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Libertad de expresión, un acto de fe

Las religiones tienen espacios sagrados, pero están inmersas en una sociedad que tiene la opción de criticarlas.

Cuando era explícito el matrimonio entre el poder político y la iglesia, el culto cercaba las fronteras de la libertad de expresión. El templo estaba —como Dios— en todos lados: la calle, los hogares, las escuelas, el gobierno, el arte, la música, la literatura y la prensa. Se trataba de una libertad de expresión de reverencia y respeto que tenía eficaces mecanismos para controlar lo irreverente.

La violencia, sin ser el único, es el mecanismo más radical de censura y tiene por lo general dos efectos: uno concreto frente a quienes se expresaron  y otro difuso al crear una atmósfera de autocensura que instaura miedo en otras personas y las inhibe de retomar los temas o estéticas que provocaron la violencia. Al miedo derivado de la violencia en París podemos estar sumándole ingredientes con sabor a censura.

Por estos días sucede una paradoja: se rechaza la censura a la par que se construyen cercas a la libertad de expresión con alambres de púas. A preguntas como ‘¿dónde termina la libertad de expresión?’ creo que siempre será saludable responder con un ‘depende’, pues hay principios generales que caso a caso deben ser estudiados.

Las recetas matemáticas que pululan estos días pueden, o estar vacías para llevarlas a la práctica, o dar prevalencia a una visión de la realidad en contra de la conquista más grande de la libertad de expresión: la prohibición de censura previa.

Una receta de este tipo fue lanzada por el Papa: “La libertad de expresión no da derecho a insultar la fe”, dijo.

¿De qué depende ‘insultar’? ¿De las intenciones de quien se expresa? ¿Del criterio del ofendido? ¿Del lugar? ¿De las formas?. Son demasiadas variables, todas  subjetivas y peligrosas para imponer una regla. Seguramente coincidimos con el Papa en que las siguientes caricaturas sobre la pederastia pueden insultar la fe católica, pero su contenido constituye un tema de relevancia social que no impide a los católicos practicar su fe.

pedeerastia catedral Cali Mico

Imagen de Mico, tomada de la página de Tola y Maruja
pederastia cura
Imagen de JagoDibuja.com

Con la aparición de los Estados laicos las iglesias renunciaron —conscientemente o por presión— a su vocación universal. Aceptaron ser una forma de expresión más, con libertad de orientar a sus feligreses, pero sin pretender que el comportamiento de todos los ciudadanos estuviera alineado a sus formas y, lejos de ser la verduga de la fe, la libertad de expresión abriga la libertad de culto. Hoy en día, profesar una religión es una de las alternativas que ofrece la libertad de expresión.

El Estado laico protege algunos espacios como sagrados: el templo católico, la sinagoga judía,  la escuela cristiana, el hogar musulmán, etcétera. La calle y el Estado son espacios comunes en los que las distintas religiones caben pero también aceptan i) la existencia de otros con pensamientos y creencias distintas y ii) la posibilidad de que algunas de las expresiones en la calle sean contrarias a sus creencias.

Claro que la libertad de expresión tiene un límite en la libertad de culto, pero creo que solo aplica cuando un discurso pretende de manera deliberada impedir o entorpecer la cotidianidad religiosa. De ahí que los límites dependan caso a caso:

No es lo mismo una caricatura de Mahoma en un semanario dirigido a la sociedad en general a cuando se cuando se hace un graffiti de Mahoma en las paredes de una mezquita o el portal de una casa que profesa el Islam.

En el primer caso, es evidente que puede ofender a un sector de la sociedad, pero se hace en un espacio común y no puede ser censurada de manera previa. Sobre ella se pueden iniciar debates judiciales, reproches éticos o ser parte de ejercicios de autorregulación, pero esa expresión cabe en un Estado laico. El segundo es una clara afrenta al culto religioso que ataca la reverencia con la que se deben tratar los espacios sagrados.

De todas las facetas de la libertad de expresión, la que tiene más protección es la libertad de opinión y especialmente aquella que está dirigida a asuntos de relevancia social. Las caricaturas son parte de este género. Ser importante dentro de una sociedad lleva consigo el costo de exponerse a las críticas, algunas constructivas y fundamentadas, otras vacías y provocadoras.

La libertad de opinión admite pero no exige cortesía. Las opiniones no son ciertas, son interpretaciones de la realidad con las que otros pueden o no coincidir, tomar postura, reafirmar sus creencias, cuestionarlas o ignorarlas.

Parece que la profundidad de lo laico solo se le exige al Estado y la entienden unos académicos barbados y trasnochados. Lo que está pasando muestra cuán estéril es lo laico en un Estado si quienes transitan en su territorio no se convencen del alcance, y los riesgos, de ese pacto social. Un mundo interconectado impide tener certezas sobre si quienes habitan un espacio aceptan las reglas del juego. Las distinciones de los espacios tampoco son muy claras hoy por hoy, sobre todo, si se tienen en cuenta plataformas globales, como Internet, en las que un contenido se genera en Francia, pero puede ser visto en Turquía al margen de que las tradiciones de libertad de expresión sean distintas en cada país.

La censura es un resultado que se obtiene a través de muchos métodos. Desde París rápidamente se reafirmó un frente occidental contra el terrorismo, pero aún no es claro el frente común contra la censura. De hecho, dudo que exista. En el mundo, y en occidente, hay censores armados, pero también gobiernos que limitan los insumos para hacer periodismo, promueven leyes restrictivas o cierran emisoras. También hay autoridades que moldean noticias con la arcilla de la pauta publicitaria y algunos periodistas que demandan más arcilla a cambio de menos información. Los teléfonos de las redacciones reciben día a día llamadas  de confianza para “ajustar” o “quitar” contenidos. Un gran entramado de relaciones empresariales, políticas y económicas que protegen el ‘statu quo’ del poder y que a plena conciencia sacrifica información relevante que no es publicada. Eso también es censura.

Rajoy, presidente del gobierno Español, marchó en París. Seis meses atrás, una portada de la revista El Jueves, en la que el Rey Juan Carlos tras abdicar entregaba a su hijo una corona con mierda, fue censurada. Solo para la reflexión.

portadas El Jueves rey y podemos

Arzobispo ortodoxo griego Atallah Hanna en una protesta contra una caricatura publicada en Charlie Hebdo Foto: Hazem Bader - AFP
Arzobispo ortodoxo griego Atallah Hanna en una protesta contra una caricatura publicada en Charlie Hebdo Foto: Hazem Bader – AFP

Pedro Vaca Villarreal Magister en Derecho, especialista en Derecho Constitucional y abogado de la Universidad Nacional de Colombia. Director Ejecutivo de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP).

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