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Perdona a tu pueblo, Señor

Los turistas pagan por ver lo rarita que es la religiosidad de una España que casi no practica y en cambio vende el espectáculo de su presunta fe masiva

En la reciente Semana Santa (así es como la llaman, como si lo fuera) consiguió desarbolarse el intento de la hermandad malagueña de Nuestro Padre Jesús el Rico (un Jesús no muy evangélico si nos atenemos al nombre) de aprovechar la tradición de liberar un preso para excarcelar de matute a un condenado por corrupción. Si lo hubiesen conseguido, habrían aplaudido al chorizo en las procesiones. Cuando España se reengancha al nacional-catolicismo es así. Alguien -quizá un descreído, quizás un cristiano de verdad- se dio cuenta de lo que se tramaba y lo paró.

Era el golpe más imaginativo de esa fauna desde lo de Valencia. Allí a otra banda (también posiblemente adoradora de Jesús el Rico) se le ocurrió traer al Papa para hacer una cascada milagrosa de negocios ilícitos. Aprovechando que la gente no miraba porque bajaba la cabeza para recibir la bendición papal, los hicieron.

En estos días de vacaciones manipuladas al alimón por la vieja religión y el furor del sector turístico se habían adoptado medidas de seguridad en prevención de los integristas islámicos, pero se dejó circular por las calles con más gente a miles de enmascarados a quienes solo se les veían los ojos. La causa de la permisividad: el negocio. Los de las caras tapadas formaban parte del cebo para atraer turistas, muchos de ellos extranjeros, la mayoría no creyentes. O mejor dicho, paganos. Pues se trataba de eso, de que pagasen por ver lo rarita que es la religiosidad de una España que casi no practica y en cambio vende el espectáculo de su presunta fe masiva.

ARGUMENTOS PARA EL RECELO ANTIMILITARISTA

Lo peor de la semana fue lo de la Cospedal: banderas a media asta en todos los recintos militares, en flagante incumplimiento del espíritu constitucional. Con su orden retro, la ministra urgó en la entrepierna del ardor guerrero pues inducía a los militares a creer, hoy como ayer, que pueden situarse en disonancia con la Constitución. Los militares españoles, dedicados habitualmente a tareas de solidaridad humanitaria internacional, merecen más respeto. Pero la Cospedal da argumentos para mantener vivo el recelo antimilitarista.

Tumbados en la playa, muchos ciudadanos han meditado sobre la religiosidad de salón que determina que aquí hay jueces que no quieren que se diga que algo arquitectónicamente mierdoso y políticamente hiriente es mierdoso e hiriente. Dos barras superpuestas perpendicularmente no son siempre una cruz, y en el Valle de los Caídos hay un ejemplo. A mí siempre me ha parecido más bien la empuñadura de una espada. De una espada enemiga, por precisar más. Perdónales, Señor. Pero si no los perdonas, no te lo reprocharé.

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