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Con la cruz a cuestas

Está en boga entre los conservadores de la derecha y los conservantes de la izquierda rosa un afán desmedido por mantener incólume el llamado espacio público, ese territorio abierto de todos y de nadie. No quieren pintadas, carteles ni signos que cuestionen la doctrina dominante. Y han aprobado reglamentos, ordenanzas y hasta leyes para impedir que alguien garabatee un lamento solitario. Quieren paredes y calles mudas.

Alegan el carácter colectivo del uso y disfrute del territorio compartido para impedir que unos pocos se adueñen de él. Sin embargo, el espacio público está ocupado, abrumadoramente, por la iconografía del poder -fundamentalmente masculino-, del mercado y de la religión. Apuntaré sólo un detalle: la omnipresencia de cruces.

Son como una invasión silenciosa, pesada, maleducada y perversa. En la ciudad y en el campo. Para cuando te das cuenta, tienes una cruz al hombro o un cristo redentor presidiendo tu ciudad. En el Gorbeia, en Tudela, en el Atxabal o en Donostia… No se me oculta el valor simbólico de una fe, pero los cristianos, tan perspicaces para detectar integrismos en otras creencias religiosas, no tienen derecho a invadir de manera avasalladora el espacio común con su imaginario. Y mucho menos en un territorio laico por voluntad de sus pacientes ciudadanos. Lo digo con el respeto que precisamente los creyentes no profesan hacia quienes no lo somos. Y si no, que lo demuestren limpiando ese Gólgota de la ocupación en que han convertido el monte Ernio con las decenas de cruces que lo mancillan.

Tenemos derecho a caminar por la naturaleza y no encontrarnos con la cruz de marras ni con la virgen de turno. Y mucho menos con que un gobierno como el de Nafarroa -ejemplo de devoción exaltada- pague además con dinero público un helicóptero para subir el santo a la cima de la Mesa de los Tres Reyes o remate las obras públicas con una hornacina para el beato.

Es una cruzada -vaya, qué casualidad- más seria de lo que parece. Tras la apariencia de la tradición o de una cándida costumbre, la iconografía religiosa invade nuestras vidas y ocupa nuestros espacios simbólicos con los significados turbios de la superstición. De la resignación y del sufrimiento. Y no hemos nacido para llevar una cruz a cuestas. Y mucho menos la de otros.

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