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¿Debe el Estado corregir las desigualdades naturales?

Hace tiempo, Gabriel Andrade publicaba en este blog una entrada titulada ¿Puede el Estado corregir las desigualdades sociales? En ella partía del libro de Hernstein y Murray, The Bell Curve, acerca de la (supuesta) correlación entre razas e inteligencia, para reflexionar después sobre la relación entre las desigualdades naturales y las sociales y si le cabía al Estado algún papel corrector entre ellas, iniciando así, de paso, un diálogo con la filosofía de John Rawls. La conclusión de Andrade es:

“Pretender que el Estado pueda corregir esa desigualdad no merecida (y Rawls no deja de tener razón cuando alega que esas ventajas no son merecidas [se refiere a las desigualdades naturales]) no es solamente utópico, sino también poderoso. Podemos quejarnos ante Dios por haber creado un mundo tan desigual (…), pero lamentablemente, no hay gran cosa que podamos hacer al respecto. Las desigualdades sociales deben seguir reflejando las desigualdades naturales”.

Para responder, es preciso entender el siguiente esquema: partimos de una situación inicial o de oportunidades, y llegamos a una situación final o de resultados. En ambas puede haber más igualdad o desigualdad.

En la situación inicial, lo normal es partir de una desigualdad de oportunidades, desigualdad que puede deberse a:

motivos naturales: las diferentes capacidades naturales de cada uno (desigualdad natural).

motivos sociales: el desigual reparto de los bienes y servicios en la sociedad, y por la cual unos son más ricos (o más pobres) que otros, o unos se sitúan más alto o más bajo en la escala social, de prestigio y de poder en la sociedad que otros (desigualdad social).

En una situación de igualdad de oportunidades sociales, la diferencia en el resultado será debido a las diferencias naturales de cada uno: la desigualdad de resultados sería un reflejo de la natural. En una situación de igualdad de oportunidades naturales, la diferencia se deberá a la desigualdad social o a motivos individuales (esfuerzo, dedicación, etc.). En teoría, corrigiendo las desigualdades naturales y sociales podría lograrse la igualdad de oportunidades, lo que daría lugar a una igualdad de resultados. Porque, si no hay igualdad de oportunidades, el resultado estaría viciado. En teoría, un individuo más inteligente que otro, sin ninguna otra diferencia más, será más rico que el otro, porque empleará mejor su tiempo, su esfuerzo, etc. Ahora bien, si el más inteligente no tiene recursos para estudiar y desarrollar su inteligencia, y otro menos inteligente sí, puede ocurrir que el menos inteligente acabe siendo más rico por la desigualdad social de oportunidades con la que empezó cada uno, y que no refleja la desigualdad natural entre ellos.

            Andrade se pregunta, si el Estado puede corregir las desigualdades naturales, pero la pregunta correcta no es esa, sino más bien si debe hacerlo, asumiendo que sí se puede, por lo menos en parte. Hay dos formas de corregir las desigualdades naturales y sociales: ex ante y ex post, esto es, corrigiendo antes la desigualdad de oportunidades o corrigiendo después la desigualdad de resultados.

            Ex ante, es posible corregir, por lo menos en parte, tanto las desigualdades naturales como las sociales. Gracias a la ciencia y la tecnología es posible corregir desigualdades naturales entre seres humanos relativas a sus capacidades motoras, sensoriales o intelectuales. Mediante tecnologías adecuadas (desde simples gafas hasta prótesis muy complejas), y medidas de eliminación de barreras arquitectónicas, es posible corregir diferencias motoras y sensoriales, y mediante técnicas pedagógicas, didácticas y educativas especiales también es posible corregir desigualdades intelectuales. Sin ir a los extremos, las diferencias intelectuales entre individuos pueden corregirse o reducirse en gran parte con la mera educación de todos los individuos. En cuanto a las sociales, también es posible procurar garantizar unos mínimos de igualdad social que serían los derechos fundamentales iguales para todos, que implicaría derechos tanto cívicos y políticos, como económicos y sociales[1] (vivienda, alimento, ropa, educación, sanidad…). Otras formas de corrección ex ante serían establecer mecanismos de cuotas o formas de acción positiva (discriminación positiva) a favor de ciertos grupos que se consideren en situación de desventaja: mujeres, inmigrantes, discapacitados, etc.

            Ex post, también es posible corregir un resultado desigual, principalmente con impuestos. Por ejemplo, si alguien más inteligente usa su inteligencia para ganar más dinero que otro menos inteligente, el Estado podría poner un impuesto al más rico de forma que le extrajera el dinero necesario para dárselo al otro e igualar económicamente a ambos. Otra forma podría ser un límite a la riqueza, impidiendo que alguien pudiera acumular más de cierta cantidad de riqueza.

Por tanto, la cuestión no es si se puede, sino si se debe hacer: si el Estado debe ser neutral ante esas desigualdades (y, si acaso, dejarlo en manos de los propios individuos y el mercado), o si el Estado debe intervenir activamente para hacer algo (por ejemplo, prestar un servicio público de educación obligatoria y universal, imponer sistemas de cuotas o discriminación positiva, o establecer impuestos redistributivos).

            Lo que Andrade parece decir es que las desigualdades naturales no son corregibles, o no de modo pleno, ni de una forma ni de otra (ni ante ni post). De modo que, esas desigualdades naturales afectarían inevitablemente a la igualdad de oportunidades inicial y el resultado sería, irremediablemente, una desigualdad social. O algo peor, porque si el Estado se empeñara en la utopía de corregir plenamente las desigualdades naturales, lo que acabaría logrando es un igualitarismo artificial que impediría el incentivo y empobrecería a todos, o cometería graves injusticias como poner impuestos o límites económicos a los más inteligentes, o dar prioridad a los menos inteligentes debido a un sistema de cuota. Algo así parece pensar cuando se pregunta:

“¿Puede el Estado realmente pretender corregir las desigualdades naturales? Habitualmente, los simpatizantes de libros como The Bell Curve, defienden el punto de vista complementario, según el cual, así como los negros son naturalmente menos inteligentes, son naturalmente superiores en habilidades atléticas. Supongamos que esto es efectivamente así. ¿Debe, entonces, el Comité Olímpico Internacional permitir a los atletas blancos empezar una carrera con algunos metros de ventaja sobre los atletas negros, a fin de igualar las desventajas que la naturaleza ha impuesto? Lo dudo mucho”.

            Ya que Andrade introduce el ejemplo de la carrera de atletas, exprimámoslo. Dos atletas exactamente iguales en todo empatarían en todas las carreras, pero no es razonable pensar que haya dos atletas así en la vida real. Lo normal es que sean distintos en sus capacidades físicas, en su esfuerzo, en su entrenamiento, etc. Dicho de otra forma, su desigualdad natural será inevitable. Es más, nadie espera que sean exactamente iguales (porque entonces siempre empatarían). Lo que se espera es que su desigualdad no sea máxima o que, por lo menos, sean básicamente iguales: no nos parecería justa una carrera entre atletas físicamente muy distintos, o entre niños y adultos, dada su extrema desigualdad natural. Dicha desigualdad puede corregirse en parte si el peor dotado se entrena más a fondo y se esfuerza más (y si, además, el más dotado se entrena menos o se esfuerza menos, tal vez porque se confíe en su superioridad física). La desigualdad social dependería de los recursos sociales con los que cuenta cada uno para su entrenamiento: no es lo mismo entrenar en una pista deportiva debidamente construida, que hacerlo en sitios no acondicionados para ese entrenamiento. Un atleta físicamente superior que entrenara con unos medios peores podría tener un resultado peor que otro físicamente inferior pero con mejores medios para entrenar. Ambos factores, los naturales y los sociales, determinarían la igualdad o desigualdad de oportunidades en la que se encuentran los dos atletas. Cuanta mayor igualdad de oportunidades, más justo nos parecerá el resultado, si bien es cierto que tampoco es deseable la absoluta igualdad que conduciría inevitablemente al empate y al aburrimiento (el equivalente social en la analogía que estamos haciendo sería la pobreza generalizada por falta de estímulos económicos). Como para nosotros es más fácil corregir la desigualdad social que la natural en las oportunidades, parece que es moralmente obligatorio garantizar por lo menos esa igualdad de oportunidades sociales en un sentido básico que garantice los derechos fundamentales. No obstante, como también se pueden corregir, por lo menos en parte, las desigualdades naturales, también parece obligatorio corregirlas todo lo posible.

            Caso aparte merece la reflexión sobre los sistemas de cuota o acción positiva, y los trataremos en otro texto más detenidamente. El ejemplo de Andrade sería una medida ex ante de este tipo, por la que se dejaría salir a los atletas más lentos antes que a los más rápidos para que llegaran todos al mismo tiempo a la meta. Tendemos a pensar que no sería justo, pero no es tan sencillo. Si la diferencia de velocidad entre ellos es irremediable, no sería justo. Pero, si el atleta más lento pudiera, con suficiente entrenamiento, igualar al más rápido, pero no lo hiciera porque no cree en sus propias capacidades, y la forma de incentivarlo fuera dejarle esa ventaja provisionalmente y durante cierto tiempo solamente, para que comprobara que tiene mucha más capacidad de la que cree, entonces la medida sí podría ser adecuada[2]. Pero, como digo, eso merece otro texto para este tema.

            Lo que no sería justo es compensar socialmente el resultado de una carrera que se ha hecho en la máxima igualdad de oportunidades posible y deseable. Por ejemplo, poner dos metas, una más cerca para los que lleguen más tarde y otra más lejana para los que lleguen antes. El objetivo político no debe ser la absoluta igualdad de resultados, en parte porque es injusto, y en parte porque sería perjudicial para todos (sean cuales sean sus capacidades naturales o sociales), pues, como dice Andrade, la absoluta igualdad haría que se perdiera el incentivo y todos saldrían perdiendo (una carrera, en la que todos empataran siempre, sería poco o nada interesante: no sería justa ni injusta, simplemente aburrida). Evidentemente, una sociedad de extrema desigualdad tampoco es deseable, porque también sería fatal para todos, incluso para los más ricos y poderosos[3].

Lo interesante –y difícil- es establecer cuánta igualdad sería posible y cuánta desigualdad sería tolerable, y qué medios serían justos para lograrlas (qué formas de corrección). En mi opinión, la respuesta es: la máxima igualdad de oportunidades posible (tanto naturales como sociales) y la mínima desigualdad de resultados que se derive por sí misma de ahí (y que, por eso mismo, sería justa: porque se ajusta a esa máxima igualdad de oportunidades posible). Esta respuesta implica:

  1. Que el Estado debe corregir las desigualdades iniciales naturales tanto como científica y tecnológicamente sea posible (directa o indirectamente, prestando servicios o estimulando a la iniciativa privada para hacerlo).
  2. Que el Estado debe corregir las desigualdades sociales iniciales tanto como sea necesario para garantizar los derechos fundamentales tanto políticos como sociales y económicos[4]. En cuanto a los sistemas de cuota o discriminación positiva lo dejamos para otro texto.
  3. Que el Estado debe abstenerse de pretender una estricta igualdad de resultados corrigiendo las desigualdades sociales que resulten de esa igualdad de oportunidades inevitablemente imperfecta, porque sería injusto e indeseable (el resultado sería el peor para todos: la pobreza por falta de incentivos). Solo debería corregir esa desigualdad de resultados únicamente en lo estrictamente necesario para garantizar los puntos anteriores.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

[1] Lo cual puede garantizarse en especie, es decir, en forma de servicios públicos gratuitos o asequibles para todos, esto es, el llamado Estado social o del bienestar, o de forma dineraria, en forma de renta básica universal e incondicional para todos.

[2] Sería similar a cuando los padres dejan ganar a sus hijos en los juegos para que cojan confianza y no se desanimen de intentarlo. En una sociedad machista, por ejemplo, las mujeres pueden tener tan bajo su autoconcepto que hayan asumido que ciertas profesiones no son para ellas y ni siquiera lo intenten, o piensen que los prejuicios machistas son tan fuertes que jamás un hombre las contratará para ese puesto, y un sistema de cuota puede servir para vencer ese prejuicio en ella o en los hombres, y demostrar, y demostrarse, su valía. La cuestión clave está en cuanto tiempo debe mantenerse la medida, pues, en teoría, pasado un tiempo prudencial, la cuota dejaría de tener sentido, pues la situación se habría corregido. Y, si pasado ese tiempo, la diferencia persistiera, entonces es que no se debía a ese prejuicio sino a otra cosa.

[3] Una sociedad extremadamente desigual es perjudicial para los más ricos porque les supondría un enorme gasto en protegerse de los más pobres y porque les dificultaría muchísimo ser más ricos todavía, mientras que si ellos mismos contribuyen a reducir la brecha social gastarían menos en esa protección y podrían aumentar sus negocios y su riqueza.

[4] Esto es, que debe lograr los recursos necesarios, vía impuestos, para financiar el coste de los derechos fundamentales de todos, ya sea en especie o en renta básica.

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