“Apostata”. ¡Qué palabro! ¡Qué mal suena!
Y ahora que los curas “pederastas” están en el candelero, hasta me suena parecido.
Ser apóstata no es salirse de un club y dejar de pagar la cuota (cuota que por otra parte no puedes dejar de pagar aunque quieras). No amigos, salirse de la Iglesia no es gratis. Ya antes alguien te dice: “¿¡Cómo, ¿que quieres ser un apóstata!?” Eso acojona. Como si hubieses hecho algo malo.
Y es que por fin me he ido del único club al que yo no me había apuntado: con lo fácil que es decir: “Me he ido de la Iglesia”. Pues no: “Lo siento, disculpe, perdone, pero… soy un apóstata”.
No, no te lo ponen fácil. Y digo yo que esto de salirte del club tendría que ser como más… natural, ¿no? Te llega un día una carta que dice: “Estimado Sr.: Hace tiempo que no le vemos por la Iglesia de su barrio. Eso puede significar que usted ya no desea pertenecer a nuestra congregación, por lo que, si no tenemos noticias suyas en una semana, le borraremos de nuestros registros”.
Je, je, je. Pero eso no va a pasar y todos sabemos por qué. Van a seguir llamándonos apóstatas, porque da mejores resultados.
