitucional de las mujeres a interrumpir de manera voluntaria el embarazo no deseado, se han producido en EE.UU. diferentes cambios legislativos que han ido limitando ese derecho en los distintos Estados. Y ahora, 49 años después, se deja de reconocer, se dice que no existe como tal derecho, y se permite que los Estados lo restrinjan al máximo según la ideología del político gobernante. Todo ello como reacción al movimiento feminista y a las mujeres que representan el mal en sentido terrenal y celestial, por eso se las mete en la cárcel y se las excomulga como paso previo al infierno.
Y lo más sorprendente desde el punto de vista práctico es el significado que hay detrás de toda esa estrategia, puesto que al final, derechos fundamentales como la libertad, la justicia, la igualdad… van a ser reconocidos y limitados de forma diferente según los distintos territorios del país, algo absurdo y sin sentido, salvo que entendamos que se trata de un paso más en la estrategia conservadora y machista para recuperar el modelo de sociedad androcéntrica que tanto añoran.
La situación es tan absurda que, por ejemplo, el propio Derecho establece que el uso de un camino durante 20 años genera una servidumbre de paso, pero, en cambio, el uso durante 50 años de un derecho constitucional puede ser derogado de un día para otro.
La estrategia está clara, el problema es de quienes no quieren o no saben verla. Ya lo vimos en España con el intento de Ruiz-Gallardón para derogar la actual “Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo”. Y mientras todo esto ocurre en la distancia geográfica, la proximidad ideológica aguarda la respuesta del Tribunal Constitucional bajo el sonido de las manifestaciones de los llamados grupos “pro-vida”.