Ahi va un pequeño dato, pero gran exponente, de las prerrogativas de la ICAR: Hace pocos años, el camposanto de mi pueblo ( una aldea ubicada en la Galicia profunda) se quedó pequeño y hubo que ampliarlo. La vecindad puso el terreno, pagó los materiales y a los albañiles y se turnó para aportar las labores de peonaje. El obispado no colaboró ni siquiera con un mal botijo de agua para calmar la sed de los operarios; sin embargo tenemos que pagarle a buen precio la porción de tierra que necesitamos para construir las sepulturas. Ni que decir tiene, que los gastos de conservación también salen de nuestros bolsillos y. por supuesto, que cuando la iglesia necesita alguna reparación, son los vecinos de "buena voluntad" (yo no, desde luego) los que la sufragan. El cielo es una mercancia muy rentable para los curas: la venden repetidamente y no la compran nunca. Un negocio excelente; si señor
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