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Arabia Saudí abrirá sus cines tras 35 años de prohibición

Más de 35 años después de que la patria del wahabismo plegara las últimas butacas, el cine regresa a Arabia Saudí. El Ministerio de Cultura del reino ha anunciado este lunes la reapertura de las salas comerciales a partir del próximo año en medio de una oleada de reformas lanzada por el todopoderoso príncipe heredero, el treinteañero Mohamed bin Salman.

“La Comisión General para los Medios Audiovisuales ha iniciado el proceso para otorgar las licencias de apertura de cines en el reino. Esperamos que las primeras salas abran sus puertas en marzo de 2018”, ha declarado Awad Alawad, el presidente del organismo en un comunicado que informa de la resolución adoptada este lunes.

Las últimas proyecciones públicas datan de la década de 1980 cuando los cines fueron prohibidos por decreto gubernamental tras años de oposición de los guardianes de la moral más puritana en la cuna del wahabismo, una radical interpretación del islam que ha sido caldo de cultivo de organizaciones como Al Qaeda o el autodenominado Estado Islámico.

En 1979 el asalto y la toma de la Gran Mezquita de La Meca por un grupo de islamistas liderado por Yuhaiman al Otaibi en protesta por la “occidentalización” de la sociedad saudí fue usado por la monarquía absoluta para ahogar cualquier atisbo de aperturismo y tolerancia. En los años siguientes, la música desapareció de la televisión junto a la exhibición de las figuras femeninas; las tiendas de música echaron el cierre y los periódicos dejaron de publicar fotografías de mujeres. Una asfixiante sucesión de vetos que había permanecido inalterable hasta ahora.

“El anuncio de este lunes marca un momento decisivo en el desarrollo de la economía cultural en el reino“, presume Alawad. “La apertura de los cines actuará como un catalizador para el crecimiento y la diversificación económicas. Con el desarrollo del sector cultural en toda su amplitud crearemos nuevas oportunidades de empleo y profesionales y enriqueceremos las opciones de entretenimiento en el reino“, comenta el funcionario reconociendo al fin el tedioso panorama lúdico y cultural de un país que trata de sacudirse su aire pacato y su “adicción al petróleo”.

Hasta la abrupta orden de clausura, las salas –ubicadas principalmente en Yeda, la urbe más liberal de Arabia Saudí ubicada a orillas del mar Rojo, y la ciudad sagrada de La Meca– proyectaban cintas llegadas de Egipto, India y Turquía. En los últimos tiempos los súbditos del país -unos 32 millones de habitantes, insultantemente jóvenes- habían lanzado campañas para lograr espacios de evasión mientras seguían escapándose al vecino Emiratos Árabes Unidos o Bahréin en busca de dosis públicas de séptimo arte o se refugiaban en internet o las televisiones por satélite extranjeras.

Las autoridades -que esperan proporcionar más detalles de la medida y su regulación en las próximas semanas- estiman que la industria de la proyección de películas contribuirá a alimentar el mercado mediático “con una contribución de más de 90.000 millones de riales saudíes (unos 20.350 millones de euros) al Producto Interior Bruto, la creación de más de 30.000 empleos permanentes y más de 130.000 trabajos temporales para 2030″.

“La medida es parte de Visión 2030, el programa de reformas económicas y sociales que lidera el príncipe heredero Mohamed bin Salman”, indica el comunicado. El plan de ambiciosos cambios, que incluye una privatización parcial del gigante petrolero estatal, otorgará a partir del próximo junio a las mujeres saudíes la posibilidad de conducir, una opción prohibida hasta ahora. “El 70% de los saudíes tiene menos de 30 años. Sinceramente no vamos a perder otros 30 años de nuestras vidas tratando con ideas extremistas. Las destruiremos ahora y para siempre”, declaró el pasado octubre Bin Salman a propósito de unas medidas que han desatado también la purga anticorrupción que hace un mes confinó a más de 300 saudíes -entre ellos, decenas de príncipes y ex ministros- en un lujoso hotel de Riad.

La revolución cinematográfica se enfrenta, no obstante, a la censura abierta de los clérigos. El pasado enero, el gran mufti Abdelaziz al Sheij -la máxima autoridad religiosa del país- consideró las salas “fuentes de depravación” porque podrían proyectar “películas extranjeras faltas de recato, inmorales, ateas o corrompidas y alentar la mezcla de sexos” en una sociedad nada acostumbrada al roce, al menos en público. “Espero que la autoridad de entretenimiento no abra la puerta al diablo”, deslizó entonces en declaraciones publicadas en su página web.

El reino, comprometido ahora “con una cultura local abierta y rica” y la misión de “rejuvenecer” el panorama artístico, confía en incrementar el gasto en entretenimiento y ocio desde el 2,9 por ciento actual hasta el 6 por ciento en 2030. Las expectativas que maneja el Gobierno es que para entonces el país cuente con unos 300 cines y unas 2.000 pantallas. Las salas llegan precedidas por el éxito reciente de los conciertos de cantantes regionales e internacionales. “Que se celebraran conciertos musicales fue una vez inimaginable pero resulta cada vez más común”, celebra el comunicado gubernamental.

Hace dos años el primer rumor sobre la reapertura de las salas hizo correr ríos de tinta en la red. Entonces los medios locales vocearon los intentos de unos inversores de proyectar material cinematográfico “respetuoso con las tradiciones islámicas y la identidad nacional”. Poco después, sin embargo, las autoridades apagaron toda esperanza.

El veto vigente hasta ahora impidió que los saudíes pudieran ver en su patria el primer largometraje de la historia del país, Wadjda -que en España fue proyectado como La bicicleta verde-. Tuvieron que viajar a los países vecinos para descubrir la sencilla y cautivadora historia de Wadjda, una niña de 10 años que se enfrenta al conservadurismo que le rodea cuando anhela una bicicleta con la que ganarle la carrera a su amigo Abdalá.

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