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Del sentimiento religioso

El sentimiento religioso se ha convertido en la gran arma de la Iglesia para defenderse una y otra vez de las críticas a su institución y a sus fámulos, sean curas rasos, obispos, cardenales y papas. Da lo mismo la naturaleza de esta crítica, resuelta en chiste mordaz o sarcástico, libelo acerbo o comedia bufa al estilo de Darío Fo. Le sienta mal cualquier modalidad. El humor no va con ella.

Aun así, los católicos tienen mucha suerte. No solo disfrutan de la certeza de que Dios está con ellos, sino que, también, el Código Penal y el Estado de Derecho los defiende. Les basta con tirar del comodín del sentimiento religioso para que la fuerza de la ley civil y penal caiga sobre quienes hayan tenido la osadía de mofarse de aquel. Un comodín eterno, que no parece pasar de moda. Al contrario, las políticas de los sucesivos gobiernos centrales lo han revitalizado. El poder político, sin variar, ha mantenido una actitud negligente con el cumplimiento de lo marcado por un Estado aconfesional, y ya no hablemos de su vagancia ética a la hora de romper los acuerdos con la santa Sede, baldón ignominioso donde los haya.

A los católicos les basta con decir que su sentimiento religioso se siente ofendido en lo más íntimo por un chascarrillo de anda y quítame esas pajas, para que el poder político pierda el culo saliendo en su defensa, y, al mismo tiempo, persiga y ponga ante los tribunales a quienes se limitan a ejercer un derecho consagrado por la constitución, como es la libertad de expresión.

Dados los casos que últimamente se han sucedido se diría que la indefensión jurídica de los segundos, raya en el escándalo, debido, no solo a que el Código Penal sigue penando las llamadas ofensas al sentimiento religioso, sino al hecho de que existen jueces que anteponen sus creencias personales a la propia defensa de la libertad de expresión, sin la cual la democracia es una caricatura.

Que el poder político anteponga la defensa del sentimiento religioso a la libertad de expresión, es uno de los contrasentidos y contratiempos más graves de los que actualmente se dan en un Estado que, para mayor contradicción, se declara aconfesional.

Es urgente y necesario que de una vez por todas se suprima del Código Penal la denominada ofensa al sentimiento religioso. Tal artículo ofende la inteligencia. Además, el sentimiento religioso es una falacia. Su mecanismo de funcionamiento se alimenta de creencias en seres y dogmas que no tienen verificación empírica. Es pura logomaquia. Todo lo que se condene en su nombre será un delito donde no habrá jamás una víctima, a no ser que esta se considere representante y albacea de ese Ser supuestamente ofendido. La víctima real nunca se queja.

Podría afirmarse que el sentimiento religioso no existe, que es mera lucubración. Hipócrates, en el siglo V, el de Pericles, sentó las bases empíricas de que las afecciones del corazón, cordiales y sentimentales, que son fuente de alegría y de pena, de zozobra y de miedo, radican en el cerebro, en la masa craneal, en el encefalograma. Y no en el corazón.

La tesis de Hipócrates tendría una importancia decisiva, pues de ella derivarían los primeros vestigios de lo que, con el tiempo, sería la psiquiatría neurobiológica. Hasta entonces y durante muchos siglos, los desvaríos humanos siguieron explicándose mediante multitud de supuestas razones religiosas -el sentimiento religioso es una de ellas-, proféticas, demoníacas y brujeriles, todas ellas susceptibles de exorcismos, sangrías y encadenamientos, cuando no de persecución y de muerte.

En nuestros días, el sentimiento religioso ofendido parte, precisamente, de esa premisa falsa que ya señalara el médico griego: defender que dicho sentimiento se asienta en el aparato cordial del sujeto, y no en representaciones más o menos delirantes provenientes del cerebro. Cuando estas lucubraciones se ven ridiculizadas y, no se dispone una argumentación racional que ofrecer, se tira por el camino más fácil: el Código Penal. Sin embargo, a una ofensa crítica, basada en palabras, y no en hechos delictivos, habría que responder con criterios o razonamientos que negaran la base argumentativa de la ofensa.

Los sentimientos religiosos como burda argumentación para debelar la libertad de expresión deberían suprimirse. Lo haríamos si repudiáramos de verdad el uso torticero que se ha hecho de dicho sentimiento por parte de quienes han gozado del poder, tanto religioso como político. Un uso que debería ponernos sobre aviso.

En la II República, en 1933, en un Ayuntamiento se discutía la elaboración de los presupuestos. Un concejal intervino proponiendo que en el capítulo de los ingresos se contemplara el dinero que se podría obtener obligando a la Iglesia local a pagar un impuesto específico “por el uso que hacía del campanario a lo largo del año”. Cuando el párroco conoció esta iniciativa, remitió una carta al municipio manifestando que, además de no tener esta potestad para establecer dicho canon impositivo, “hería los sentimientos religiosos de la población, que era toda católica”.

Antes, durante y después de la Guerra Civil, los militares golpistas, como Alfredo Kindelán, afirmarían que “la guerra ha exaltado siempre los sentimientos religiosos de los combatientes”. Y no le faltaba razón. Motivo por el cual deberían ser más cuestionados, máxime cuando se ponen al servicio de un golpe de Estado contra un gobierno legítimo y democrático, como fue el republicano de 1936.

Abundando en la conexión guerra-sentimientos religiosos, otro militar golpista, compañero del anterior, diría que, “si alguien duda de que el sentimiento religioso y el sentimiento nacional viven juntos en la historia de España y ambos se ayudan para fortalecer el alma de los españoles hasta el punto de que si eI uno amengua pronto desmaya al otro y si uno de ellos se exalta el otro se enardece”.

Argumento teocrático que culminaría con esta declaración que la mayoría de las religiones del mundo han defendido con tan nefastos resultados: “el creyente sabe que la muerte cristiana es el pórtico de una eternidad gloriosa y esta creencia sublime le hace invencible”. Tan invencible que no le impedirá inmolarse, para sentarse cuanto antes a la diestra de Dios Padre.

Todo lo cual nos lleva a concluir que el uso y abuso que se hace del sentimiento religioso por parte de quienes explotan la ira de los que se sienten ofendidos, debería encender las alarmas de la racionalidad de la sociedad civil.

Ya sabemos que la jerarquía eclesiástica no dudará en sostener que el sentimiento religioso es lo mejor que le puede suceder al hombre. Lógico. Vive de él y nadie como ella sabe explotarlo con fines económicos.

En cuanto al poder civil, tendría que esforzarse por no caer una y otra vez en sus redes falaces y engañosas. A estas alturas, tendría que estar ya más que escaldado.

Solo un detalle final. Todos los totalitarismos políticos han explotado con mayor provecho dicho sentimiento religioso. Religioso y político. Lo que huele muy mal.

Víctor Moreno, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Fernando Mikelarena, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort.

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