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Rached Ghannouchi: “El islam no debe imponerse desde arriba, desde el Estado”

El líder del partido tunecino Ennahda y uno de los pensadores islámicos más influyentes explica los cambios del país luego de la “primavera árabe”

Cuna de las llamadas “primaveras árabes” y único país de la región capaz de culminar su transición democrática, Túnez es el laboratorio de pruebas del mundo árabe. En el corazón de su innovadora experiencia se halla Ennahda, el gran referente islamista del país, que actualmente forma parte de un gobierno de coalición con el partido laico Nidá Tunis. El viaje de Ennahda hacia la moderación es fruto de la evolución de su fundador, ideólogo y venerado líder, Rached Ghannouchi (El Hamma, 1975). Este sólido intelectual, que vivió durante casi dos décadas exiliado en Londres, está considerado hoy uno de los pensadores islámicos más influyentes, pues sus reflexiones se siguen con atención en todo el mundo islámico.

-Mientras en el extranjero se aplaude el “modelo tunecino”, un 70% de los ciudadanos consideran que el país va en la dirección equivocada. ¿Cuál es su percepción?

-Hay un sentimiento de decepción porque no han cambiado muchas cosas en la vida de la gente, que pensaban que haciendo la revolución era suficiente. Los tunecinos tienen aspiraciones muy elevadas, pero sus capacidades son limitadas. La situación regional, sobre todo en Libia, es parte del problema, ya que este país vecino es nuestro principal mercado de exportación. Además, antes del conflicto había medio millón de tunecinos que trabajaban en Libia y ahora todos han vuelto, aumentando la tasa de desempleo aquí. Por no hablar del terrorismo y cómo golpeó a nuestra industria turística. Para acallar las demandas sociales, el Estado ha gastado mucho, estamos viviendo de los créditos internacionales.

-¿Teme una explosión social?

-No habrá una revolución en la revolución. La revolución sucedió porque se dieron dos crisis a la vez: una económica, por la corrupción, y una política, por la tiranía. Ahora no hay crisis política.

-En el último congreso de Ennahda, usted definió al partido como “islamodemócrata”. ¿Qué significa este concepto?

-Es una forma de marcar distancias frente al islam violento de Estado Islámico (EI), que considera que la democracia es pecado. Queremos insistir en que interpretamos que el islam es acorde con los principios democráticos. En segundo lugar, por islamodemócratas nos referimos a la aceptación del marco político del Estado-nación y no del califato. Queremos reafirmar nuestra lealtad a la nación y a un Estado basado en los derechos de ciudadanía y, por lo tanto, que discrimina sobre la base de unas creencias. Musulmanes y no musulmanes, hombres y mujeres deben tener los mismos derechos.

-¿Qué otros partidos incluiría bajo este concepto?

-El PJD de Marruecos y el AKP de Turquía, por ejemplo. Espero que esta dirección, la de separar las actividades religiosas de las políticas, sea adoptada por otros partidos islamistas del mundo árabe y que acabe también como marco del Estado-nación.

-Durante un tiempo, Turquía parecía un modelo de compatibilidad entre islam y democracia. ¿Lo continúa siendo?

-No hay un único modelo. Cada país vive una realidad diferente. En Turquía se impuso un modelo de laicismo duro que están intentando cambiar. Túnez, en cambio, nunca fue un país laico. Desde la independencia, su Constitución reconoció el islam, pero de forma suave. El movimiento islamista ha tenido que afrontar esta realidad. El éxito pasa por adaptarse a la realidad.

-¿O sea que Túnez es ya un Estado islámico?

-Sí, lo es. Hay diferentes interpretaciones de qué es un Estado islámico. Algunos dicen que solo es necesario que se pueda elevar la llamada a la oración desde las mezquitas para que sea islámico, es decir que haya libertad religiosa. Desde la independencia, la Constitución de 1956 dice que la lengua de Túnez es el árabe y su religión es el islam. Creemos que el artículo está bien. Lo importante es la cultura y los valores de la gente. La verdadera Constitución está escrita en el corazón de la gente. Como en el islam no tenemos una Iglesia, los que deberían interpretar los textos sagrados no son los clérigos, sino los diputados cuando redacten las leyes. Si ellos, elegidos por el pueblo, tienen valores islámicos, los leyes lo reflejarán. Estamos en contra de la imposición del islam desde arriba, a partir de la fuerza del Estado. El islam tiene que ir de abajo hacia arriba, y no al revés.

-Según un informe de la ONU, Túnez es el país del que han salido más voluntarios para combatir con grupos jihadistas, con unos 6000. ¿Por qué es así?

-Para empezar, esas cifras no están comprobadas. La policía tunecina rebaja la cifra a unos 3000. En todo caso, son muchos. La respuesta se encuentra en el proyecto de Bourguiba tras la independencia, que cerró diversas instituciones religiosas y reprimió a los hombres de religión, lo que creó un gran vacío que ocupó el extremismo a través de los canales satélite, Internet. Los líderes extremistas no son graduados de las grandes instituciones teológicas, como la Zeituna, en Túnez, o al-Azhar, en Egipto. No comprenden bien el islam.

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