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La ciencia, la verdad y los librepensadores

Siendo una pregunta, el paso previo a las búsquedas de nuevas respuestas que den luz a nuevas verdades, podríamos preguntarnos: ¿Desde qué lugar podemos defender como ciudadanos el laicismo, el librepensamiento?

Sin dudas que uno de los puntos de partida sería hacerlo mediante el uso de la razón. La razón entendida como el camino para la comprensión de la naturaleza de las cosas, como la manera de remontarse a las causas que las producen, como el método de búsqueda de la verdad, más allá de la intuición, del conocimiento espontáneo o del conocimiento conseguido o acumulado mediante la experiencia. La razón como elemento constitutivo y fundante de lo que entendemos por “ciencia”, y a consecuencia de ello, podríamos decir también que sería el punto de partida para la búsqueda de la verdad.

Tomando alguna de las tantas definiciones sobre el particular, podría llamarse “ciencia” a aquellos conocimientos ordenados y que mediante un método científico nos permiten comprender la naturaleza de las cosas y sus causas.

Mario Bunge dice al respecto que “La ciencia es un creciente cuerpo de ideas que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta. La ciencia como actividad -como investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología. La ciencia como un bien en sí mismo es un sistema de ideas establecidas provisionalmente (conocimiento científico), y una actividad productora de nuevas ideas (investigación científica)”.

Hasta aquí hemos traído al debate algunos puntos de vista conceptuales sobre ciencia, dejando abierta la puerta a los tantos abordajes que existen y pueden pretenderse de este complejo tema. La propuesta de este ensayo es detenernos en los llamados Paradigmas de la ciencia y el efecto de ellos, en tanto evolución de la misma, en el sentido del favorecimiento o impedimento, y de condicionamientos o determinaciones, que ellos implican en búsqueda de la verdad.

Partiendo de la línea de base que sostiene que la ciencia con sus métodos construye un conocimiento, que la comunidad científica reconoce como tal en tanto a cumplido con lo que la metodología científica exige, por lo tanto la ciencia nos trae un conocimiento científico aceptado. Esto es, una “verdad científica” que crea en esa comunidad científica, un paradigma.

Sabemos bien que quien introdujo ese concepto fue Tomas Khun, definiendo los paradigmas como “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. Por lo tanto, en una comunidad científica esa verdad científica o nuevo paradigma es literalmente “un modelo a seguir”, y una forma de entender el mundo, explicarlo y también manipularlo.

Su increíble fuerza e influencia se manifiesta en la investigación científica e incluso en forma casi inconsciente, cada uno de nosotros y de acuerdo al paradigma de formación al que adherimos, muchas veces hasta descartamos, no escuchamos o simplemente ignoramos, todo aquello que leemos y/o escuchamos y que no encaja en nuestro paradigma. ¡Así de fuerte es la cuestión! Así de fuerte es la defensa que se hace de nuestros propios paradigmas, que hace que sea muy difícil romperlos por la resistencia que hacen quienes lo sostienen. Esta defensa del modelo aceptado tiene varios de los motivos ya expuestos, pero además se sabe que cuando cae un paradigma, quienes los sustentaban pasan del tope a un lugar menos destacado dentro de su comunidad científica. Con todo lo que ello implica en cuanto a nuestros egos y narcisismo propios del ser humano que vive dentro del ser humano-científico. Por supuesto, no hace falta decir que también hay otras cuestiones menos nobles y mucho más miserables de otros tipos de intereses por los que se defienden algunos paradigmas.

Es por ello que los grandes cambios usualmente no vienen desde los lugares más centrales o más encumbrados y hegemónicos de una comunidad científica, sino de los más periféricos.
Esto nos orienta a que debemos estar abiertos a los cambios, a escuchar a todos, luego analizar, estudiar, experimentar, para finalmente aceptar o desechar una idea.

Citamos a Ernesto Sábato, que dice al respecto en su ensayo llamado “Dogmatismo”:

“En la ciencia hay un elemento eterno y otro mortal: el primero es el método, que consiste en observación cuidadosa y razonamiento impecable; la parte mortal es, en cambio, el conocimiento mismo. La teoría de Tolomeo fue superada por la de Copérnico, esta por la de Einstein y la de Einstein ha de ser superada por otra más compleja. El desarrollo del pensamiento se hace a menudo a través de estas negaciones dialécticas. Esta mortalidad del conocimiento es lo que hace tan cauteloso a los hombres de ciencia, que nunca son dogmáticos cuando son auténticos. En líneas generales, puede decirse que practican tanto menos el dogmatismo de la ciencia cuanto más a fondo han llegado a ella; tiene mayor fanatismo científico el médico, cuya ciencia está probablemente en el estado en que se hallaba la física en la época de Aristóteles, que el matemático, cuya ciencia, por ser la más simple de todas, es la más avanzada. Si hay algo seguro en nuestros conocimientos, es que todos los conocimientos actuales son parcial o totalmente equivocados. Dentro de cien años parecerán monstruosas las operaciones cometidas por los médicos del siglo XX.”

Un paradigma, desde mi particular punto de vista, nos mete dentro de una botella, de la cual nos cuesta salir como de aquella caverna de Platón, en la cual solo nos escuchamos complacientemente entre pares que opinan casi igual o muy parecido sin siquiera plantearnos salir afuera a ver “el mundo real”. Esto nos aleja de la realidad, que sin duda es siempre mucho más grande y diferente que lo que hasta ahora se sabe o se interpreta de ella.

Esta lógica de pensamiento sobre un cierto tema es hasta sencilla de crear, y por ello es oportuno entonces recordar esta tan conocida la historia de los cinco monos y los científicos, para ejemplificar cómo se pueden crear artificialmente en forma sencilla estos verdaderos sistemas de prejuicios que son los paradigmas: “Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido. Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aun cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas”.

Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban al que intentaba subir la escalera, con certeza la respuesta sería: No sé, las cosas siempre se han hecho así, aquí. “Los científicos mueren con los paradigmas puestos”, le hemos escuchado decir sabiamente al psicólogo comunitario Enrique Saforcada, y si bien no es bueno generalizar pues no todos los científicos actúan así, muchos evidentemente sí lo hacen; pero como librepensadores, buscadores de la verdad y sabedores de que la única verdad absoluta es que la verdad absoluta no existe, no deberíamos caer en estas actitudes de frenar el desarrollo científico.

Por ello es dable opinar que desde el laicismo deberíamos estar muy atentos a estas cuestiones, de modo tal de ser siempre ser vehiculizadores del avance y progreso del conocimiento, trazando siempre un camino hacia adelante, favoreciendo la búsqueda de las nuevas verdades que rompan esos viejos e instalados paradigmas, dejando progresar la ciencia; obviamente siempre en el sentido de que ello sea en beneficio no de alguien en particular sino de las comunidades en general.

Dice Galeano en uno de sus capítulos del Libro de los Abrazos:

“Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. En medio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día. Todas las noches, todos los días y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía y siempre se había hecho, por algo sería. Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué General o Coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado a montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca…”

A modo de conclusión, podríamos decir que en lo que a “ciencia” se refiere, como así también ampliándolo a nuestras acciones de la vida, al menos deberíamos darnos la libertad de poder cuestionarnos siempre el repetir por repetir mismo, o de hacer algo simplemente porque siempre así se hizo o porque el paradigma vigente así lo indica; y deberíamos permitirnos pensar que puede haber, y de hecho los hay, otros puntos de vista, otras formas de hacer, de entender, de interpretar, de conocer o de explicar las situaciones de la vida. λ

Referencias Bibliográficas:
BUNGE, Mario. “La ciencia. Su método y su filosofía”. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
Disponible en Internet: www.philosophia.cl /
SÁBATO, Ernesto. Uno y el Universo. Capítulo “Dogmatismo”. Ernesto Sábato. Buenos Aires: Editorial Seix Barral.
Disponible en Internet: http://llyc4.files.wordpress.com/2011/04/sabato-ernesto-uno-y-el-universo.pdf
GALEANO, Eduardo. El Libro de los Abrazos. Capítulo “La Burocracia/3”.
Disponible en Internet: http://www.cronicon.net/paginas/Documentos/paq2/No.9.pdf

Mario Bunge

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