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Mártires sin Papa

Al papa Francisco se le vio el plumero cuando beatificó hace unos meses a medio millar de religiosos asesinados durante la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El pontífice, que dice no haber sido nunca de derechas, manifestó en aquella ocasión que hay que imitar a esos mártires porque “siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestras perezas. El santo padre que vive en Roma animó a la feligresía a ser cristianos de obras y no de palabras.

Francisco también afirmó “que esos mártires imitaron a Jesucristo” e insistió en la necesidad “de abrirnos a los demás, a los que más necesitan“, sin duda advertido de que ésa fue la actitud de la iglesia franquista, que prestó palio y preces al dictador mientras perseguía con ejecuciones, cárceles y destierros a los vencidos. “Alabemos al Señor para que sus valientes testimonios y su intercesión sirvan para liberar al mundo de la violencia”, añadió el pontífice en referencia a quienes apoyaron la mayor violencia desarrollada en la historia de España contra un régimen legalmente constituido, de cuya instauración en paz y júbilo acaban de cumplirse 83 años.

La Plataforma para la Comisión de la Verdad, que aglutina a más de un centenar de asociaciones de la Memoria Histórica, envió una carta de buena voluntad al papa Francisco en la que le pidió que suspendiera la ceremonia de Tarragona, que tuvo lugar el pasado mes de octubre, porque se trataba de un acto político de afirmación franquista”, como así lo prueban las excepciones que siguen y que no son todas:

Iñaki Goioaga, historiador de la Fundación Sabino Arana, recordó en declaraciones a ZoomNews que la mayoría de los sacerdotes nacionalistas vascos fueron asesinados por Franco en Guipúzcoa antes de octubre de 1936: “Se dice que el Requeté de Navarra llegaba a cada población conquistada con una lista de sacerdotes a ejecutar. Se les fusilaba sin juicio previo para no dejar rastro”. El historiador asegura que a varios de esos religiosos que murieron en manos de los franquistas se les hacía ver que estaban en libertad, firmando ellos mismos la orden de liberación. Después se les llevaba a una cuneta. Era un intento de encubrir las barbaridades que estaban haciendo.

José Artiztimuño Olaso fue uno de esos religiosos asesinados por quien gracias a la iglesia católica ostentó el título de caudillo por la gracia de Dios. Nacido en Tolosa en marzo de 1886, este jesuita fue miembro del PNV y cofundador del sindicato vasco ELA-STV. Con el seudónimo de Atizol escribía numerosos artículos de prensa y participó en varios certámenes de poesía. Al comenzar la sublevación y temiendo por su seguridad se refugió en la localidad vascofrancesa de Lapurdi, a 15 kilómetros de Bayona. El 15 de octubre de 1936 tomó la decisión de regresar a Bilbao: allí estaba su familia y el grueso de sus amigos. Cogió el buque Galerna que le tendría que llevar a Bilbao, todavía bajo control del Frente Popular. Nunca llegó a la capital vizcaína. En alta mar, el buque fue apresado por la armada franquista y el padre Artizmuño fue detenido y trasladado a la cárcel de Ondarreta. Tras ser sometido a todo tipo de torturas y vejaciones, el jesuita murió fusilado en el cementerio de Hernani junto a otro centenar de presos. Años más tarde su cadáver desaparecería de este cementerio y sería trasladado, posiblemente, al Valle de los Caídos.

El párroco de Los Corrales (Huesca), José Pascual Duaso, también murió asesinado por un grupo de falangistas el 22 de diciembre de 1936. Miembro de una familia de izquierdas, a Pascual lo matarían de una manera premeditada, fingiendo un altercado vecinal en la víspera de Nochebuena. El sacerdote mallorquín Martín Usero murió en circunstancias similares después de que se conociera que había ayudado a escapar de la isla a un grupo de republicanos. Otro cura mallorquín, Jeroni Alomar Poquet, fue condenado a la pena capital tras ser acusado de rebelión militar contra el golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El papa Francisco obró como Juan Pablo II y Benedicto XVI, artífices de beatificaciones masivas del personal que defendió o fue al menos afín a los generales felones, algo que nunca se atrevieron a hacer Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Ninguno de todos los nombrados pidió perdón porque la iglesia en España apoyara aquel régimen y mantenga enterrado a su máximo representante en la basílica del Valle de los Caídos, bajo el símbolo de una gran cruz que representa la fraternidad cristiana. Tampoco ningún pontífice se ha acordado de las más de 100.000 víctimas de aquella cruzada que siguen bajo tierra en fosas y cunetas sin nombre, a pie del lugar en donde muchas de ellas fueron asesinadas.

No olvidemos, a este propósito, que entre las llamadas obras corporales de misericordia, a las que el papa Francisco instó a sus fieles con motivo del mensaje a la ceremonia de Tarragona, está la de enterrar con dignidad a los muertos.

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