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A cada santo una vela

Las más antiguas, como la Pachamama, persisten desde tiempos precolombinos; otras, como el Gauchito Gil o la Difunta Correa, tienen orígenes más cercanos; algunas, como San La Muerte o la Virgen Desatanudos se mueven en los márgenes de las religiones institucionalizadas pero con componentes que a veces van a contramano de ellas; y las hay nacidas prácticamente ayer, como son las de Gilda o Rodrigo, y casi con seguridad habrá alguna que está surgiendo en este mismo momento.

Son las llamadas devociones populares. “Estas devociones no suelen pertenecer a cultos oficiales aprobados por el Estado ni contar con el beneplácito de las religiones tradicionales; sin embargo, inspiran tal fervor que en nada cuentan las opiniones institucionales. Los protagonistas de esta veneración tienen en común que se les adjudican poderes extraordinarios. Son capaces de conceder deseos, hacer milagros, otorgar ayuda y también de castigar cuando no son recompensados. Pueden intervenir y cambiar la suerte de los mortales”, señalan las investigadoras María de Hoyos y Laura Migale en Almas milagrosas, santos populares y otras devociones.“Tienen distintas características –agregan–; algunas son supervivencias de ancestrales costumbres precolombinas, como la Pachamama o el culto a los muertos; otras son producto de la ‘santificación’ de personas comunes, que a veces ni siquiera han llevado una vida ejemplar, pero cuya muerte en plena juventud y en terribles circunstancias es la que determina su nuevo status.

También son objeto de devoción manosantas y carismáticos, ya fallecidos, que consagraron su vida a los necesitados.”

El fervor de los ’90

Si bien la sociedad argentina ha estado históricamente atravesada por estas creencias, el número de fieles creció de manera notoria durante la última dictadura y más aún en la década de los ’90, en coincidencia con la desintegración de muchas redes sociales, producto primero del terror y de la exacerbación individualista de los ’90. “La ruptura de las redes de solidaridad social verificadas durante la dictadura militar y su profundización a lo largo de la explosión neoliberal que la siguió hasta su eclosión en el 2001 desató una retracción sobre lo individual, cuyas manifestaciones son la banalidad, la autorreferencia, el individualismo, la salvación personal. Parámetros que impulsaron las formas de asociación que fortifican y sostienen estos aspectos. La consigna ‘deje de sufrir’, sin ir más lejos, alude a un salvacionismo aislado de las formas de socialización de carácter político, barrial, cultural, etc. De hecho, quienes comulgan con tales posturas falsifican una práctica de conjunto a través de un hecho aislado: la oración. Las reuniones en los templos de las sectas parecen una práctica social sin serlo: procuran una solución aislada, individual, en el contacto del sujeto con su dios privado”, explica el antropólogo y psicoanalista Jorge Pinedo.

En este sentido, las llamadas devociones populares parecen situarse en la vereda opuesta de la acción política, indispensable para la construcción consciente y mancomunada de lo social. La búsqueda individual de salvación, sin embargo, no excluye la posibilidad de adhesión colectiva a estas creencias ni tampoco la estructuración de cierto tipo de organización en torno de ellas, aunque sin trascender los límites de la devoción, como sí sucede con las religiones institucionalizadas. “Generalmente, el acercamiento es individual, familiar o hasta en pequeñas comunidades. No obstante, cuando una determinada devoción se ‘visibiliza’ y se afianza en el espacio público, surgen redes y organizaciones que potencian la práctica devocional”, dice el sociólogo Juan Cruz Esquivel, profesor de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet.

Los investigadores coinciden en que estas prácticas, tomadas en general, tienen más adherentes en los segmentos más postergados de la población. Para Esquivel, “sin dudas tienen mayor arraigo en los sectores populares, si bien se hacen extensivas a las clases medias, aunque con menor densidad”. En lo particular, sin embargo, cada una de ellas puede tener nichos claramente diferenciados tanto en lo social cuanto en lo geográfico. “Los estudios antropológicos demuestran que La Difunta Correa, el Gauchito Gil, Gilda o los pastores brasileros, reúnen sectores sociales bastante claramente diferenciados en lo cultural, en lo social y hasta en el origen geográfico. Con los pastores evangelistas van las clases medias cuyo ideal es la burguesía urbana. Con Gilda parten los jóvenes suburbanos. Y así sucesivamente. También se reúnen quienes tienen el guaraní como lengua materna o el quechua o el aymará.
Esto, para ser gráfico y reducirlo rápidamente, pues convergen distintas variables entre las cuales lo económico sigue siendo prioritario, por más que no aparezca en la superficie de modo manifiesto”, dice Pinedo.

¿Y la Iglesia dónde está?

La iglesia Católica es sin dudas la más afectada –y por ende, la más preocupada– por el impacto de las devociones populares sobre su feligresía. Sucede que, en muchos casos, para los fieles no hay contradicción entre pertenecer a la Iglesia y practicar una creencia situada en sus márgenes o fuera de ella. Del otro lado, la respuesta institucional puede variar según la devoción de que se trate y las características culturales de la comunidad donde debe actuar. El objetivo último, claro, es no perder fieles. “La Iglesia Católica muchas veces rechaza abiertamente estas ‘supersticiones’ y otras, mantiene una tolerancia a disgusto, pero para los practicantes no existe ninguna contradicción entre una y otra –explican De Hoyos y Migale–. El santo popular o la Pachamama se suma al panteón oficial y se le rinde culto de la misma manera. Las ofrendas a la Madre Tierra comienzan con la Señal de la Cruz y siguen con Padrenuestros. En las capillas destinadas a la Difunta Correa se colocan estampitas de la Virgen de Luján y de San Cayetano. En las oraciones a San La Muerte se le pide que actúe como intermediario ante Dios Todopoderoso, y el Día de las Ánimas se les da de comer a las almitas mientras se reza la Novena por las Almas del Purgatorio. Son cultos sin sacerdotes, practicados individual o familiarmente, pero con el fervor que otorga la fe”.

Se trata, además, de un proceso cambiante, dinámico. “El vínculo del creyente con lo trascendente no se restringe únicamente a las regulaciones planteadas desde las instituciones religiosas. En ese marco, muchas veces los fieles han multiplicado devociones que luego la institución religiosa las ha incorporado a su repertorio de prácticas. Tolerancia a la autonomía de las expresiones religiosas de grupos y comunidades y reaseguro del control institucional son los dos vértices entre los que las instituciones religiosas transitan a diario. Las tensiones o distensiones dependerán del lugar en que se posicione la institución religiosa dentro de esos márgenes”, señala Esquivel.

En este juego de disputa de feligresía –en definitiva, un juego de poder–, la Iglesia también ha sabido apelar a otras estrategias, recuperando a fines del siglo XX las antiguas cualidades milagrosas que La Biblia otorgaba a los primeros cristianos. En ese sentido, el Movimiento Carismático, surgido en la década de los ’70, trajo de nuevo a los púlpitos a sacerdotes supuestamente capaces de sanar todo tipo de enfermedades mediante la oración o la imposición de manos. El ejemplo más notorio en la Argentina fue el cura colombiano Darío Betancourt, que llegó a convocar a miles de desesperados por la sanación en sus misas. Para curarlos, de la misma manera que la Difunta Correa, el Gauchito Gil y tantos otros “santos” populares.

La llegada de Jorge Bergoglio al papado supone una posible vuelta de fieles al redil de la iglesia tradicional, pero es un fenómeno cuyo impacto todavía es un interrogante. Lo que es seguro es que su imagen ya se sumó a la profusa iconografía de las devociones populares.

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