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El anticlericalismo en la historia de España

En el presente artículo nos acercamos a la historia del anticlericalismo en España, desde la Edad Moderna hasta el final del franquismo.

El término anticlericalismo nació a mediados del siglo XIX en Francia para definir la política a seguir en relación con la Iglesia. El término se generalizó entre la opinión pública francesa y pasó a España donde se hizo, también, muy popular en poco tiempo.

Existen dos períodos en la historia del anticlericalismo en España. En primer lugar, se pueden rastrear posturas anticlericales desde la Edad Media hasta la crisis del Antiguo Régimen. La segunda etapa correspondería a la época contemporánea. El anticlericalismo no sería, pues, igual en sus formulaciones, ni en sus causas, en las dos grandes etapas que hemos establecido.

El anticlericalismo medieval y moderno puede caracterizarse por ser un movimiento creyente, es decir, sin salirse de los principios cristianos y católicos, una de las características que le diferenciarán del posterior. Este primer anticlericalismo se refleja en la literatura y, también se manifiesta en la cultura popular. Se critican los vicios, excesos y pecados de los eclesiásticos, pero no se cuestionan los dogmas ni la existencia misma de la Iglesia. Se trataría de una censura moral, pero no de un movimiento antirreligioso. Tenemos que tener en cuenta que la religión impregnaba de tal manera la sociedad que determinaba los modos de vida y la concepción del mundo, algo que cambiará, sustancialmente, en la Edad Contemporánea, donde la defensa de la autonomía del individuo, de la sociedad y del Estado frente a la Iglesia llevarían a una fuerte crítica hacia su poder económico, la preeminencia social de los eclesiásticos, su influencia en la educación y la cultura, su injerencia en la vida pública y política, llegando, incluso a rechazar toda manifestación externa de religiosidad.

En la Edad Media se censura la simonía y la avaricia del clero o sus costumbres contrarias al Evangelio. El arcipreste de Hita, el autor del Libro de Alexandre, el Canciller Ayala, Fernando del Pulgar o Fernán Pérez de Guzmán son autores que nos han dejado ejemplos de lo que exponemos. En la Edad Moderna, el anticlericalismo se hace más ácido; se critican los pecados de la lujuria y la holgazanería, sin olvidar la avaricia. En estas críticas hay que incluir las polémicas entre las órdenes religiosas, como las habidas entre jesuitas y dominicos con argumentos que luego serían utilizados contra el clero, en general. Los autores del Siglo de Oro, como Lope de Vega, Tirso de Molina, Mateo Alemán o Cervantes dedicaron su atención a los excesos del clero. En el mundo de la cultura popular fue el momento en el que nacieron muchos refranes anticlericales.

En el siglo de la Ilustración, el modelo cultural cambia porque se plantean presupuestos contrarios -racionalismo- a muchos de los principios tradicionales defendidos por la Iglesia, además de defenderse un modelo de Estado –el regalismo- que choca con los intereses y privilegios eclesiásticos. Es el momento en el que se inicia el cambio hacia el anticlericalismo contemporáneo. En el mundo literario español destacaría la figura de Samaniego con sus fábulas, donde satirizaba al clero.

La segunda etapa de la historia del anticlericalismo nace en pleno proceso de la revolución liberal-burguesa. En la Guerra de Independencia aparecen los primeros brotes del anticlericalismo social. La banda del “Boquica” en Cataluña, que asaltaba conventos, los enfrentamientos entre la Junta de Sevilla y el Obispado de la ciudad, así como el proyecto desamortizador de Canga Argüelles en 1814 son ejemplos de dichos brotes. La represión contra los liberales desarrollada por Fernando VII, con el apoyo de la Iglesia, y la oposición de ésta a las leyes aprobadas en el Trienio Liberal, como fueron la abolición de las exenciones fiscales de la Iglesia, la supresión de la orden de los jesuitas y venta de sus bienes, así como la Ley de Monacales, provocaron fuertes conflictos. La mayoría del clero se decantó hacia la defensa del absolutismo frente al liberalismo. En este enfrentamiento se socializaron los valores clásicos del anticlericalismo español, añadiendo los principios del liberalismo, como la igualdad ante la ley, la soberanía nacional y, algo más tarde, la separación entre la Iglesia y el Estado. En la época del Trienio se produjeron las primeras muertes de frailes en Cataluña en 1822 a manos de liberales exaltados.

La llegada del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis terminó con la experiencia del Trienio Liberal y comenzó un nuevo episodio de represión contra los liberales hasta la muerte de Fernando VII. Al iniciarse el período de la Regencia de María Cristina, gran parte del clero se vinculó al carlismo o defendió posturas muy conservadoras. En julio de 1834 se produjo una matanza de frailes en Madrid, suceso que tenía mucho de motín de subsistencias, aunque no vinculado tanto a la escasez de pan como a la de agua potable en plena epidemia de cólera. El objetivo de la violencia fue el clero, al que se le hace responsable del envenenamiento del agua y de la expansión de la epidemia. En aquellos difíciles momentos, desde muchos púlpitos se había explicado que los males que azotaban a la capital eran fruto de la cólera divina en castigo por la deriva política hacia el liberalismo. Entre las clases populares urbanas calaron los valores del anticlericalismo. La realidad social era interpretada como resultado de las actividades perniciosas del clero: holgazanería, lujuria, avaricia, engaño y hasta el recurso del asesinato.

Durante el resto del reinado de Isabel II y en el Sexenio Democrático, la Iglesia sufrió las fuertes críticas del liberalismo progresista, del demócrata y, posteriormente, del republicanismo, así como una legislación que socavó su poder, como las desamortizaciones, la abolición del diezmo, o supresión de órdenes. El acoso de la prensa liberal hacia la Iglesia fue muy constante, al identificar a la institución con el absolutismo. El liberalismo moderado, en cambio, sería más sensible hacia la causa eclesiástica; de hecho, en la Década Moderada se firmó el Concordato de 1851, que vinculó económicamente a la Iglesia con el Estado, estableció que la religión católica era la única de la nación española y se hace obligatoria la enseñanza de la religión. Pero, precisamente estos tres privilegios potenciaron más el anticlericalismo del resto del liberalismo y de la naciente izquierda, así como el de naturaleza popular.

Con la llegada de la Restauración, la Iglesia obtuvo más privilegios en pago a su apoyo al sistema político. De ese modo, la institución consiguió un papel preponderante en lo económico y en lo social hasta la llegada de la II República. En 1919, la Iglesia  consigue que España se adscriba al culto al Corazón de Jesús. Entre la prensa y sectores de opinión más progresista y republicana el anticlericalismo tomó un evidente protagonismo. Entre 1898 y 1910, la cuestión religiosa adquirió una gran preponderancia en el debate y confrontación política. En 1909 se produjo la Semana Trágica en Barcelona con quema de numerosos conventos e iglesias. La Iglesia se convirtió en el blanco de la tensión acumulada: paro obrero en el sector textil y envío de las reservistas a Marruecos. Un sector revolucionario interpretó la situación desde una perspectiva anticlerical. Al llegar Canalejas al poder se produjo un nuevo enfrentamiento entre las posturas anticlericales y la Iglesia, a raíz de la Ley del Candado, que limitaba la instalación de órdenes religiosas. En esta época el anticlericalismo tendría a Alejandro Lerroux, Luis Morote y a Nakens, y, anteriormente, Ruiz Zorrilla, a sus máximos exponentes.

La Dictadura de Primo de Rivera supuso un paréntesis de la actividad anticlerical aunque algunas críticas a la Iglesia se deslizaban en la prensa, como en el caso de los artículos de Luis Tapia.

Al poco tiempo de proclamarse la II República se quemaron algunos conventos en Madrid, Sevilla, Granada, Málaga y otras localidades levantinas. En el caso de Madrid, al parecer, fueron producto de una minoría aunque no se puede decir lo mismo para el caso andaluz. La derecha y los sectores católicos acusaron a las autoridades republicanas de no haber contestado con contundencia a estos atentados. Pero el principal problema entre los católicos y la República partió de la legislación laica: separación de la Iglesia y del Estado, ley del divorcio, enseñanza laica, secularización de los cementerios y disolución de la Compañía de Jesús. La Iglesia se enfrentó con contundencia a todas estas leyes y a los gobiernos, excepto en la época del bienio del centro-derecha. La Iglesia seguía defendiendo la teocracia frente al laicismo de la República. La prensa anticlerical floreció en esta época. Algunos periódicos fueron muy significativos como “Fray Lazo”. También aparecieron películas anticlericales. El anticlericalismo se extendió, tanto entre amplios sectores sociales, como en la clase política republicana, ya que casi todos los líderes, en mayor o menor medida, fueron muy críticos con la Iglesia.

Entre febrero y abril de 1936 volvió a resurgir el fenómeno de la quema de edificios religiosos. En la guerra civil se dieron numerosos casos de asesinatos de clérigos en el lado fiel a la República, especialmente, al comenzar la contienda. Por otro lado, se confiscó gran parte de los bienes de la Iglesia.

Durante la dictadura franquista, tan identificada con la Iglesia, el anticlericalismo no tuvo medios de expresión en la vida política o social española. Lo podemos ver en los medios de comunicación del exilio, como en las radios antifranquistas desde Francia. Pero el desarrollo económico y social de los años sesenta trajo un modelo cultural que se fue alejando, con gran rapidez, del modelo teocrático o nacional-católico. España entró en la sociedad de consumo y la sociedad se secularizó con nuevas preocupaciones alejadas de las cuestiones religiosas. Como el clericalismo iba perdiendo fuerza, también disminuyó el anticlericalismo.

Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea. @Montagut5

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