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Aquella escuela laica de la II República….

Una escuela pública, obligatoria, laica, unificada, inspirada en el ideal de la solidaridad humana y haciendo del trabajo el eje de su metodología, (art. 48, 49 y 50 de la Constitución). Así era la escuela de la II República española.

En este 2016 con una escuela confesional y segregadora, aprobada por ley por un Gobierno del PP, cómo no recordar que hace 85 años, una escuela laica era el  proyecto estrella de otro  Gobierno, el de la II República.

El pasado día 8, Cullera Laica rendía homenaje,  a la labor llevada a cabo por los dieciocho vecinos del municipio de la Ribera que a principios del siglo XX fundaron Escolaica.  Es ahora, en Cataluña, la Asociación Rosa Sensat la que tiene previsto un acto de homenaje  a la escuela de la II República.  También en Gijón, en los meses de enero y febrero, se recordó la figura de Eleuterio Quintanilla, director de la Escuela Neutra, cuando se cumplían 50 años de su muerte en el exilio…

Y no hay mejor homenaje que mantener viva la memoria…

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Y por mantener viva la memoria, recordamos dos reportajes, uno de Carmen Morán, publicado en El País hace casi ya diez años, Las enseñanzas de la II República , y el documental  de Arturo Villacorta (con guión de  Victoria Martínez),  que TV2 emitió en 2004  bajo el títuloLa República de los maestros.

LAS ENSEÑANZAS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Una escuela pública, obligatoria, laica, mixta, inspirada en el ideal de la solidaridad humana, donde la actividad era el eje de la metodología. Así era la escuela de la II República española. De todas las reformas que se emprendieron a partir de abril de 1931, la estrella fue la de la enseñanza. “Sin ninguna duda, la mejor tarjeta de presentación de la República fue su proyecto educativo”, asegura el catedrático de Historia de la Educación de la Universidad de Alcalá de Henares Antonio Molero. “Efectivamente, fue la piedra angular de todas las reformas: había que implantar un Estado democrático y se necesitaba un pueblo alfabetizado. Era el Estado educador”, ratifica la doctora en Historia por la Universidad de Huelva Consuelo Domínguez. Tanto ella como Molero se han especializado en la enseñanza de la II República, un ambicioso proyecto que los maestros acogieron con entusiasmo.

El 14 de abril de 1931, la República encontró una España tan analfabeta, desnutrida y llena de piojos como ansiosa por aprender. Y los más ilustres escritores, poetas, pedagogos, se pusieron manos a la obra. De pueblo en pueblo, con la cultura ambulante.

A la espera de que se aprobara la Constitución, en diciembre, el Gobierno tomó, mediante decretos urgentes, las primeras medidas: se reconoció el Estado plural y las diferencias lingüísticas (se respeta la lengua materna de los alumnos) y al frente del Consejo de Instrucción Pública que haría caminar las reformas se nombró a Unamuno.

Se proyectó la creación paulatina de 27.000 escuelas, pero mientras, los ayuntamientos adecentaron salas donde educar a los niños. Y a los mayores. “Hubo incluso alguna escuelita en las salas de autopsia de los cementerios. Donde se podía”. Entonces las maestras desempeñaron un papel primordial: enseñaban en sus casas con la subvención del ayuntamiento.

La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. Pero los docentes de la época tenían una formación casi tan exigua como su salario. Con Marcelino Domingo al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Rodolfo Llopis de director general de Primera Enseñanza, se elaboró el “mejor Plan Profesional para los maestros que ha existido en nuestra historia”, asegura Domínguez. Y prácticamente las mismas palabras usa Antonio Molero para defender esa idea. El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En aquellas Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para remozar su formación. La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado. “Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna”, señala Consuelo Domínguez.

misiones pedagógicas_Foto José Val del Omar

Con aquellas mimbres comenzó a tejerse un sistema educativo que puso el énfasis en el alumno, le hizo protagonista de las clases y de su formación. Los críos salían al campo para estudiar ciencias naturales, se trataron de sustituir los monótonos coros infantiles recitando lecciones de memoria por el debate participativo y pedagógico; los niños y las niñas se mezclaron en las mismas aulas, donde se educaban en igualdad, y se favoreció un tránsito sin sobresaltos desde el parvulario a la universidad. “Fue una escuela en la que se educó a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, no a su situación económica. La educación pública recibió financiación para ello, y eso era algo que la escuela privada miró con recelo”, recuerda Molero. “Todo tenía el aroma pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, que fue el soporte intelectual en el que se apoyó la República. Aunque diseñó una escuela más laica”.

Efectivamente, laica y unificada, dos palabras que se convirtieron en el terror de la clase conservadora. Aprobada la Constitución, al ministro Fernando de los Ríos le tocó lidiar con la reforma más drástica y conflictiva: la disolución de la Compañía de Jesús; a las órdenes religiosas se les prohibió impartir enseñanza mientras a los maestros se les “libera” de la obligación de dar doctrina religiosa en clase.

“Es una medida discutible en un régimen de libertades, pero lo cierto es que era constitucional”, asegura Molero. “La España de la época quizá no estaba preparada para estos cambios”, razona Domínguez. En todo caso, la política de sustitución de la escuela religiosa “fracasó, porque las órdenes religiosas pusieron los colegios en manos de seglares con los derechos civiles reconocidos. Tenían otro nombre, pero era lo mismo. De hecho, el número de centros privados era mayor en 1935 que en 1931”. Unos colegios privados a los que se permitió fijar su ideario.

La llamada escuela unificada, tan criticada en las filas conservadoras, no se refería, asegura Molero, “a la cesión al Estado del monopolio educativo. Se trataba de una educación sin escalones, que permitiera un camino fluido y continuo desde unos niveles a otros”.

En 1933 hay de nuevo elecciones. La mujer estrena el voto femenino y la derecha -la CEDA de Gil Robles- llega al poder. Los progresistas verán cómo se va destejiendo parte del sistema diseñado. “Ellos mismos se llamaron el bienio rectificador”, recuerda Cristóbal García, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva. Se frenó la financiación educativa y las medidas laicas, aunque no se derogaron, fueron escamoteadas.

“Aquel bienio dedicó su política docente a frenar, si no a liquidar, las medidas anteriores”, critica Molero. Pero señala, “en justicia”, dos iniciativas considerables de aquel periodo: “Un buen plan de bachillerato y una comisión para la reforma técnica de la escuela que no pudo dar sus frutos”. Por entonces comenzó el baile de ministros de Instrucción: “16 hubo en el total de la República: imposible hacer políticas a medio plazo”, lamenta Molero. Luego se sucedería el Frente Popular y después un golpe de Estado que resultó largamente nefasto para la educación.

LA REPÚBLICA DE LOS MAESTROS

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Los recuerdos de una alumna en un colegio de la República y el deseo de contar su historia, sirven de fondo para el recorrido de esta etapa histórica. El documental de Arturo Villacorta repasa las reformas educativas durante la II República, la construcción de escuelas, la dignificación del papel, y la figura, del maestro y la maestra, la reforma de sus Programas Formativos… Sin olvidar las Misiones Pedagógicas, sus protagonistas y sus objetivos de difundir y llevar la cultura a lugares de España donde no había llegado, bibliotecas, teatro, música, cine, cuadros, llegan a pueblos por primera vez para el disfrute de toda la población.

Tras la guerra, la represión franquista  puso fin a este intento renovador, combatiendo las reformas educativas de la República y a sus maestras y maestros.

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