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Miedo

«La paz llegará cuando no quede adversario vivo», afirmaba el cardenal primado de España en 1938, en lo que el autor considera un ejemplo de «yihadismo católico de espada». Aborda el factor del miedo que considera uno de los condimentos de la ética pero que no puede ser la componente de la moral impuesta a veces por la autocensura, «otro componente del miedo». Critica el «ampuloso dogma» de que sin seguridad no hay libertad y advierte de la perversidad del miedo, de su relación con la demografía porque «a partir de cierta edad» la seguridad interesa más que la libertad.

Cada acontecimiento brutal provoca el miedo, angustia objetivamente justificada. El excitante de actualidad es el yihadismo cuyas variantes parecen ser desconocidas por algunos comentaristas. Estos días nos llegan informaciones del yihadismo, refiriéndose exclusivamente al yihadismo dicho «de espadas», silenciando los yihadismos pacíficos. Recordamos que «yihad» significa esfuerzo y consiste en recordar y cumplir con el espíritu del texto primitivo del Corán.

Desde que el Papa Inocencio III introdujo el procedimiento inquisitorial en 1199, se ha matado por convicción religiosa. La naciente España de los Reyes (muy) Católicos reveló la figura de fray Tomás de Torquemada inspirador de la Shoa nazi. La Inquisición se cargó con el asesinato de 10.000 «infieles» y fue «oficialmente» suprimida en el S. XIX. En nuestros años es conocida la intervención de un sacerdote golpista que, en la Plaza del Castillo, el 19 de Julio de 1936, pistola en cinto predicaba que quedaba en suspenso el Quinto Mandamiento. En 1938, el Cardenal Primado de España afirmaba desear que la Paz llegara «cuando no quede adversario vivo». Estábamos en pleno «yihadismo católico de espada».

«No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo» (Montaigne). Algunos medios de comunicación cultivan más las emociones tripales que las que activan el corazón; llegamos a solazarnos en lo compungido y en lo lacrimoso. A pesar del miedo debemos serenarnos y encontrar el equilibrio entre emoción y razón, dentro de un marco de responsabilidad que priorice la solidaridad como síntesis de libertad, igualdad y fraternidad, reaccionando a la promulgación, en nombre de la seguridad, de leyes liberticidas.

El miedo es uno de los condimentos de nuestra ética, pero no puede ser la componente de la moral impuesta a veces por autocensura, otro producto del miedo.

Nos quieren generar miedo, temor, afirmando que la sociedad se está desdivinizando cuando lo que ocurre es más grave ya que está deshumanizando al hombre «hecho a imagen y semejanza de Dios». La laicidad nos hará adultos haciéndonos comprender las «alteridades» claramente expresadas por Levinas. Condenar la blasfemia es reconocer el carácter teocrático del Estado que la condena.

La palabra «comunitarismo» y, más precisamente «comunitarismo ideológico», abre a la profusión de medidas liberticidas creando las luchas de dos comunidades; la eliminación de la comunidad minoritaria se realiza por la generación del comunitarismo de la comunidad mayoritaria.

No podemos vivir sin capacidad de litigio. La posibilidad de chocar es el precio de la libertad de expresión. El que no es capaz de expresar, por convicción, una afirmación o una negación está a punto de morir de hipocondría, enfermedad de una sociedad que vive más del temor que de la esperanza y confunde crítica con odio.

Estamos ya en una sociedad cuya complejidad nos impone una capacidad de reflexión rodeados como estamos de una miseria cultural programada en los presupuestos públicos. Cada vez más frecuentemente tendremos que recurrir a analizar rápidamente lo acontecido con la emoción inevitable y con la razón. ¿Qué libertad de pensamiento, palabra y obra nos asistirá en el embrollo de un entorno cuya velocidad de variación, superior a la de nuestra mente, solo puede ser tratada por la tecnología, no siempre aliada leal, del ser humano?

Por la informática nos encaminamos hacia un mundo en el que nos será difícil distinguir lo real de lo virtual. Sin religión los primeros seres humanos comprendían el carácter analógico de su entorno. Una cosecha no era apreciada como buena o mala. Podía ser buena o mala, calificación binaria, o «ni fu, ni fa» estimación analógica. La censura religiosa impuso su moral binaria del bien y del mal, borrando los caminos analógicos. Los matices, ya perceptibles en algunos filósofos, los imaginó el Renacimiento enfrentándose al riesgo de excomunión que tanto miedo provocó con la continua vulneración de la laicidad desde el nefasto «In hoc signo vinces». En el siglo XX, Zadeh, Universidad de Berkeley, concibió la idea de los «fuzzy sets» que, simplificando, permitía la puesta en ecuación de los «ni fu, ni fa» cuando solo podíamos tratar por la informática el carácter binario solo del fu o solo del fa.

Los problemas sin resolver generan amalgamas letales y sus miedos correspondientes e impiden el diálogo entre diferentes. Desarrollando déficits culturales. Nuestro Mundo sobrevive gracias a sus contradicciones generadoras de las variaciones de entropía necesarias al desarrollo de la energía social vital.

J. J. Rousseau es de actualidad por sus paradojas. Su opinión sobre la posibilidad de «nombrar en caso de peligro, un jefe supremo que acalle las leyes y suspender momentáneamente la autoridad soberana», es estremecedora. En el mismo capítulo Rousseau combate la «inflexibilidad de las leyes que les impide plegarse a los acontecimientos». La Roma Antigua nombraba al dictador «de noche y en secreto» como si el sistema se avergonzase de situar a un individuo por encima de las leyes. O tempora, o mores! Hoy el «homo politicus» trabaja de día modificando las leyes y votando otras más ad hoc con la voluntad política gobernante aunque no coincida con la voluntad popular.

Los gobiernos presionan sobre el poder legislativo que les ofrecerá las herramientas sociales necesarias a la imposición de su sentir. Es así como la utilización de la censura llega a justificarse con el ampuloso dogma: «sin seguridad no hay libertad». La perversidad del procedimiento que el miedo mantiene, responde a la evolución de la demografía que nos anuncia ya que el máximo de la población occidental tendrá, en breve, más de 65 años. A partir de cierta edad la seguridad interesa más que la libertad. Los dictadores saben que los votantes serán cada año más sexagenarios.

En la dualidad seguridad-libertad, el cursor estará entre ambos, en una posición reveladora de la cultura, es decir de cualquier concepción realmente democrática. Entre las contradicciones de Rousseau encontramos observaciones, perlas para algunos, piedras de lentejas para otros, tales como que «la censura mantiene las costumbres impidiendo la corrupción de las opiniones, conservando su rectitud por medio de sabias aplicaciones fijándolas incluso cuando son inciertas». Es así como el miedo nos conduce de la luz natural de la ética a la luz artificial de la moral. La moral es la ética sometida a un código de reglas «para todos».

Habiendo conocido algunos de los «Charlie» fallecidos me han preguntado si «soy Charlie». No soy «Charlie» porque su defensa la han recuperado las instituciones que fueron sus adversarios. Si el cursor, como lo espero, se acerca a la libertad con prioridad sobre la pérfida seguridad, seré Charlie.

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