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Menos sermones en la escuela y más instrucción, M. Peillon

El aprendizaje de la autonomía, el uso de la razón crítica, son incompatibles con cualquier clase de adoctrinamiento, por muy «laico y obligatorio» que éste sea

El ministro de Educación Nacional aboga por una enseñanza de la “moral laica” en la escuela pública, enfocada principalmente hacia “el sentido de la existencia humana, (…) aquello que constituye una vida feliz o una vida buena”. Un programa muy amplio…. pero la moral no puede ni debe sustituir a los contenidos académicos que desde hace unos años se están viendo menguados.

Reiterémoslo : la laicidad no es ni un « valor » ni una filosofía, ni una ideología. Es un marco jurídico que garantiza la libertad de conciencia (de la que se deriva el libre ejercicio de los diferentes cultos), y que separa las religiones de los poderes (y servicios) públicos. Dicho de otro modo, se trata de un continente, y no de un contenido –o mejor dicho, de un continente que abarca todos los contenidos filosóficos, tanto las creencias como las no creencias.

De ahí que no exista una « moral laica », como no existe, por ejemplo, una « ciencia laica ». La laicidad –en el sentido de separación de lo religioso- es la condición sine qua non tanto de la moral como de la ciencia. Sin ella no hay investigación ni ética posibles: únicamente el machaqueo y la justificación de los dogmas. Y por muy creyente que fuese, es a Kant a quien debemos el haberle arrebatado a la teología la moral de los tiempos modernos

Jules Ferry así lo entendió, y Vincent Peillon cita equivocadamente su “carta a los maestros” , pues en ella sólo trataba de enseñanza laica de la moral” y rechazaba explícitamente toda “moral laica”. La única moral que se debe enseñar, según Ferry, consistiría en “verdades primigenias…. universalmente aceptadas” que no deberían ofender a ningún “padre de familia”. Si los presupuestos ideológicos son tan claros como cuestionables, al menos la laicidad no se invoca para fundamentar la moral, sino únicamente como marco donde se inscribe su enseñanza

La segunda cuestión que se plantea entonces es saber si la moral puede y debe ser objeto de una enseñanza reglada, tal y como lo propone el ministro. “El sentido de la existencia” y “la vida buena” tienen desde luego que ver con las preguntas que la filosofía nos enseña a plantearnos al final del bachillerato. Pero ¿acaso corresponde a los planes de estudios el convertirla en una doctrina, acaso incumbe a los maestros el plantearla como un sermón? Eso sería olvidar que cada religión, cada filosofía, cada individuo, tiene su propia respuesta. ¿Acaso incumbe al Estado el formateo de las mentes en formación?

He aquí un triste ejemplo de sentencia otrora escrita en la pizarra (5º de primaria 1956-57) : “Denunciaré a los malos compañeros” . Lo siguiente ¿será denunciar a los “malos franceses”? El aprendizaje de la autonomía, el uso de la razón crítica, son incompatibles con cualquier clase de adoctrinamiento, por muy “laico y obligatorio” que éste sea.

Que la escuela garantice en primer lugar « la instrucción”, tal y como abogaba Condorcet. La educación viene por añadidura. Para combatir el traspaso hostil de las competencias del estado a las comunidades en el ámbito de la enseñanza, legítimamente denunciado por el ministro, resultaría mucho más eficaz el reforzar el marco laico de la enseñanza y poner en práctica sus principios con firmeza. Dejémosle al profesor de historia la libertad de hablar del Corán sin ser creyente; al de ciencias de la vida y de la tierra la enseñanza de la evolución, y no de los dogmas creacionistas, y al de francés o de filosofía, el descubrimiento de los pensadores y escritores que ejercen la duda crítica, tanto los ateos como los creyentes.

El respeto de la ley moral, decía Kant, todo ser humano, hasta el menos instruido, lo experimenta en su fuero interno. Podemos añadir: de la misma manera que posee las estructuras de su lengua. Pero en ambos casos, la instrucción es necesaria para acceder, ya sea al dominio lingüístico, ya sea a la noción del deber. Las mentes progresan gracias a la instrucción, no al adoctrinamiento. Y la instrucción que permite el acceso a los interrogantes morales es la que abarca el conjunto de las disciplinas: éstas se conjugan para formar el espíritu crítico, y dotan al alumno de los conocimientos sin los cuales “el sentido” de la existencia carece de sentido.

Para reforzar la laicidad en la escuela, Vincent Peillon demostraría mayor inspiración restableciendo las enseñanzas regladas debilitadas a golpe de “reformas”, en lugar de instaurar la prédica de una nebulosa “moral laica”

Traducción de Pepa García

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