Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Democracia y Laicismo

El laicismo actualmente no sólo consiste en mantener la separación entre la Iglesia y el Estado. El laicismo también significa afirmar la libertad de conciencia. La sociedad en la que vivimos no tiene más fundamento que la voluntad de los seres humanos. De ahí viene la importancia de una educación que fomente los caracteres capaces de razonar, de hacer demandas inteligibles socialmente fundadas y de comprender las demandas de los demás. Sin eso no hay democracia.

Hoy la democracia se ve amenazada en muchos lugares del planeta. Uno de los riesgos que la hacen tambalear son los actos criminales y bárbaros provocados por los fundamentalistas religiosos, principalmente islámicos radicales.

Por ello, la educación en laicismo es uno de los pilares que deben mantenerse en los regímenes democráticos. “La democracia educa en defensa propia”, como dice el filósofo español Fernando Savater.

El laicismo actualmente no sólo consiste en mantener la separación entre la Iglesia y el Estado. El laicismo también significa afirmar la libertad de conciencia. La sociedad en la que vivimos no tiene más fundamento que la voluntad de los seres humanos. De ahí viene la importancia de una educación que fomente los caracteres capaces de razonar, de hacer demandas inteligibles socialmente fundadas y de comprender las demandas de los demás. Sin eso no hay democracia.

Laicismo significa separar la Iglesia del Estado. La religión no debe intervenir en asuntos públicos; debe limitarse a los lugares de culto. Eso lo ha aceptado el cristianismo, desde el siglo XVIII, aunque a regañadientes, pues todavía hoy la Iglesiainterviene en cuestiones políticas en muchos países, incluido el nuestro.

Esta expresión sencilla y comprensible del laicismo está en el Evangelio: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo Jesús. Nuestros obispos en muchas ocasiones le hacen oídos sordos a esta expresión.

El laicismo no existe en el mundo musulmán, donde no ha existido nunca una separación entre el Estado y la religión, porque no han tenido una Ilustración como en Occidente. Le falta un Voltaire al Islam, ha indicado Ayaan Hirsi Ali, escritora y política neerlandesa que aboga por una necesaria reforma de esta religión (Reformemos el Islam, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2015).

En el siglo XVIII enseñó Voltaire: “Cada individuo va al cielo o al infierno por el camino que prefiera”. Esa es la libertad de conciencia que debe recordar el cristianismo y que debe aprender el islamismo.

Una de las consecuencias de la libertad de conciencia es el respeto a todas las posturas sabiendo que eso implica que a uno le molesten muchas de las cosas que oye y muchas de las conductas que ve. El verdadero laicismo es el reconocimiento de esta situación y que todos nos acostumbremos a tener que convivir con aspectos ideológicos que no nos agradan. Este convivir, con credos, ideas, actitudes y conductas diferentes, es la democracia.

La religión o la irreligión es un derecho de cada cual. El problema surge cuando, para un creyente, la religión no es un derecho sino un deber para él y para los demás, por lo que trata de imponérsela a los otros.

El filósofo italiano Paolo Flores ha escrito el libro ¡Democracia! (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2013) donde propone que lo más esencial de la democracia es un principio: “una cabeza, un voto”, la autonomía del individuo como fundamento de la civilidad.

En el caso del laicismo, este principio es incompatible con “Una bendición, un voto” o “una misa, un voto”, que desnaturalizan la esencia de la democracia. Esta es laica o no es, afirma este pensador. Dios debe exiliarse de la esfera pública, por muy religiosos que sean los políticos democráticos. La teocracia nada tiene que ver con la democracia.

Escribe este filósofo italiano: “La democracia garantiza que Dios tenga un espacio en el exilio dorado de las conciencias y los lugares de culto, pero debe prohibirle cualquier título de legitimidad apenas pretenda desparramarse en la vida pública.

La presencia de Dios en cualquier fase del proceso de deliberación que lleva a dictar la ley significa un atentado, una colonización heterónoma de la convivencia democrática, de la soberanía republicana”. La democracia debe abogar por la argumentación racional, al discurso apoyado en la lógica, los hechos comprobados, los valores constitucionales deducibles del denominador mínimo “una cabeza, un voto”.

El laicismo – o la laicidad, como también se aplica – debe ser un valor fundamental de un sistema democrático. En democracia, todos debemos ser ciudadanos, no fieles ni creyentes. Para ser ciudadano, un creyente debe renunciar absolutamente a proponer que la ley sancione como un delito lo que para su dogma es pecado.

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share