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El compromiso del nuevo Papa con los pobres

Counterpunch es una de las revistas digitales más conocidas e influyentes en círculos progresistas de EEUU. Su contenido es diverso y goza de una gran credibilidad debido al rigor de sus artículos. Esta revista acaba de publicar un dossier sobre el sacerdote argentino Jorge Mario Bergoglio (más tarde elegido Papa por el Cónclave de Cardenales), escrito por Nancy Scheper-Hughes, profesora de antropología de la Universidad de California, Berkeley, y autora de varios libros sobre la represión en varios países de Latinoamérica y muy en especial en Brasil (Death Without Weeping: The Violence of Everyday Life in Brazil) y en Argentina (The Ghosts of Montes de Oca: Naked Life and the Medically Disappeared – A Hidden Subtext of the Argentine Dirty War). Conocida por su rigor y por su detallismo, transcribe y escribe sobre los interrogatorios hechos a Jorge Mario Bergoglio por tribunales argentinos (a raíz de la represión realizada por la Dictadura argentina) y profundiza en su pensamiento, analizándolo dentro del contexto político en el que este se desarrolló.

La profesora Scheper-Hughes presenta a Bergoglio como uno de los dirigentes jesuitas en América Latina que se opuso a la Teología de la Liberación, que estaba bastante extendida entre los jesuitas en América Latina. Éstos habían mostrado en varios países de aquel continente su simpatía por lo que llamaban la Teología de la Liberación de los pobres, facilitando su organización en comunidades de base que pudieran resistir y liberarse de las fuerzas que los explotaban y oprimían. Este movimiento nació en 1968 en Medellín (Colombia). Ni que decir tiene que tal movimiento estaba influenciado por los movimientos sociales, tanto en el campo (entre los campesinos sin tierra) como en las ciudades (entre los obreros sin trabajo) que, con sus agitaciones, estaban amenazando las estructuras de poder con la cuales la jerarquía de la Iglesia católica se había siempre identificado en aquel continente. En realidad, la religión católica, interpretada por la jerarquía de la Iglesia, constituía la ideología que proveía cohesión social a tales estructuras. El general Jorge Videla, el dictador en Argentina, era profundamente religioso, muy influenciado y próximo al Opus Dei, la parte de la Iglesia más próxima a la dictadura fascista española, que también influenció a un gran número de dictaduras de América Latina, amenazadas todas ellas por tales movimientos. Es en este contexto en el que el Obispado argentino había justificado su apoyo al golpe militar, pues creía que este había parado la posibilidad de que surgiera un régimen marxista. La jerarquía de la Iglesia argentina fue, en su gran mayoría, cómplice de aquella dictadura militar. Esta complicidad era por activa (con apoyo explícito a la dictadura) o por pasiva (permaneciendo en silencio frente a los horribles crímenes cometidos durante la dictadura, incluido el asesinato y desaparición de 30.000 personas).

Nancy Scheper-Hughes detalla varios casos de estos silencios, que incluían muchas ambigüedades de Bergoglio, en los posteriores interrogatorios a los cuales fue sometido durante el periodo democrático (ver también mi artículo sobre el nuevo Papa en Público, “Las contradicciones del nuevo Papa”, 21.03.13).

Pero lo que es importante en lo que escribe esta autora, que ha entrevistado a un gran número de personas, tanto víctimas de la represión como figuras religiosas próximas al jesuita, es que su aproximación a la religión es profundamente mística, muy cercana a la del Papa anterior, cuyos postulados dogmáticos interpretaba de la misma manera. Ni que decir tiene que su estilo es profundamente distinto, pero su tipo de religiosidad era muy próxima a la del Papa anterior y a la del Papa Juan Pablo II. Su compromiso con el pobre estaba imbuido de tal misticismo, encontrándose incómodo (incluso hostil) frente al compromiso terrenal, de tipo organizativo, que consideraba político y, por tanto, impropio del sacerdocio. Esta situación le puso en una postura de confrontación con muchos otros jesuitas, incluidos Orlando Yorio y Francisco Jalics, que tenían una visión de proximidad, apoderando a los excluidos y pobres mediante su desarrollo colectivo de tipo comunitario y que implicaba un compromiso político. Su desacuerdo llegó al nivel de que Bergoglio, siendo su superior en la Orden de Jesuitas, les quitó la protección que tenían como miembros de la Compañía de Jesús, dos semanas antes de que fueran detenidos y torturados por los marines de la Armada. Fue esta expulsión la que dio luz verde a la dictadura para que los detuvieran. Era imposible que Bergoglio no conociera el riesgo que tal decisión implicaba para los jesuitas. Él era consciente de que la dictadura y las fuerzas conservadoras argentinas veían a los sacerdotes y a las monjas que trabajaban en las comunidades pobres (facilitando su liberación terrenal) como enemigos y terroristas, lejanos a la sensibilidad religiosa representada por Bergoglio.

En realidad, Bergoglio estaba en minoría dentro de la comunidad jesuita. En El Salvador, Guatemala, Perú, Colombia o Brasil, hubo jesuitas que habían protestado frente a los horrores de las dictaduras, pagando con su vida en muchos de estos países. El caso más conocido fue en El Salvador, en la Universidad Centroamericana, donde seis jesuitas fueron asesinados por miembros del Ejército en 1989. En realidad, nada menos que el superior de los jesuitas, el Sr. Pedro Arrupe, en 1975 había redefinido la misión de la Orden de Jesuitas, considerando como su prioridad el apoyo a la justicia social, misión que implicaba un enfrentamiento con las dictaduras existentes en el Cono Sur y en Centroamérica.

De ahí el escepticismo que Nancy Scheper-Hughes tiene sobre el llamado compromiso con los pobres que el nuevo Papa está subrayando como su eje central. En realidad, es imposible que tal compromiso se realice sin que lleve al que lo sostiene a oponerse a las causas de la pobreza. Y, hasta hoy, parece que ha actuado más para frenar que para estimular a aquellos que luchan para eliminar la pobreza.

Ni que decir tiene que el cambio de estilo y de actitud que el nuevo Papa representa en comparación con el anterior, es un cambio valioso que creará un gran enfrentamiento con la jerarquía de la Iglesia, como gran parte de la española. Ahora bien, ésta está tan a la derecha, en realidad, ultraderecha, que la sociedad española no debería evaluar al Papa por su distancia de la jerarquía actual, sino por su coherencia en su noble compromiso con los pobres. Tal compromiso exige apoyar a aquellos que quieren eliminar la pobreza. Y hasta ahora, tal dimensión está poco visible en su biografía y en su escaso apoyo, en realidad oposición, a aquellas monjas y sacerdotes que fueron coherentes en su compromiso.

* Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University

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