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El ejército de Kiko

Es la fuerza de choque de la Iglesia más conservadora. Los gays son enfermos; el matrimonio, eterno. En España son más de 300.000

Les llaman los 'kikos', por su fundador, el pintor leonés Kiko Argüello (1939), pero a ellos no les gusta nada. Prefieren ser conocidos como los seguidores del Camino Neocatecumenal o, en corto, como el Camino. En España son más de 300.000. Millón y medio de fieles, encuadrados en 16.000 comunidades de 106 países, siguen a Kiko en todo el mundo.
Consideran la homosexualidad como una enfermedad que pueden curar, ensalzan el matrimonio y promueven las familias numerosas al grito de «los hijos que Dios quiera». Demonizan el aborto y los anticonceptivos. Condenan la eutanasia. Ensalzan la virginidad. Llevan la indisolubilidad del matrimonio al extremo de 'tolerar' los malos tratos en el seno familiar, con el ánimo puesto en corregir esa práctica. En política son de derechas, muy de derechas. Poco partidarios de los religiosos progresistas, rozan con los curas que no ceden sus parroquias para las actividades del Camino. Sus seguidores deben entregar el diez por ciento de sus ingresos (el diezmo) para el movimiento.
Su piedra angular son las familias y la base del método, del Camino, es la Misa, a la que ellos se refieren siempre como Eucaristía. Emplean las dos especies (pan y vino). La celebran los sábados por la tarde; entre otras razones, y como asegura Argüello, «para que los jóvenes no se vayan a las discotecas a fornicar y a drogarse; los jóvenes de nuestras comunidades no fornican, ni se drogan, ni se suicidan…», resalta.
Ellos son la fuerza de choque de la Iglesia más conservadora. El Camino se empezó a gestar en las chabolas madrileñas de Palomeras Altas, en el barrio de Vallecas, en 1964. Argüello, en plena crisis existencial, y tras recibir una encomienda de la Virgen, decide catequizar, guitarra en mano, a chabolistas y marginados, una vocación que se ha convertido en su seña de identidad.
En 1990, Juan Pablo II, amigo personal de Kiko, dio su apoyo expreso al Camino. En junio de 2008, el Vaticano aprobó sus estatutos definitivos y, el pasado viernes 19, entre el alborozo de los 7.000 seguidores que participaron en una multitudinaria audiencia en Roma, Benedicto XVI anunció la aprobación de los ritos de iniciación para los seguidores del movimiento tras quince años de escrutinio por parte de la Congregación para el Culto Divino.
El Papa ha pasado a aliarse con el Camino, una organización basada en el carisma de Kiko -«lo más parecido a un telepredicador que tenemos en España», según expresión que circula en ámbitos católicos- y con una capacidad de convocatoria inigualable en otros movimientos cristianos.
Ellos están detrás de los masivos recibimientos al Papa y de las cohortes de jóvenes que recorrieron España enarbolando banderas ante la Jornada Mundial de la Juventud de 2011. «Kiko pide 20.000 sacerdotes para evangelizar China en una de esas concentraciones y se levantan 5.000 brazos. Solicita chicas para ingresar en conventos de clausura y otras 3.000 niñas se presentan voluntarias para ser monjas. Su carisma es arrollador», apunta la periodista Virginia Drake, autora de 'Kiko Argüello, el Camino Neocatecumenal. 40 años de apostolado'. Drake sabe de qué habla: participó durante un año de los ritos y ceremonias de una comunidad 'kika' del barrio de Salamanca.
La Santa Sede ha entendido que ese impulso evangelizador de los 'kikos' compensa con creces el uso de métodos heterodoxos. Ratzinger se dirigió a Kiko Argüello y a Carmen Hernández (su colaboradora y con quien se lleva como el perro y el gato para sonrojo de los no iniciados) y les recordó que las ceremonias autorizadas «no son estrictamente litúrgicas» y les instó a no separarse de las parroquias, «el verdadero lugar de la comunidad».
De esta forma, Benedicto XVI cogía por las riendas al principal caballo de batalla que enfrenta al Camino con la Iglesia: las quejas de algunos obispos ante la tendencia de los 'kikos' a actuar de modo demasiado autónomo, casi como una Iglesia paralela. El Papa les recordó la obligación de que sus ceremonias sean abiertas a los fieles. Algo que es posible, aunque más en la teoría que en la práctica.
«Estamos renovando la Iglesia. Somos lo más vivo de la cristiandad, los encargados de la nueva evangelización a través de pequeñas comunidades que viven como los primeros cristianos y avanzan juntas», presume Argüello. Él es el autor de los textos de las catequesis (3.000 páginas a las que llaman el mamotreto), de los símbolos, del lenguaje, de la música (cantan textos en hebreo), de la cuidada puesta en escena de todas sus ceremonias… hasta pinta él mismo con motivos neobizantinos las nuevas iglesias del Camino, todas con su pileta para los bautismos de inmersión.
La parroquia es el campo de actuación de los 'kikos'. Según relata un sacerdote que les ha acompañado, primero se produce el desembarco de los catequistas itinerantes que actúan de espoleta: un matrimonio laico, un sacerdote y un seminarista. Ellos hacen 'el anuncio', «una manera muy emotiva de invitar a conocerles: manejan muy bien la psicología humana y son expertos en transmitir su mensaje», asegura este diocesano. Los testimonios son siempre «dramáticos».
Los reclutas del Camino
A los 'kikos' se acercan viudas, insatisfechos, fieles con inquietudes religiosas, desesperanzados, marginados, alcohólicos, toxicómanos… y ellos aceptan a todo el mundo. Las convocatorias son abiertas. «No son nada elitistas, al contrario», matiza Drake. Tras anunciarse varios domingos, citan a los futuros miembros para la Eucaristía del sábado. Allí todo es flamante: flores frescas, manteles bordados, guitarras, canciones y ritos nuevos. «El montaje es impactante», dice un cura.
Una vez que la comunidad echa a andar, los seguidores del Camino deben ir superando distintos escrutinios. Al superar el primero reciben una Biblia de Jerusalén, su Biblia, la misma que les acompañará durante el recorrido, que dura unos veinte años. Al final, ataviados con túnicas blancas de lino que usarán ya cada Semana Santa para festejar la resurrección de Cristo, los seguidores renuevan sus votos bautismales en el río Jordán. Kiko Argüello ha diseñado allí la Domus Galilaeae, la grandiosa sede del Camino en Israel, en el monte de las Bienaventuranzas, y que fue inaugurada por Juan Pablo II en marzo de 2000.
Pero no nos adelantemos. El Camino es largo. Y difícil. Se programan convivencias de una semana, al estilo de ejercicios espirituales, los seguidores superan media docena de escrutinios bautismales, analizan y preparan la palabra (en un par de reuniones cada semana), aprenden a participar en los ecos, como llaman en el Camino a las reacciones que suscita en ellos la Biblia, reacciones que se convierten en una auténtica terapia de grupo, trufada de revelaciones íntimas, frustraciones y tentaciones del omnipresente Satán.
Uno de los elementos más llamativos del Camino para los legos es la llamada 'bolsa de las inmundicias', el saquito de terciopelo donde todos los miembros de la comunidad deben introducir la mano (aunque no pongan nada) para colaborar en los gastos, ayudar a las necesidades… «He visto poner joyas de oro y las escrituras de una vivienda en esa bolsa», asegura un testigo.
«Pero son generosos, no tienen afán de lucro. Cuanto más tienen más comparten. Entre ellos nadie pasa necesidad sin que la comunidad haga algo», subraya un cura diocesano. Y, si no fuera así, «Dios proveerá», el auténtico santo y seña en el ejército de Kiko Argüello.
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