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El aborto en la antigüedad

Hace miles de años atrás hasta nuestros días varios personajes históricos construyeron las bases del debate, que en el presente se discute con tanta fuerza.

¿Aborto si o aborto no? ¿El aborto se practicaba hace tiempo? ¿Siempre existió la clandestinidad? Este debate que hoy se implantó en la sociedad no es nuevo y es de saberse que el aborto no es cuestión del presente y su práctica tiene milenios.

En el antiguo mundo grecorromano, el aborto no era considerado ni crimen ni delito. Es así como el griego Hipócrates, reconocido por sus artes en medicina, sentenciaba en el Juramento Hipocrático “a nadie daré una droga mortal aún cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin. De la misma manera, no daré a ninguna mujer supositorios destructores; mantendré mi vida y mi arte alejado de la culpa.” Si bien los derechos jurídicos y políticos solo se les concedían a los hombres, adultos, de procedencia griega y con alto estatuto social, Sócrates mantenía que el aborto era “un derecho de las mujeres y los hombres no tenían voz en estos asuntos”. Otro filósofo estoico, Epicteto, en el siglo II dice que “es equivocado llamar estatua al cobre en estado de fusión y hombre al feto”.

Por otro lado, otro especialista en artes medicinales y en contraposición a Hipócrates, Sorano de Éfeso, padre de la ginecología y obstetricia, en su obra maestra “Sobre las enfermedades de las mujeres” – siglo II- recomendaba la contracepción mediante el uso de algodones con ungüentos o ciertas sustancias grasosas, pero desaprobaba el aborto por medios físicos por considerarlo muy riesgoso para el cuerpo gestante y promovía el aborto terapéutico en caso que la gestación pusiera en peligro la vida de la mujer encinta: en esos casos se privilegiaba la vida de la gestante porque al nonato no se lo consideraba un ser formado. Pero el gran filósofo Aristóteles es quien le da un marco espiritual al plantear que el feto era totalmente carente de “alma” si este no superaba los 40 días desde su concepción.

En antiguos textos romanos, como Naturalis Historia de Plinio el Viejo se habla de métodos abortivos como Silphium una hierba la cual, entre otros usos médicos “se da también a las mujeres con vino y se usa con lana suave como un pesario -supositorio vaginal- para provocar hemorragias menstruales y con ello, abortos”. Es así que se mezclaba un poco de lana suave con la resina del Silphium y se hacía con ello una esfera, a modo de una pequeña píldora, que se introducía en la vagina para provocar el flujo menstrual. Esta hierba era reconocida por antiguos mundos como Egipto, Grecia, Roma y la antigua Mesopotamia. Otras alternativas era Satureja Montana, infusión de Mentha pulegium o practicas quirúrgicas que también se ven presente, por medios de descubrimientos arqueológicos, en China, Persia e India.

Mientras que, en el antiguo Egipto, el papiro Ebers cuyo origen se remonta a 1.500 a.n.e -antes de nuestra era- en el reinado de Amenhotep I, de la dinastía XVIII, se encontraba recetas para la interrupción de embarazo las cuales se trataban de frutas inmaduras de la acacia, dátiles y cebollas trituradas con miel. Mientras que en los papiros de Kahun -1.800 a.n.e- durante el final de la dinastía XII del Imperio Medio- se sugería la introducción de excremento de cocodrilo con miel para prevenir el embarazo y como abortivo.

Es de entenderse que ninguno de esto métodos eran seguros, más allá de su posible eficacia en el acto abortivo, las personas que lo practicaban corrían un gran riesgo al comprometer su salud física y mental, llevando incluso a la perdida de sus vidas.

La cuestión del aborto y la Iglesia Católica

Tanto en el Antiguo como Nuevo testamento no hay muchas menciones sobre la cuestión del aborto y esto llevo que en los comienzos del cristianismo la Iglesia no pudiera tomar una postura concreta. Fue como Santo Tomás de Aquino -1225-1274- teólogo cristiano, en su escrito “Suma Teología”, hace un seguimiento a lo que Aristóteles planteaba allá en una Grecia incipiente expresando que “el alma no es infundida antes de la formación del cuerpo”. Sin viajar tanto en el tiempo esta misma idea predominaba en otros pensadores cristianos y San Agustín -354-430 d.C-, obispo de Hipona, era uno de ellos, consideraba que el embrión no tenía alma hasta el día 45 después de la concepción.

Esta postura la Iglesia la adoptó en 1312, en el Concilio de Vienne convocado por el Papa Clemente V. Sin embargo, fue recién en 1869 cuando el Papa Pío IX determinó que los embriones poseen un alma a todos los efectos desde el momento de la concepción justificándose con “pruebas” presentadas en los primeros microscopios de la época, cuyos científicos de entonces creyeron ver en el embrión a personas humanas diminutas, a las que denominaron “homúnculo” considerando que se trataba de una criatura perfectamente formada que sólo necesitaba crecer, por lo que estaba dotada de alma. Por lo cual la práctica del aborto era equivalente al homicidio.

Sin embargo, la historia del movimiento clerical ha demostrado que su principal objetivo a condenar ha sido siempre la mujer, incluso en sus “sagrados” escritos sobresale por el gran contenido de misoginia y en la expresión de una mujer que encarna el mal de todo el mundo, pero pura carnalmente, así pecadora y sumisa, así devota y subordinada al hombre. Es así que la Iglesia apuesta a todo cuando surge este sistema irracional que se conoce como capitalismo que de por sí solo somete a toda una gran parte de la población humana a condiciones de explotación pero a una doble explotación al género femenino.

Es cuando la imagen de la mujer pasa a ser el de la madre, la esposa hogareña a disposición del hombre, la hija obediente. Y es acá que nace la representación de la nueva Virgen María que carga al niño Jesús.

No solo cambia la imagen la mujer, sino que con surgimiento del capitalismo la Iglesia está obligada a ser consecuente a este sistema si quiere sobrevivir a los nuevos modos de producción que impone y así garantizar un futuro con la suficiente fuerza de producción para sostener lo más posible este sistema. Y para garantizar eso necesita crear el binomio mujer-madre. Oponerse al derecho al aborto no pareciera ser mala idea si lo que esta en juego es la supervivencia de esta decadente institución de origen patriarcal.

En la actualidad el vicario de Cristo, Jorge Bergoglio llama a que “nuestra defensa de los inocentes no nacidos debe ser clara, firme y apasionada porque está en juego la dignidad de la humanidad, que es siempre sagrada”. Es el mismo Papa que comparo a mujeres y varones trans con bombas nucleares, el que se opuso al matrimonio igualitario y le declaró Guerra Santa a lxs homosexuales, el mismo que ahora trata de “nazi” a quienes luchan por el derecho al aborto. Es la misma Iglesia que persiguió, torturo y asesino a miles de mujeres y personas perteneciente a identidades disidentes. Es así como arrastrando viejas mañas hoy en el siglo XXI la Iglesia sigue metiendo sus rosarios en nuestros cuerpos.

El derecho al aborto lo conquistamos hoy

Es increíble pensar como hace 100 años con la Revolución Rusa se logró aprobar el derecho al aborto y esto fue por la lucha de grandes mujeres que lucharon organizándose y movilizándose por conquistar sus derechos. Hoy no debe ser diferente, es cierto que este debate esta más que presente y su resolución es discutida en un parlamento, pero el campo de batalla esta en las calles y la única forma de ganar esta batalla es con cada paso que se da acompañado de otros. En sintonía con una exclamación que resuena con las luchas del pasado. La conquista se hace en el presente ¡Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir!

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