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Por sus muertos

El 19 de abril de este año, la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE, en adelante), anunciaba la beatificación de “unos quinientos hermanos nuestros” para el próximo 13 de octubre, en Tarragona. En principio, la jerarquía católica puede conmemorar a sus correligionarios, vivos o muertos (sí, asesinados) cómo y cuando desee. Pero cuando esta decisión se contextualiza, deja de parecer tan “virtuosa”. ¿Qué tenemos que decir de esta conmemoración desde el laicismo?

         Un principio laicista inequívoco es la igualdad de trato para todas las creencias, sean religiosas o de cualquier otra naturaleza. Por eso debemos comenzar denunciando que la Iglesia católica (Ic, en adelante) considere la beatificación de  522 “mártires” como un acto “de humanidad y reconciliación”, mientras que acuse de reabrir las heridas de la Guerra Civil cada vez que se ha planteado restituir la memoria de los miles de republican@s asesinad@s por el bando franquista durante la guerra, o de l@s más 50.000 asesinad@s que hubo en la sangrienta posguerra, así como la búsqueda de sus restos.

         Quizás comprendamos mejor este “acto humanitario y reconciliador” si lo contextualizamos. La Asamblea Plenaria de la CEE afirma que las personas canonizables murieron “durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo XX”, y la verdad histórica es que la inmensa mayoría de los 6.800 eclesiásticos asesinados, así como la inmensa mayoría de los muertos o asesinados republicanos, lo fueron a raíz del golpe militar y la subsiguiente guerra y no durante la República, como interesadamente pregona la Ic. La Historia es tozuda: sin el golpe no hubiera existido esa catástrofe humana, y la consiguiente “limpieza étnica” de republican@s no se hubiera producido.

         También oculta la jerarquía católica que  fue inductora necesaria del enfrentamiento desde el mismo día de la proclamación de la II República, fundamentalmente porque pretendía mantener sus exorbitantes privilegios, y no porque fuera perseguida y no tuviera más remedio (ver las cartas de Gomá al Vaticano).

         Tampoco pueden impedir los obispos que la historia los “honre” como los artífices de la conversión de una sangrienta contienda en cruzada, a partir de su Carta Colectiva de 1937, alabando el “sentido cristiano de la guerra”, convenciendo al mundo de que la causa de los golpistas era la de “la civilización cristiana” y oponiéndose a una rendición pactada, desde que en 1937 lo sugiriera el Vaticano, e insistiendo en una rendición incondicional y humillante.

         Resulta difícil olvidar que la autorización de esta (toda) canonización cuenta con el visto bueno del papa, sucesor directo de aquél Pío XII que el 16 de abril de 1939 declarara que “la nación elegida por Dios acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista la prueba de que, por encima de todo, están los valores de la religión”. A ello añadiremos la reiteración de la beatificación de otros 498 “mártires” que tuvo lugar en Roma, en 2007.

         Afirma la Conferencia Episcopal, en su mensaje del 19 de abril de este año, que “los mártires murieron perdonando” y que desea ser “sembradora de humanidad y reconciliación”, pero en dicho mensaje rememora, para que no haya dudas, una frase de su Asamblea Plenaria de 26 de noviembre de 1999: “el testimonio de miles de mártires y santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo”.

         ¿Por qué esta “beatífica” iniciativa de los obispos es humanitaria, reconciliadora y conveniente y la memoria histórica de los republicanos reabre heridas y es inconveniente? Sólo existe una explicación lógica: los obispos españoles, 74 años después, siguen pensando que los beatos son “los nuestros” y los republicanos no son “los nuestros”. El mismo maniqueísmo ramplón de una manera de entender las creencias (religiosas o no) como definidoras de una identidad dominante y excluyente de todas las demás identidades que conforman la vida de las personas. Así suele suceder con la religión, con la nación, la etnia…

         Una vez definido el campo del “nosotros” y el del “ellos” resulta fácil, y hasta lógico, percibir una realidad sesgada: cuando mueren los nuestros, son “nuestros muertos”. No. Ni “humanidad”, ni “reconciliación”. La jerarquía católica, con estas beatificaciones, sigue identificándose casi ocho décadas después con quienes acabaron por la fuerza con el poder civil republicano, con los perpetradores del golpe militar y los causantes directos de la guerra y, en definitiva, con los vencedores. Y ni siquiera ha realizado un gesto de asunción de su responsabilidad en tamaña barbarie.

         Un último comentario en relación con el mensaje del 19 de abril citado: la jerarquía episcopal declara que la Iglesia “ha sido agraciada con un gran número de estos testigos privilegiados…”, entiéndase, asesinados. Resulta imposible, desde una óptica cívica, compartir el alborozo episcopal porque hayan matado a un gran número” de “los suyos”. ¿Es ésta la misma Iglesia que dice defender la vida? ¿La misma que saca a sus masas a la calle y desestabiliza gobiernos y sociedades para defender la existencia de un zigoto? ¿Si la barbarie beneficia a “los nuestros”, ya no es barbarie, es una “bendición del cielo” y “hemos sido agraciados”?

         Siendo preocupante la actitud de la jerarquía católica, el problema grave, en lo que se relaciona con este asunto, lo tenemos en el ámbito político y cívico, toda vez que está gobernando este país un partido, el PP, que es sociológicamente heredero de los vencedores, y que a pesar de tantos años transcurridos no reconoce que el golpe militar de 1936, que devino en una guerra, originó una sangrienta y terrorista dictadura que practicó una auténtica “limpieza étnica” con todo lo que tuvo relación con l@s derrotad@s (funcionari@s, maestr@s, militares, militantes políticos y sindicales, intelectuales, artistas). Ello sin olvidar la humillación y el acoso sufrido por tantas mujeres identificadas con los colectivos mencionados y el adoctrinamiento ideológico impuesto sobre las conciencias de decenas de miles de niñ@s.

         Esta historia, que quedó sepultada durante los años de la larguísima dictadura, no se ha transmitido para conocimiento de las jóvenes generaciones, lo que les ha permitido crecer sin apenas reconocer el grado criminal y terrorista de la dictadura franquista. Y  esta incultura democrática, muy extendida en la sociedad, es particularmente patrimonio de las generaciones de políticos de la derecha surgidos desde la Transición.

         Una vez más, y en el ámbito del laicismo, nuestras élites políticas volverán a estar presentes en estos actos confesionales, sin ninguna conciencia de que su participación supone un agravio intolerable para una parte importante de ciudadan@s con todo tipo de creencias (religiosas o no). Con su presencia, contaminan sus cargos públicos, que se deben a toda la ciudadanía, y deslegitiman la democracia. Un paso más en la desafección hacia nuestras instituciones.

         La citada beatificación tendrá lugar en el Complejo Educativo de Tarragona, dependiente del Departamento de Enseñanza de la Generalitat de Catalunya. Así pues, una vez más, se pondrán recursos públicos (de tod@s l@s ciudadan@s) al servicio de unas creencias particulares, las católicas, pisoteando lo establecido en la Constitución acerca de la no confesionalidad del Estado. Por el contrario, esta práctica discriminatoria viene siendo moneda habitual en los usos de este Estado, apellidado Constitucional y Democrático.

         Por lo tanto no es creíble el mensaje episcopal: ni humanidad ni reconciliación. Muy al contrario, victoria de los suyos frente a la “irreligiosidad y el ateísmo”. ¿Realmente se creen este discurso todos los católicos españoles? ¿No tienen nada que decir? ¿No tenemos que exigir dignidad democrática a nuestros políticos? ¿Tal vez unos y otros lo estén haciendo “por sus muertos”?

M. Enrique Ruiz del Rosal

Miembro de la Junta DIrectiva de Europa Laica y Presidente de la Asociación Laica de Rivas Vaciamadrid     

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