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El problema no es el laicismo

La decisión del Parlamento de Noruega, de hace unos meses, de aprobar la separación Iglesia-Estado lleva implícita la renuncia de éste al nombramiento de prelados y otros cargos de la Iglesia protestante de ese país, lo que le convierte en uno de los pocos de Europa en los que, desde el respeto y el mutuo reconocimiento, ambas instancias marchan por separado.

Viene esta cita a colación por el ´quilombo´ (como diría un muy buen amigo argentino) que se montó en el pasado Pleno del Ayuntamiento de Murcia a raíz, precisamente, de una moción por el laicismo presentada por Cambiemos Murcia. Vaya por delante que no voy a ser yo quien refuerce la opinión de quienes pensaron que la iniciativa no era oportuna. Creo, además, que hay que tener una fuerte convicción y sentido de la coherencia política para soportar, como lo hicieron los concejales de Cambiemos, toda la batería de descalificaciones, insultos y salidas de tono protagonizadas por una parte del público que se coló en unas pajareras para cuyo acceso, en la mayoría de las ocasiones, se dan unas medidas de control personal ausentes en esta ocasión. Pero, a renglón seguido, también pienso que abordar una moción de este tenor estaba abonada al fracaso. Por dos motivos: 1, por el sabido escaso apoyo que ésta concitaba precisamente por parte de formaciones de izquierdas que quizás antepusieron sus miras electoralistas al apoyo de un texto, llamado a ser polémico por el contexto en que se debatía, pero cuyo contenido está plenamente justificado a la luz del artículo 16 de nuestra Constitución, y 2, por la propia idiosincrasia de la derecha murciana, renuente a cualquier cambio que altere sus arraigadas convicciones conservadoras, pero perfectamente permisiva ante la corrupción.

Dicho esto, coincido con la opinión de los concejales proponentes, Nacho, Sergio y Margarita, de que la moción no tenía la intención de cuestionar la Semana Santa. Pienso, como ellos, que ese debate, que tan airadamente se amplificó por parte de unas cofradías pasionales nada objetivas –pues eran parte interesada–, es un falso debate, pues, bajo una Administración verdaderamente laica, y respetando, cómo no, el innegable interés turístico-cultural de las procesiones murcianas, no debería ser un asunto polémico que las cofradías concurrieran a las subvenciones públicas por los cauces habituales de transparencia e igualdad de oportunidades respecto de otros colectivos.

Tampoco debería levantar ampollas, pues así está estipulado en el artículo 16.3 de la Constitución («Ninguna religión tendrá carácter estatal»), la recomendación de que la Corporación municipal no participe en actos convocados por la Iglesia, como procesiones, misas mayores€. y sí en actos civiles que vinculen a todas las personas del municipio, creyentes y no creyentes.

El acto de protesta convocado por las cofradías en la Glorieta –por cierto, no superior en número de personas asistentes al de la noche anterior, en el que se denunciaba la política de la UE respecto de los refugiados– estuvo, pues, claramente manipulado. Muchas de las personas asistentes, llevadas o no de buena fe a esa concentración, con seguridad desconocían el contenido de la moción que se discutía unos metros más allá en el salón de plenos. Cito literalmente algunos párrafos de la moción, que hubiera salido adelante en un país más avanzado, como Noruega. Y ustedes juzguen.

«No se donará ni facilitará suelo público, ni locales, ni se concederá financiación pública o exenciones fiscales municipales para la instalación de infraestructuras o realización de actividades a ninguna confesión o institución religiosa» (¿Les suenan temas como Ucam y la cesión de suelo a empresas de educación privadas?). Más: «[€] Este Ayuntamiento se pronuncia a favor de que se modifiquen las leyes y acuerdos estatales pertinentes para que todas las entidades religiosas o de naturaleza ideológica no tengan exenciones de impuestos municipales, incluido el de Bienes Inmuebles (IBI), que se deriven de su actividad, ya sea de carácter religioso o mercantil». Y la guinda, para soliviantar aún más los ánimos: «El Ayuntamiento elaborará un censo de propiedades rústicas y urbanas de las que haya podido apropiarse la Iglesia, mediante el sistema de inmatriculación desde 1946».

La ´madre del cordero´, pues, no era la supresión de las procesiones que, incluso de haberse aprobado la moción, hubieran seguido desfilando como siempre. El problema no era el laicismo municipal, un concepto que, siguiendo la estela del Papa Francisco con ocasión de su viaje a Río de Janeiro en julio de 2013, los verdaderos creyentes deberían tener asumido. El problema era la ´pela´. Y digo más: desde mi posición de ateísmo consciente, creo que Jesús de Nazaret, el que predicara la compasión, el amor y la empatía con las personas menesterosas, se hubiera sentido más próximo a las personas que se manifestaron la noche anterior en solidaridad con quienes huyen del horror y a quienes, arriesgándose a sanciones penales, están con las personas desahuciadas, que a los que propugnan el mantenimiento de unos privilegios de todo tipo, camuflándolos con una vehemente defensa de unas prácticas piadosas, artístico-culturales y turísticas (las procesiones) que nadie, con un mínimo sentido común, cuestiona hoy.

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