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Librepensamiento y filosofía

Se me ha encomendado para el presente trabajo, abordar las relaciones existentes entre Filosofía y Librepensamiento. Intentaré focalizarme en la propuesta, pero dada la amplitud de que presenta, optaré por un enfoque determinado que surge del pensar Filosofía y Librepensamiento desde el dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, así como también desde las circunstancias que nos determinan.

Definir a la Filosofía no es tarea sencilla. Podríamos listar un gran número de temas de los que se ocupa: la verdad, el bien y el mal, el lenguaje, la ciencia, el conocimiento, la belleza, la existencia (la vida y la muerte), etc. Pero por encima de ello y en virtud de la imposibilidad de una lista exhaustiva, acordemos en que si hablamos de Filosofía hablamos de una disciplina que busca pensar la Totalidad de lo real, que algunas escuelas antiguas catalogaban como “el arte de prepararse para morir” y que algún contemporáneo ha dado en llamar “el arte de preguntar”.

Pensar estas cuestiones y pensarnos en ellas desde la Filosofía, nos alejan de la religión y sus característicos argumentos de autoridad, en virtud del énfasis necesario que propone el pensamiento filosófico en los argumentos racionales. Estos argumentos buscan situarse también más allá de la ciencia, ya que la filosofía no se basa en lo empírico (a pesar de reconocer su importancia).

El Librepensamiento es condición necesaria (con las particularidades referidas propias de la Filosofía) pero no suficiente para que tenga lugar el pensamiento filosófico en sentido fuerte, que entiendo es una cuestión fundamental para pensar e intentar comprender nuestras sociedades hoy en día.

En el mundo en que vivimos se hace urgente un pensamiento filosófico que no quede reducido al análisis lógico del lenguaje por un lado, pero que tampoco sea por el otro, un pensamiento de la diseminación, de la deconstrucción, de las miríadas, escuelas filosóficas que (al igual que la fe) podrán conducir a muchos destinos, pero jamás a la emancipación. Sostengo entonces que el Librepensamiento debe estar subsumido en la Filosofía, al igual que en la ciencia.

Por definición el librepensador rechaza toda autoridad que proponga la irracionalidad particularmente en lo gnoseológico y lo epistemológico. Decimos que no podemos aceptar la oposición a la razón provenga de un individuo, de un texto, de una institución de verdades reveladas, u otras fuentes.

El filósofo por su parte, a la hora de pensar el mundo debe prescindir de toda injerencia divina (es a propósito que digo “divina” y no “metafísica”, ya que esta última es una parte legítima e importante de  parte del pensamiento filosófico, también conocida por herencia kantiana como “Filosofía Teórica”. “Metafísica” no debe ser mala palabra, ni tampoco sinónimo de superstición.

Debemos –eso sí- combatir la metafísica en todo otro sentido no filosófico, no legítimo). Es esta una época que en lo filosófico es anti-platónica y contraria a la metafísica; es una época  de dialectos, contextualidad, pragmatismo y retórica. Dicho de otro modo, es una época enemiga de la Verdad, de la dialéctica, también (para ponerles nombre propio) enemiga de Kant y de Hegel. Vayamos hacia ellos entonces.

El Filósofo y el librepensador están “solos” frente al mundo, siendo simples mortales que dudan, se cuestionan, reflexionan, critican y sobre todo, lo hacen sabiéndose finitos e insignificantes pero sabiendo que el sentido de la vida radica precisamente allí, y no en repetir “cual loro” lo que las verdades reveladas pretender imponerles.

En este punto es importante e insoslayable introducir el componente ético. El librepensador debe ser un filósofo práctico que accione de acuerdo a valores humanistas, vale decir, con el Ser Humano como centralidad y el Sujeto como condición de posibilidad de la verdadera emancipación del Espíritu, para la superación de las inequidades,  la resolución de los problemas sociales, el combate contra toda injusticia.

Modificando la Tesis XI de Karl Marx sobre Feuerbach, podemos decir que no basta con explicar la realidad pero tampoco basta con intentar modificarla, sino que hacen falta ambas cosas en igual medida. Para decirlo con Althusser, hemos de pelear por la liberación sin dejar en ningún momento de pensar la Libertad.

Los librepensadores no reconocen como definitivo ningún sistema o doctrina. Venga de donde venga la opresión y se disfrace de lo que se disfrace (debiendo ser racionales y analíticos para identificar esos disfraces); el librepensador debe militar por la liberación de las mujeres y los hombres del universo, siendo en ese sentido hora de atreverse a un pensamiento más complejo que permita superar el actual estado de cosas, a menos que pensemos que todo está bien tal como está.

Se me disculpará que traiga a colación alguna línea de reflexión de los filósofos Zizek y Badiou, en referencia a Pablo de Tarso, quien en el Nuevo Testamento manifiesta que “no hay ni hombres ni mujeres, ni judíos ni griegos”, afirmando de esa manera que las cuestiones particulares étnicas, las nacionalidades y demás, para decirlo con Kant, constituyen un “uso privado de la razón”, al decir de Zizek,, “un uso limitado por presuposiciones dogmáticas contingentes”, lo que quiere decir que actuamos como simples individuos, como seres inmaduros esclavos que no habitan la universalidad de la razón.

El planteo de Kant en “¿Qué es la Ilustración?” no obstante, pasa por un espacio público enmarcado en una  sociedad civil-mundial que constituye una paradoja de la singularidad universal (esto es, la paradoja de un sujeto singular que participa directamente en lo Universal). Allí vemos un concepto clave de interpretación de la Laicidad, como es el del uso público de la Razón, en dónde “privado” no refiere a los vínculos de un individuo como contrapuestos a los vínculos comunes, sino que señalan “el orden comunitario-institucional de la identificación particular de uno mismo; mientras que lo “público” es la universalidad transnacional del ejercicio de la Razón misma”.  (Zizek, S )

Nuestra praxis y discurso deberían por tanto focalizarse en empujes y construcciones que combatan los peligros a ese “uso público de la razón”, debiendo promover instancias como este Congreso, de carácter transnacional, apostando a la integración y funcionamiento por encima de las diferencias que podamos tener.

Del mismo modo, combatir en lo local las diferentes iniciativas tendientes a una educación meramente funcional-utilitaria, es decir, como mera gestora de posibles soluciones a problemas concretos de la sociedad, que apuntan a la técnica y a la producción de “expertos”. Se busca de ese modo mercantilizar la educación del mismo modo que se busca dogmatizarla, elidiendo de esa manera la autentica libertad de pensamiento y de conciencia, que nos permite pensar en complejidad no sobre la solución de problemas, sino acerca de cómo son articulados esos problemas, bajo qué condiciones, estructura y relaciones, para estar en condiciones de re-plantearlos de ser necesario.

Las iniciativas de mercantilización e introducción del dogmatismo en la educación, plasma aquello que Kant denominaba “uso privado de la razón”, que es lo que prima en este sistema capitalista adornado por el discurso post-neoliberal.

Entonces, no se trata simplemente del “uso de la razón” a secas y a priori, sino que debemos establecer qué condiciones son necesarias y cuáles son suficientes para el mismo.

Como librepensadores, asumimos la obligación no escrita de no quedarnos encerrados en la intimidad de nuestro fuero, sino de movernos hacia afuera. Trabajar para despertar conciencias de la opresión visible e invisible a la que estamos expuestos. La realidad, dialécticamente avanza de contradicción en contradicción, generando nuevas realidades que contienen nuevos problemas, nuevas tiranías, nuevas injusticias, nuevos dogmas y fundamentalismos.

El pensamiento crítico debe ser el motor para la emancipación intelectual y espiritual de las personas, para que puedan ser Sujetos, capaces de dar cuenta de su opresión, lo que trae aparejado  manejar un lenguaje que les permita pensarse y decirse oprimidos, que les permita cuestionar el poder, negando dialécticamente las totalidades que se presentan como dadas e inmutables, o dicho de otro modo, negando las particularidades que se nos quiere imponer como universales.

No debemos darnos el lujo de sumirnos en  conformismo de ningún tipo (especialmente el conformismo intelectual), en la resignación satisfecha que viene de la mano de un futuro que no es más que la repetición obsesiva de lo que tenemos en el presente.

Ese pensamiento chato y mediocre, debe ser sin dudas uno de los primeros obstáculos que tenemos para derrocar, junto a la evasión de responsabilidades como sujetos/ciudadanos, asumir la toma de decisiones y un accionar militante, evitando caer en maniqueísmos fáciles.

Debemos no temer a pensar en un tiempo futuro en donde las identidades (incluso aquellas que son contradictorias) sean subsumidas con igualdad en una totalidad de la Humanidad. Un librepensador no debe temer a pensar en la superación del sistema actual de cosas.

Como decía un estadista chino “La crítica debe hacerse a tiempo; no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar sólo después de consumados los hechos” , la mala prensa que tiene el pensamiento crítico, el Librepensamiento y la Laicidad, no son embates aislados y difusos, sino que por el contrario forman parte de algo que parece por un lado articulado y por el otro tan concreta como potencialmente peligroso.

Y uno de los puntos más lamentables y macabros del asunto es que existe una abulia generalizada que hace que se permita que siga corriendo esta especie de homeóstasis, solamente por ciertas cuestiones de moda y/o popularidad, así como falacias eficientistas y pragmáticas en el mal sentido.

Relacionado a esto último el librepensador no debería sin más tomar distancia de la ideología, del pensamiento crítico ni de la Política (con mayúscula), muy por el contrario.

La propia postura de escudarse en la “objetividad” de la ciencia y la técnica, es en sí misma una postura ideológica, que supo imperar (manteniendo plena vigencia en la actualidad) debiendo ser superada si no queremos perder nuestra batalla. Esta postura no solamente es ingenua (aunque muchas veces bien intencionada) sino que es también inadecuada e ineficiente.

La defensa del librepensamiento y de valores como la Laicidad, requieren actividad de pensamiento en complejidad, requieren del Sujeto (con mayúscula, no hablo aquí de “los sujetos” con minúscula, como pluralidad difusa que niega al Sujeto). Esto que estamos haciendo hoy aquí está muy bien y es ciertamente necesario, pero debemos militar sin atajos ni excusas, porque quienes atacan todo lo que defendemos, los que enarbolan las banderas del irracionalismo y el relativismo, no conocen de excusas ni de atajos. Por eso estamos (o deberíamos estar) consustanciados con un combate en defensa del librepensamiento, pero allí surge la pregunta ¿quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos o aliados? Esa es una pregunta fundamental para todo combate. Porque tenemos dogmas nuevos y viejos. Los dogmas “clásicos” no ceden, claro está; tal es el caso de las grandes religiones monoteístas, por ejemplo.

De forma desprejuiciada y adogmática debemos considerar brevemente al positivismo y el empirismo lógico imperantes a comienzos del siglo XX, que dieron un impulso necesario para la reacción contra los oscurantismos, deviniendo luego en una tesitura epistemológica radical llegando a pretender cercenar el lenguaje natural por estar “plagado de metafísica”, intentando reducir la filosofía al mero análisis lógico del lenguaje y reducir toda ciencia (incluso las sociales) a las ciencias físicas experimentales.

Aquello sentó las bases fundamentales para la situación actual, para el relativismo multiculturalista, que vino a reaccionar contra aquellas posturas radicales que no acertaron en su estrategia.

Por ello, debemos basarnos en la razón, y entender la importancia de la ciencia y la importancia fundamental del pensamiento crítico, pero por eso mismo debemos ser adogmáticos y notar que el positivismo ingenuo debe ser superado definitiva y dialécticamente. No tengamos miedo compañeros y compañeras, gracias a Hegel sabemos que lo superado sigue vivo en la superación.  Pongamos la inteligencia al mismo nivel que la razón, para dotar de sentido a esta última.

Hablemos entonces del gran dogma contemporáneo: el relativismo multiculturalista. ¿Por qué entiendo que es el “gran dogma”? En primer lugar, porque es el más universalmente extendido cuantitativa y cualitativamente. En segundo término, porque sirve de escudo de protección para los dogmas “clásicos” (por ejemplo, se va desde argumentar a favor de la masacre de Charlie Hebdo o a justificar la ablación de clítoris de pequeñas bebés en el África sub-sahariana…

Todo eso con base en la mal llamada tolerancia multicultural, munido de una falsa humildad y de una amplitud más falsa todavía). En tercer lugar, es el “gran dogma” porque se disfraza quizá con una facilidad inédita y brutal, de algo contrario al dogma.

Decimos que no hay peor ignorancia que aquella que se disfraza de conocimiento, pues no hay peor dogma que aquél que logra universalizarse hacia fuera de su corpus teórico y de su prolífica institucionalidad, como algo inofensivo y adogmático. En este tercer milenio debemos combatir este enemigo enorme, que sustenta lo que podríamos llamar sobre-inversión semántica, en donde se pregona un antídoto que contiene en realidad el propio veneno contra el que dice ser antídoto.

Hay una frase que en cierta forma bien puede definir lo contemporáneo: “todo es relativo”. Bueno, para el que cree en eso, todo es relativo excepto esa frase. La premisa “Todo es relativo” es un axioma absoluto. He ahí una punta de trabajo para dar respuesta para la pregunta si se puede ser un dogmático del anti-dogmatismo…

Sí, se puede, se puede estar bienintencionado y terminar dinamitando las bases conceptuales mismas de lo que queremos defender. No es posible por ejemplo combatir el poder, sin negarlo desde un lugar que necesariamente no es poder.  Dice Sandino Núñez que “un poema no puede decirse a sí mismo sin dejar de ser poema” , siguiendo esa línea, no podemos decir el dogma sin negarlo necesariamente, decirlo desde un lugar no-dogmático. Ahora bien, un lenguaje sobre el dogma, si bien viene a negarlo y superarlo, tiene que ser en un punto, dogmático, para poder de esa manera superar el dogma y progresar.

Solo el librepensador puede creer realmente de una manera no delirante. En “El capitalismo como religión”, Walter Benjamin dice “…Dios no ha muerto; está incorporado en el destino terreno del Hombre. El tránsito del planeta humano en su órbita absolutamente solitaria por la casa de la desesperación”. El dogma ahora está incorporado a lo cotidiano, sin bien y sin mal, casi como una religión posmoderna. *

Debemos estar preparados para utilizar contra ese tipo de relativismo, herramientas mejores y más potentes como son el transculturalismo y el interculturalismo, que además son mejor nacidas, ya que nacen de la necesidad de emancipación de los débiles y no de la necesidad de opresión que tienen los poderosos.

¿Por qué en vez de asumir el lugar fácil y cómodo de la disconformidad anti-política no asumimos un rol de vanguardia en la profundización de las democracias y la unidad de los pueblos? No es un planteo megalomaníaco el que hago, no digo que aquí y ahora vayamos a establecer una nueva civilización, pero sí propongo que nos valgamos de la utopía en su carácter de motor para la realización de lo posible. De lo contrario ¿qué estamos haciendo? Sigamos la regla básica del filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira en su “Moral para intelectuales”: “preocuparnos cuanto nos sea dado de las reformas grandes; pero, entretanto, ir realizando las pequeñas en cuanto sea posible”. De esta manera, hacer algo más que simplemente reconocernos como librepensadores y lograr dirigir nuestras Ideas hacia las decisiones políticas, por ejemplo.

Debemos dar el debate del pensamiento crítico, de la necesidad del Sujeto (y no del simple individuo), de la noción de verdad como horizonte de sentido posible y necesario. Dando ese debate, corremos más que nunca el riesgo de ser tildados de  soberbios y decimonónicos (en el sentido peyorativo del término). Corramos ese riesgo.

Se ha puesto a la Filosofía allí donde no pertenece, la han enclaustrado en sus academias y la han encorsetado para que no se expanda. Por desgracia esto no ocurre solamente con la Filosofía. En nombre del cálculo costo-beneficio, la educación es atacada sistemáticamente para pasar a distintas formas de asociación público-privada (más o menos encubiertas), donde queda cada vez menos lugar para la filosofía sí, pero en general para el pensamiento crítico y para formación de ciudadanos que lo sustenten, lo practiquen y lo promuevan. Librepensamiento y Laicidad van de la mano en ese sentido, dada la necesidad de salir de sistemas democráticos que son meramente formales, en donde el poder se ordena (dije “ordena” y no “organiza”) en elecciones vacías que no permiten realmente elegir nada, estructuradas a imagen y semejanza de modelo de la competencia de mercado. Se venden candidatos (no políticos) como se venden electrodomésticos, mientras los votantes somos “clientes” que elegimos un producto que compramos, en general tomando a los países como si fuesen empresas, haciéndole el juego a los poderes fácticos de todo tipo.

La esfera de lo privado no solamente refiere a “fueros íntimos”, sino también a la constitución de intereses que bien podemos catalogar de “pre-ideológica”. Lo que sucede en  esta postmodernidad es que la economía misma (subordinada a las lógicas del mercado), es la ideología hegemónica.

Por ello es necesario separar iglesia de Estado, pero también es necesario separar lo relativo de lo absoluto, separar Sujeto de individuo y el Sujeto (uno, con mayúscula) de “los sujetos” (múltiples, con minúsculas); es necesario también que el ciudadano no sea una máquina de cálculo entre derechos y obligaciones para actuar de acuerdo a balances contables. Por el contrario debemos apostar a una ciudadanía activa, que no venga a ser “usuaria” ni “cliente”, sino que madure y se inscriba en la categoría aristotélica de praxis (entendida como acción política en sentido profundo). Un ciudadano sinónimo de Sujeto, que venga a plantear la superación de la dualidad sentido-acción.

La Filosofía hace que veamos al librepensador no como producto sino como proceso, siendo el Librepensamiento el nombre de la toma de conciencia de la opresión y del dogma. Es también el planteo de estas cuestiones en términos muchas veces ajenos a la contemporaneidad académica, intelectual, político-partidaria y social. En suma, ser librepensador hoy, es ser subversivo. Moviéndose hacia la duda, alejándose de la certeza. Perdiendo tendencialmente el miedo, el miedo a perder, el miedo a estar equivocado, el miedo a la perdida de oportunidades, miedo a estar en desuso, a no estar de moda (porque por suerte y por desgracia, el librepensamiento no está de moda).

Los dogmatismos no declinan, los fundamentalismos se reinventan y actualizan en sus medios. Ya nos impusieron su miedo, no lo queremos más. Ahora nos quieren adormecer con su relativismo y dispersarnos con sus estímulos, pero en ese terreno también los estamos resistiendo. Como dice Sandino Núñez “entre lo posible y lo necesario se levanta el acto práxico de la emancipación”. Y pocas cosas de mayor poder emancipatorio que decir verdades allí dónde sólo hay silencios. “Dogma”, “opresión”, “superstición”, no son sólo palabras; les molestan, les molestan porque son acusaciones a las que no pueden ni podrán responder con argumentos, quisieran borrarlas de su diccionario, pero los librepensadores tienen también buena memoria, y no olvidan.

En este mundo concreto y fetichista, es imperioso que logremos instalar colectivamente nuestro combate en defensa del librepensamiento, como universalidad y como factor igualador, no permitiendo definirnos jamás en función de nuestras diferencias, que es lo que quieren ellos: los dogmáticos de ahora y los de siempre. Universalismo e Internacionalismo deben ser nuestras puntas de trabajo (lo que quiere decir también, oponerse a los particularismos individualistas y los nacionalismos).

En el entendido de que “La acción no debe ser una reacción sino una creación” como dijo Mao Tse Tung,, sigamos reaccionando siempre que sea necesario, recordando también la necesidad de accionar unilateralmente y la necesidad de crear, más allá de la repetición y el anquilosamiento. Filosofía y librepensamiento implican necesariamente creatividad y creación.

Finalmente, debemos ser intransigentes en la defensa de nuestros valores, cuidándonos de no caer víctimas de los cantos de sirena del discurso hegemónico. Recordemos que como dijo Marx “el que quiere derrotar a su adversario no discutirá con él los costos de la guerra”.

Diego Casera

Estudiante avanzado de la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.

Forma parte del Consejo Directivo de la Asociación Uruguaya de Libre Pensadores AULP. Integra diversas asociaciones de promoción de los Derechos Humanos, el librepensamiento y la libertad de expresión, contra la Discriminación y por la Tolerancia.

Ha realizado numerosas ponencias en Congresos Nacionales e Internacionales en temas referentes al librepensamiento, educación, religión y sujeto.

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