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Estado laico a debate

Uno de los mayores beneficios que pueden derivarse de la lectura de un libro es que permite el examen de las nociones propias acerca del tema que trata. Al mismo tiempo, las ideas de los diferentes autores nos permiten asomarnos a nuevos escenarios de los cuales surgen elementos novedosos que nos conducen a niveles distintos en nuestras propias construcciones acerca de las cosas. Es así que se establece ese lazo invisible entre lectores y autores, que en condiciones privilegiadas como la presente* pueden transformarse en un diálogo directo y abierto.

Digo lo anterior por la impresión que me produjo la lectura del libro El estado laico a debate, coordinado por la doctora Griselda Gutiérrez Castañeda. Me voy a referir principalmente a las reflexiones que surgieron luego de recorrer las 226 páginas, escritas por personalidades a las que mucho admiro, como Ambrosio Velasco Gómez, Alberto Arnaut Salgado, Miguel Concha Malo, Roberto Blancarte, Rodolfo Vázquez, Ricardo Tapia Ibargüengoitia, Liz Hamui Sutton, Gabriela Rodríguez y María de Jesús González Pérez.

El primer aspecto que me interesa destacar tiene que ver con la tensión que ha acompañado y acompaña al desarrollo de nuestro país; una tensión que es generada por las expresiones propias de la laicidad que busca la convivencia entre la pluralidad, y las creencias religiosas que tienden a imponer conductas homogenizantes. Por más que en ocasiones pueden observarse avances en el sentido de una mayor apertura y tolerancia a las diferentes formas de entender el universo y lo humano, estos siempre se acompañan de reacciones que buscan impedirlos.

Así, el derecho de las mujeres a decidir la interrupción del embarazo antes la semana 12 de la gestación en la ciudad de México tuvo como respuesta casi inmediata la adopción de medidas más severas en 17 entidades de la República Mexicana contra el aborto, que incluso han llevado a prisión a varias mujeres.

Pero esto no ocurre solamente en México, se trata de un fenómeno que se observa en otras latitudes por lo que este debate tiene carácter mundial. No se trata sólo de los países más pobres en los que los bajos niveles educativos y científico-técnicos fortalecen al oscurantismo religioso. En Estados Unidos, por ejemplo, el empleo de células troncales embrionarias ha sido intermitentemente prohibido mediante el empleo de diferentes recursos legales impulsados por los grupos religiosos más conservadores. En España, por ejemplo, recientemente con el ascenso del Partido Popular se han adoptado medidas regresivas que impiden a las mujeres decidir sobre sus embarazos. Todo lo anterior ocurre ahora, en la segunda década del siglo XXI, lo que implica que se trata de un debate inconcluso y una tensión que nos acompañara todavía en los próximos años.

El segundo aspecto tiene que ver con la intervención de los políticos. La lucha por alcanzar el poder y permanecer en él domina a los partidos, organizaciones e individuos dedicados a esa tarea. Lo anterior tiene efectos perniciosos sobre el desarrollo nacional, pues el afán de poder distorsiona áreas como la educación, la banca, las telecomunicaciones, etcétera. De este modo lo que los políticos ven en la Iglesia son votos y ceden a sus presiones. El punto que quiero resaltar aquí es que se asigna un enorme poder de la Iglesia sobre los votantes y vale la pena preguntarse si esto es cierto. En México la mayoría de la población es católica (84 por ciento según el censo de 2010), sin embargo el comportamiento social es laico, pues en temas tan importantes como las uniones conyugales, sólo la mitad de las personas se casan por esta Iglesia (Ver La Jornada 8/03/2011). También esta religión, tan importante numéricamente en nuestro país, demonizó en las pasadas elecciones presidenciales a uno de los candidatos, el cual terminó obteniendo un número más que apreciable de votos (15.9 millones). Lo anterior sugiere que el peso político de la Iglesia está sobrestimado.

El tercer aspecto producto de la lectura de del libro que se comenta, es que el debate ha tomado en muchos aspectos un carácter científico. Desde el inicio de este siglo las discusiones en torno al estatus del embrión humano, por ejemplo, en los debates sobre la clonación humana en la Organización de las Naciones Unidas, se centraba en los aspectos de tipo médico y científico. En México, los argumentos en contra de la interrupción del embarazo estaban basados en razonamientos aparentemente científicos. Los grupos opositores a la despenalización del aborto no emplearon abiertamente argumentos religiosos. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha hecho costumbre respaldar el creacionismo y la enseñanza de la teoría diseño inteligente, con una avalancha de argumentos científicos (o mejor dicho seudocientíficos).

A mí me ha sorprendido en algunos congresos internacionales ver legiones de mujeres jóvenes (como quienes reparten Biblias puerta por puerta) que ofrecen panfletos de apariencia científica muy bien escritos, pero con argumentos falsos contra las tecnologías de reproducción asistida. También grupos que se oponen a casi cualquier avance de la ciencia, llámese nanotecnología, biología sintética o biotecnología, con argumentos de apariencia científica, pero en el fondo coincidentes con las razones anticientíficas y los objetivos de los grupos religiosos. Lo anterior muestra una característica novedosa de los debates que se avecinan.

* Una versión de este texto fue leída durante la presentación del libro El estado laico a debate, realizada el 31 de marzo de 2014 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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