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A cuenta de radicalismos y fundamentalismos, hoy y siempre

Las personas deben ser respetadas, las ideas siempre pueden ser criticadas.

Estamos asistiendo atónitos a un rebrote de la agresividad del fundamentalismo religioso. Cada día un susto o una sorpresa, cada día los medios recogen alguna noticia en torno al tema de la radicalidad religiosa (y/o política): la violencia ejercida contra intereses occidentales en los países musulmanes o islámicos; en Siria los cristianos coptos se alinean con el gobierno de Bashar Al-Assad para defender sus intereses; los judíos ortodoxos ejercen la violencia para imponer su modo de vida a todos los habitantes de Israel. Todos ellos al grito de “dios lo quiere”.

Nos ha parecido siempre curioso que el radicalismo, y sus corifeos, defienda la tesis de que fuera de la religión no hay moral, que solo bajo los auspicios de la religión puede existir una sociedad donde el amor sea la característica definitoria, donde los seres humanos se respeten.

Actualmente estamos viendo cómo las religiones más próximas a nosotros, las llamadas de “libro”, presentan sus negras opciones de violencia, odio, soflamas inflamadas e inflamantes, etc., sin que nadie, o casi, entre sus propias filas las desmienta o descalifique, o como correspondería, condene a su autores.

Manifestar que ninguna violencia es justificable; y por ello tampoco lo es la violencia ejercida por motivos de opinión y que no encuentra más excusa que los preceptos religiosos o desarrollados a su amparo.

Las personas pueden unirse si comparten unas ideas, unos ideales o unos intereses legítimos,; pero esas ideas, esos ideales o esos intereses no tiene derechos, por muchas que sean las personas que los defiendan y por legítimos que sean los intereses que compartan. Sólo las personas tienen derechos, y entre ellos la libertad de expresión.

Nosotros defendemos el derecho a razonar sobre cualquier idea o sobre las actuaciones públicas de cualquier personaje público, sea profeta o sea político. Las libertades de conciencia y de expresión NO pueden ser coartadas por ninguna ideología ni por ningún dios, si que es existiera alguno; sólo la ley puede, si es que algo puede, y exclusivamente, para evitar la victoria y limitar los daños de la demagogia de los enemigos de la libertad del hombre y del hombre libre.

Los insultos a las personas y las mentiras deben ser corregidos, pero las críticas a las ideas, por muy feroces que sean, deben ser celebradas como una aportación al progreso y bienestar colectivo.

Pensar y hacer pensar sobre cualquier tema es lícito; aceptar dogmas acríticamente es dudoso; pero imaginar imponerlos con subterfugios (escuelas coránicas, asignaturas de religión, reclusión en templos y seminarios, ofertas de trabajo, entrega “gratuita” de comida y vestido, etc.) o por la violencia, es un crimen de lesa humanidad.

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