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Ciencia versus religión

Ambas han sido los elementos de un antagonismo que las hace, a ojos de muchos, simplemente irreconciliables. Cuando Shapin (2000) afirma que “[la] ciencia es una actividad históricamente situada, que debe ser entendida en relación con los contextos en que se desarrolla” (p.26), es posible que se esté reconociendo un primer acercamiento al que podría considerarse como uno de los argumentos que confirman en mayor grado esa irreconciabilidad: el contexto.

En este sentido, si se espera que la ciencia sea entendida en función al contexto en que tiene lugar, por qué no así hacerlo con la religión. Si las verdades que una u otra (religión) han definido como universales y eternas son, en consecuencia, inamovibles, de una suerte de certeza más que absoluta, cómo es que pueden serlo si no existe manera alguna de probar tal conjunto de certezas. Una respuesta —quizás— es la fe. La fe, en un sentido general, es una idea tan abstracta que no tendría cabida en, por ejemplo, la ciencia, a menos que se tenga fe en que la información acopiada para un determinado fin sí cumpla con las expectativas del estudio conducido. Pero, cabe preguntarse entonces, si es acaso un fin para la religión fundamentar con certezas fácticas alguno de sus preceptos dogmáticos.

Y, en relación a la ciencia ¿sería preciso darle un poco más de campo para que incorpore posturas no necesariamente basadas en evidencias contrastables, sino que también se fundamenten —exclusivamente— en la fe? En la religión y en su componente de religiosidad, como se sugirió al principio, se consideran sus preceptos como inamovibles, si bien no se puede desconocer que algunas de sus posturas se han ido adaptando de manera más “contextual” conforme el paso del tiempo, más no así sus dogmas primigenios. De este modo, se tiene que la falta absoluta de certeza, característica de la ciencia, es un factor que con mucha dificultad puede encontrarse en la religión, puesto que en lo que respecta a la ciencia, aún tomándose mucho tiempo, sus ideas y/o conceptos, o las que podrían considerarse a su vez como unas doctrinas, sí lo hacen. Incluso, y teniendo en cuanta una vez más a Shapin (2000), lo que se consideró como una revolución científica en un momento determinado, no necesariamente lo fue en el contexto en que tuvo lugar, aún cuando las mismas personas involucradas en tales hechos revolucionarios así lo consideraran, aunque en un sentido más inmediato.

Así, a finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, los científicos desafiaban la antigua ortodoxia (y, en consecuencia, a la misma religión), ya que “[todos] los días se presentaban fenómenos nuevos sobre los cuales los textos antiguos guardaban silencio” (Shapin, 2000, p. 39). En un sentido similar, este nuevo escenario respondía igualmente a un más intrincado intercambio comercial entre Oriente y Occidente, el cual permitió un flujo constante, no sólo de nuevas ideas, sino también de artefactos.

Sin embargo, entre la religión y la ciencia, a pesar de parecer antagónicas, se pueden establecer elementos en común, no de contenido, sino más de forma. Al respecto Eiseley (1972) sugiere que la ciencia resulta ser “una institución cultural inventada” (p.95), la cual requería de un suelo único para que se desarrollara. De acuerdo a este autor, si bien se pueden rastrear aspectos científicos entre los antiguos griegos y chinos, entre otros (y así igualmente lo hace Shapin), la que puede ser considerada como ciencia moderna no es más sino un resultado de la civilización europea propiamente dicha, heredera de las concepciones medievales y renacentistas que aún le son tan características. Por lo tanto, siendo el cristianismo un eje fundamental de la historia europea a partir de su adopción bizantina, éste sería un pilar en el desarrollo de su cultura y, por ende, de su ciencia. Así, Eisely (1978) afirma que fue el cristianismo “el que finalmente dio a luz en una forma clara y articulada al método experimental de la ciencia misma” (p.62).

Lo anterior puede ser tanto debatible como aceptable. Primero, debido a la evidente persecución sufrida por muchos de aquellos que por medio de sus descubrimientos y aportes a la ciencia resultaron en oposición, incluso siendo creyentes, a los dogmas religiosos y, segundo, porque sin duda alguna el cristianismo fue definitivo en la configuración de lo que hoy llamamos Occidente.

La postura de Brooke (1998) en relación a lo expuesto anteriormente es similar ya que, yendo más allá de los innegables conflictos entre ambas vertientes, el autor busca rastrear y de esa manera establecer relaciones que vinculen la cosmovisión cristiana (judeocristiana siendo más específicos) con el desarrollo de la ciencia occidental.

Sobre este particular, es importante tener en cuenta a Shapin (2000) cuando afirma que la ciencia debe ser abordada partiendo de los contextos específicos en los cuales tiene lugar ya que su entendimiento “debería abarcar todos los aspectos de la ciencia, tanto sus ideas y prácticas como sus formas institucionales y sus usos sociales” (p. 26). Si bien el objetivo de este ensayo no es de determinar la ciencia en cuanto a su historicidad, sino contrastarla con la religión, en una profundización sería recomendable abordar el contexto religioso particular en que la ciencia se encontraba, lo que permitiría evidenciar, si corresponde, lo señalado por Eisely (1958) y Brooke (1998).

Sin embargo, contrario a la ciencia, la religión explica de maneras muy simplistas y absolutistas tanto la existencia del mismo Universo como su funcionamiento, todo ello basado en un plan y voluntad de una inteligencia superior en la forma de una deidad que está por encima de lo que fue, es y será. Esta es la fórmula que fundamenta esa imposibilidad del dogma religioso para tener movimiento: la deidad (en el caso del cristianismo, Dios) es origen, causa y efecto y, punto. Es una certeza y no tiene discusión alguna.

Y, en sentido opuesto, la ciencia se presenta como modificable y para nada absolutista, si bien en determinados contextos históricos parece haberlo sido. No obstante lo anterior, es evidente que muchas concepciones científicas de siglos anteriores ya fueron debatidas en su totalidad y enfocadas de manera diferente mientras, aún cuando la religión (la institución religiosa) se ha adaptado a los cambios de la modernidad, pues de otra manera no sobreviviría como institución, el cristianismo sigue basando sus preceptos en un libro que es inmodificable e incuestionable. Por lo tanto, y reafirmando lo que se ha venido argumentando, la ciencia no es estática y la religión sí lo es.

Por otra parte, aunque la ciencia y la religión resulten antagonistas e irreconciliables en cuanto a, no la búsqueda de sentido de la vida, sino en su manera de hacerlo, sus diferencias son marcadas dados sus propósitos. Al respecto, Udías Vallina (2010) resume dicho conflicto al señalar que:

(…) las dos tienen una extensión y fuerza que las sitúan como las dos más importantes maneras de mirar el mundo. En general, podemos decir que la ciencia trata de comprender la naturaleza del mundo o material que nos rodea, cómo ha llegado a ser, cómo lo conocemos y qué leyes lo rigen. La religión, por otro lado, trata de lo que transciende el mundo o material y pone al hombre e en contacto con lo que está más allá, lo numinoso, lo misterioso…; en una palabra, con el misterio de Dios y su relación con el hombre e y con el universo (p. 13).

A manera de conclusión, podría afirmarse que sí existe conflicto entre ciencia y religión, (tal vez más de la segunda respecto a la primera, particularmente cuando esta se enmarca en un fundamentalismo dogmático que por sentido propio niega y rechaza cualquier oposición), el cual queda evidente en un aspecto en particular: la ciencia ha estado en capacidad de cambiar sus doctrinas como resultado de su confrontación con la duda, con la contradicción y con los resultados que de sus pruebas surjan, aún cuando dicho resultado eche por la borda años, décadas o siglos de supuestos científicos. Mientras tanto, la religión difícilmente renunciando a sus dogmas, parece afianzarse aún más en ellos conforme la evidencia científica los debate y refuta.

Referencias

Brooke, J.H. (1991). Science and Religion. Some Historical Perspectives. Cambridge: University Press.

Eiseley, L. (1972). Francis Bacon and the Modern Dilemma. New York: American Heritage Publishing

Eiseley, L. (1978). El Siglo de Darwin. México: Edamex.

Shapin, S. (2000).  La Revolución científica. Una interpretación alternativa. Barcelona: Paidós.

Udías Vallina, A. (2010). Ciencia y religión. Dos visiones del mundo. Santander: Editorial Sal Terrae.

Miguel Escobar

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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