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Gallardón y los gays

SIEMPRE que revienta el debate sobre el matrimonio gay en el PP me pregunto qué fue de aquel peculiarísimo fundador del sector de opinión homosexual de la derecha (?) que respondía al increíble nombre de Carlos Alberto Biendicho y que perturbó hace siete u ocho años la homofobia canónica más conservadora. ¿Qué fue de Biendicho? ¿Se fue, lo echaron, se hizo cenobita? Su ausencia la ha cubierto ahora el ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón que ha opinado que el matrimonio entre personas del mismo sexo es perfectamente constitucional. Como era previsible la opinión del ministro de la contrarreforma judicial (el mayor volantazo conservador del último cuarto de siglo) ha alentado a algunos compañeros menos francos, como el ministro del Interior, Jorge Fernández, a contradecirlo: "Si no hubiéramos pensado que era inconstitucional no hubiéramos votado en contra, no hubiéramos presentado enmienda de totalidad y no hubiéramos presentado un recurso de inconstitucionalidad", ha dicho en el Senado.

A mí toda esta controversia me suena a impostura, enredo y propaganda. Considerar el apoyo a los matrimonios gays como una prueba indiscutible de progresía me parece una ingenuidad. La reforma judicial propuesta por Ruiz Gallardón es, repito, uno de los mayores retrocesos que va a padecer España en este mandato. El cobro de una tasa para recurrir en segunda instancia en los juzgados, la vuelta a una ley de supuestos para el aborto o el cambio en el sistema de elección del CGPJ son propuestas de un conservadurismo atroz y con una repercusión muchísimo más amplia (y de más calado) que solventar si los emparejamientos gays son o no matrimonios.

Es posible que Gallardón, que es un conservador hábil con una elevada capacidad para lo homocromía, es decir, para adquirir el color del medio que lo rodea y confundir al enemigo, esté tratando de restañar su honra de hombre abierto y sensato. Alguna asociación gay ha caído en la trampa y no ha tardado en ensalzar, con una miopía formidable, la "valentía política y la sinceridad" del mismo ministro que va a restringir el aborto y dejar en manos de la carcunda judicial el CGPJ. Semejante elogio es de una cortedad de miras insufrible. Y característico de todas las asociaciones que podríamos denominar monotemáticas, es decir, centradas en un estrechísimo círculo de intereses corporativos.

Yo creo que la polémica que rodea las uniones gays es menos un problema político que de hipocresía personal. Hay homosexuales de izquierdas, de derechas, de centro y ultras. Que lo confiesen o no es otra cosa. Extender un diploma de progresismo a los menos hipócritas es tan injusto como descaminado.

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