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Una joven donostiarra con niqab reclama acabar sus estudios, mientras Educación pone límite al velo integral en la escuela

La inclusión y la atención a la diversidad proclamadas por el Departamento de Educación del Gobierno vasco han topado con su límite. Se llama niqab y cubre el rostro de la donostiarra Meryem Echániz, dejando únicamente al descubierto dos pupilas que apuntan fíjamente al interlocutor. Esta prenda, con la que mujeres musulmanas desean consumar su religión con el mayor grado de autenticidad posible, ha planteado un desafío desconocido al sistema educativo vasco. La respuesta ha sido clara. Stop. Hasta aquí. No.

Miren Koruko –así fue bautizada hace 17 años– no puede entrar en clase con esa vestimenta. Su orientación religiosa se retrataba el curso pasado con un pañuelo en la cabeza. Lo llevó en primero de CIP, una formación profesional básica dirigida a alumnos de entre 16 y 18 años sin graduado en ESO. El centro María Inmaculada consintió el uso del velo, entendiendo que entraba dentro del perímetro establecido por la interrelación cultural. La evolución de la joven en su condición religiosa, sin embargo, ha derivado en un cambio de atuendo que el centro, a instancias de los inspectores de Educación, ha rechazado.

Meryem denuncia no poder continuar con sus estudios por trasladar a su aspecto externo su vida interior y se ha visto especialmente agraviada por la negación de sus profesores sin previo aviso, contraviniendo lo que le habían transmitido antes del verano. La chica había adelantado a sus educadores su intención de dar un paso más en la armonización de su vestimenta con sus creencias, lo que derivó en un acuerdo firmado entre responsables del colegio y la alumna para evitar desencuentros.

En él se precisa que «según la Ley del Procedimiento Administrativo, la alumna tiene que estar identificada en todo momento. Por ello, en las zonas comunes debe tener la cara descubierta. En el aula, una vez que haya entrado el profesor e identificado a la alumna, aquél podrá autorizar que la alumna se cubra el rostro».

El compromiso detallaba que «en aquellas actividades en las cuales sea necesaria una vestimenta adecuada o especial por seguridad y/o higiene, el alumno deberá cumplir con dicha vestimenta». Pero esto no preocupaba a Meryem. «La única duda que quedó era relativa a cómo estar cuando saliéramos a la calle en horario escolar. Me dijeron que ya lo veríamos. Pero en lo de identificarme para entrar al aula y volver a cubrirme, quedó claro».

Para su sorpresa, el primer día del nuevo curso «me dijeron que así no podía estar y que desde Inspección habían dicho que no». Pidió hablar con la directora. «Me puse la mano en la cara hasta poder hablar con ella». La respuesta de la profesora no varió. «Para tener esa actitud, mejor que te vayas».

Llegó la cita con la máxima responsable pedagógica del centro y «a pesar de que estábamos fuera del horario escolar, me dijo que para conversar con ella me tenía que mirar a la cara. Me quité el niqab», recuerda Meryem. Interpelada por el documento oficial, la directora señaló que el ‘podrá autorizar’ del párrafo clave quería decir que si el profesor no quiere, no le permitirá estar en clase.

Un examen aislada del resto

Fuentes del Departamento de Educación, cuyas directrices ha seguido el centro, argumentan que «está permitida la utilización del pañuelo, pero no así el uso de la prenda que tapa la cara». Y matizan: «No se trata de una cuestión religiosa, sino de convivencia e interrelación, y por motivos de identificación de la persona». Meryem afirma que «nunca me he negado a identificarme, pero también pido que se me respete. No hay ninguna ley que me impida estudiar así».

Aunque desde Educación sostengan que «debemos hablar con la familia, con la chica y con el centro y tratar este asunto desde el diálogo», la alumna asienta su resignación en las trabas que encuentra para gestionar la continuidad de sus estudios. Ha llegado a una conclusión: «No me dejan ir a clase en ningún sitio».

Para sacarse el último curso de la ESO «he buscado en centros a distancia. Pero tengo que acudir dos días de manera presencial y no me permiten ir con el niqab», dice. La solución aceptada ha sido la de estudiar desde casa y hacer un examen «en una sala donde esté sola, con una persona responsable, y sin niqab. No quería identificarme ante todo el mundo. Al menos así podré examinarme». Después le gustaría hacer auxiliar de enfermería, pero «tengo que acordar las prácticas con Inspección. Podría estar en un sitio cerrado, en esterilización por ejemplo», sugiere.

«Solo pido poder terminar los estudios», clama. «Luego podría irme a trabajar a Londres, donde me consta que hay más mujeres como yo ejerciendo». Toda hoja de ruta que trace para su futuro pasa por el Islam. Es consciente de que si volviera al uso del velo podría finalizar sus estudios sin pegas, pero «sería ir para atrás para llegar al mismo sitio pero no con la misma satisfacción», zanja.

Desea dar carpetazo a una etapa educativa que sufrió el primer revés al iniciar la ESO, coincidiendo con su conversión a la religión musulmana. Se presentó con velo «y no me dejaron ir a clase. Me fui a inspección y me dijeron que me buscarían un centro público». Lo hizo. Tuvo que repetir. «No ha conseguido ponerse al día», sostiene su madre.

El 6 de septiembre, Educación envió a los centros una circular con la recomendación de «no impedir la escolarización a las alumnas que porten pañuelo en la cabeza». Pero el niqab ha dibujado una línea roja. «No creo que una joven con velo integral cause ningún mal a la sociedad», sostiene la joven.

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