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Cullera Laica reclama a l’Ajuntament una resposta a la sol·licitud de protecció patrimonial de L’Escolaica

El 22 de juliol proppassat, l’Associació Cullera Laica va reclamar formalment a l’Ajuntament de Cullera una resposta a la sol·licitud que li va fer perquè s’iniciara el procediment administratiu pertinent amb la finalitat que l’edifici antic de l’Escolaica siga declarat bé de rellevància local: la sol·licitud inicial es presentà en setembre del 2010 i es fonamentava en «la gran significació històrica, educativa i moral» que va suposar a principis del segle XX la construcció d’una escola -com diu en els seus documents- «agena completamente a todo espíritu é interés de comunión religiosa, filosófica y política». La petició de Cullera Laica, subscrita per persones rellevants del món de la cultura i de l’educació, no va obtindre resposta per part de l’Ajuntament, per la qual cosa l’associació ha demanat ara una resolució expresa.

Com a nota cultural relacionada amb la present informació, adjuntem un tresoret què va trobar un company de l’Associació: un article de l’il·lustre pedagog Félix Martí y Alpera, publicat originalment en la revista La Escuela Moderna (octubre 1904), en el qual relata vívidament l’origen de l’Escolaica. Que el gaudiu!

Cullera Laica, setembre 2011.
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LA «LIGA DE LA ENSEÑANZA» DE CULLERA

No es capricho, ni deseo superficial lo que me obliga á dar forma á este artículo: es, tomadlo á broma si queréis, la voz severa del deber la que me grita imperiosamente que lo escriba.

Debo escribirlo. Los que sin dejarnos dominar del pesimismo triunfante ni cerrar nuestras almas á la esperanza, nos  hemos entregado á todas horas á tristes lamentaciones, á quejas plañideras para llorar la situación desdichada de nuestra educación patria, tenemos el compromiso moral de dar á conocer, de publicar á todos los vientos, cuantas mejoras se vayan realizando en el orden de la enseñanza primaria, cuantas iniciativas acertadas, cuantos empeños generosos surjan en medio de la general indiferencia. Y debemos hacerlo así, no sólo para honor y gloria de los buenos, sino para que su ejemplo cunda y los pesimistas crean y esperen y la falange sagrada de los que siembran apriete sus filas y se reanime y luche con más denuedo que nunca por la buena causa.

De hoy en adelante seguiremos cultivando el recuerdo de nuestros vicios pedagógicos seculares, de nuestros males hondos; pero mirando siempre al porvenir pasaremos revista á las pruebas magníficas de amor á la cultura, de protección á los niños que se vayan registrando en España y nos dejaremos iluminar por las luces que los precursores vayan encendiendo en los caminos difíciles y obscuros.

Mas perdonad que haya divagado un poco: no era esto lo que pensaba deciros. Escuchad.

A mediados de Mayo último recibí una carta en la que el vecino de Cullera (Valencia), D. Juan Antonio Matoses, me daba cuenta de la formación de la Liga de la Enseñanza, de la cual era y es hoy aún dicho señor, Presidente. La génesis de esta simpática Asociación, sus elementos constitutivos, sus anhelos, sus esperanzas, todo me lo explicaba el Sr. Matoses.

En el mes de Enero, un grupo de padres preocupados seriamente de la educación de sus hijos, decidieron fundar la Liga de la Enseñanza, cuyo fin inmediato había de ser la creación de una escuela que no fuera memorista y clerical como la de los maristas, ni antihigiénica ni unitaria como la Escuela pública. Consultaron sus propósitos con los Sres. Gil y Morte, Diputado por Cullera y Sueca, Gómez Ferrer y Bartuina, quienes les alentaron en tan noble empeño y les proporcionaron cuantos antecedentes necesitaban. Uno de estos señores se encargó de buscarles Maestro, y así que lo encontraron y adquirieron el mobiliario que el mismo les indicó, quedó instalada la Escuela en una casita de emplazamiento pintoresco, aislada, á medio kilómetro de la población, con la fachada principal frontera á una extensa era y la posterior á un huerto de parrales y naranjos.

Pero había que dar carácter formal y solemne á lo que se había hecho, sancionarlo por medio de un instrumento público, y el 10 de Mayo, ante el notario D. Joaquín Piquer, que no quiso cobrar sus honorarios ni el gasto de papel, se otorgó escritura, por la cual se aseguraba la existencia de la Liga, comprometiéndose los padres de 27 alumnos á sufragar durante tres años el haber del profesor D. Andrés Gascón-350 pesetas mensuales pagadas por anticipado,-el alquiler de la casa-escuela, la compra del material y cuantos gastos ocasionara sostener la escuela, que había de tener el carácter de primaria, educativa y laica.

Terminaba la carta hablando de mi libro Por las Escuelas de Europa, solicitando mi consejo é invitándome con gran interés á visitarles tan pronto como mis ocupaciones lo permitieran.

Tardé bastante en contestar á esta carta. Unos días, los más, por falta de tiempo, otros por fatigas y desfallecimientos de un organismo frecuentemente hostil á mis alientos morales, la contestación, á pesar de mis grandes y buenos deseos, no salía de mi pluma. Recibí otra carta que coincidió con la clausura de las clases, y ya la mía no se hizo esperar más. En ella, entre varias cosas que les decía, les anunciaba mi visita.

Marché á Valencia á pasar las vacaciones, y allí recibí nuevos requerimientos. No podía excusarme; alguien me dijo con insistencia que mi viaje sería de gran eficacia, y aunque no me atrevía a creerlo, el domingo, 21 de Agosto, salía á primera hora de Valencia con dirección á Cullera acompañado del profesor Sr. Gascón.

El trayecto ofrece escasa variedad de paisaje. Teniendo á la vista durante un buen rato las aguas inmóviles de la Albufera, que á aquellas horas parecían un inmenso espejo veneciano, fuimos atravesando los interminable arrozales que semejaban extensos y temblorosos lagos de verdura hasta llegar á Cullera, reclinada sobre un monte cobrizo y calvo, arrullada por el mar y circundada en gran parte de su perímetro por el Júcar, que es para ella como un cinturón de agua.

En la estación de Sueca nos esperaban algunos socios de la Liga, y en la de Cullera casi todos los demás. En el Casino republicano descansamos breves momentos y de seguida nos encaminamos á la Escuela, instalada en la casita sencilla y rústica, de emplazamiento poético y sano, que yo me había imaginado.

Allí cambiamos impresiones. La Liga, me decían, no se conforma con esto. Aspira á organizar una Escuela grande, graduada, instalada en edificio de nueva planta. Aconséjenos usted. Hay muchos padres que ingresarán en la Sociedad así que se reduzca la cuota de 18 ó 20 pesetas mensuales que pagamos hoy. Otros esperan el resultado de nuestros proyectos y vendrán cuando montemos mejor la Escuela. La prevención que tenían muchas familias contra esta enseñanza porque la llamamos laica, va desapareciendo. Las gentes ven que aquí no se habla mal de los sacerdotes, que no se ataca la religión, que nuestros hijos no blasfeman…

Y alguien á cada momento deslizaba en mis oídos estas palabras: «Hábleles usted, entusiásmelos, procure que hoy quede todo arreglado. Están muy bien dispuestos».

Abandonamos la Escuela, y yo he de decir que salí de allí muy gratamente impresionado. Aquellos hombres hablaban con calor de su obra, manifestaban con decisión sus propósitos de engrandecerla y escuchaban sin pesteñear, con silencio religioso, con interés vivísimo, cuantas indicaciones se les hacía.

-Vamos a recoger a Pedrós-dijo uno. -Y fuimos á la puerta del Ayuntamiento, en donde á poco de esperar se incorporó a nosotros D. José Pedrós, primer teniente de Alcalde, Alcalde accidental aquellos días y que en tales momentos acababa de presidir la sesión municipal que en Cullera se celebra los domingos. En varios carruajes salimos de Cullera, torcimos á la izquierda alejándonos de la desembocadura del Fúcar y llegamos al pie del monte, en cuya falda se asienta el lindo châlet del señor Pedrós, lugar en que iba á celebrarse el banquete para festejar, más que á mi humilde persona, la fundación de la Liga y la consagración de sus arrestos nobles y fecundos.

Y allí, en aquella altura, teniendo á nuestros pies el campo, la playa y el mar, recibiendo los perfumes de la huerta y los efluvios de las aguas marinas, tratamos ligeramente de los propósitos de la Liga. El Sr. Pedrós, un joven muy inteligente y simpático, hizo manifestaciones acertadísimas y generosas. Ya sabía él que una escuela de un solo Maestro no resolvía nada. Había que impedir la mezcolanza de los niños pequeños con los muchachos mayores. La Escuela sería graduada ó no sería á la moderna. Además, se la debía instalar en el campo, en edificio que ofreciera comodidades y condiciones higiénicas y pedagógicas. Hacía falta solar amplio y unas 20.000 pesetas para el edificio. En cuanto al solar, él tenía un huerto de naranjos, el de la casita donde provisionalmente se alojaba la Escuela: que cortaran por donde quisieran. Y en cuanto al dinero, no sería difícil reunirlo.

Y empezó la comida, una comida opípara, preparada por vecinos de un pueblo que tiene fama en toda la provincia de hospitalario y rumboso. Después pasamos todos los comensales á la terraza, y allí, el Sr. Pedrós, con palabras muy discretas recordó el objeto de aquella comida y me invitó a que hablara.

¡Ah! Os lo digo con franqueza: me quedé un momento sin saber qué decir. Todo cuanto por la mañana pensaba manifestarles, me pareció inútil y fuera de lugar, y á mi boca no acudían más que palabras de alabanza y de gratitud.

Tratar de entusiasmarles… ¿y para qué, si ya lo estaban? Hablarles de enseñanza graduada, de educación integral, de libros de texto, de lecciones de cosas, de moral en acción… ¿para qué si había oído allí mismo tratar de estos asuntos como hubiera podido yo hacerlo? Hasta una cuestión sobre la cual pensaba insistir, la del laicismo en la enseñanza, la de la neutralidad religiosa de la Escuela, tuve que abandonarla, porque repetidas veces me dijeron que con tal pureza querían que se implantara el laicismo, que hasta los católicos más fervientes habían de desear aquella escuela para sus hijos. Y toda mi pedantería pedagógica quedó arrinconada, y las frases hermosas de Julio Ferry, de Lavisse y de Edgad Quinet, la fórmula de Jean Macé, las apelaciones evangélicas de Buisson, todo lo que yo había mascullado por la mañana atravesando los campos de arroz, quedó para mejor ocasión.

No había que perder tiempo en palabras huecas y retóricas inútiles. Puesto que estábamos de acuerdo, al grano, y en vez de frases, hechos. Apunté la idea de iniciar una suscripción entre los socios, para prestar á la Liga cantidades de que luego se irían reintegrando.

-Que hable Beltrán-dijeron varios. Y el aludido se expresó con elocuencia espantosa.-Venga un papel y un lápiz-contestó. Voy a encabezar la suscripción.

Escribió su nombre, luego unos puntitos y á continuación la cifra de ¡2.000 pesetas!

-Que corra el papel.

Y corriendo fué el papel de mano en mano que se llenó en un instante de nombres y de sumas. Unos 1.500 pesetas, otros 500, otros 1.000, algunos 250, reuniéndose en pocos momentos la cantidad de 16.000 pesetas, que con el ofrecimiento del solar hecho por el Sr. Pedrós, algunos donativos que se habían anunciado y nuevas suscripciones, aseguraban la construcción de una bonita Escuela de cuatro ó cinco clases, como se había pedido.

Todo aquello fué tan rápido, que me dejó asombrado. Aquella manera de hacer las cosas, estas cosas, sería inglesa ó yanqui; pero española, no. Porque, cierto que había allí personas de posición, como el Sr. Beltrán; pero había también otras que eran pobres, y entre los rasgos admirables que observé, debo hacer constar el del Sr. Vallet, un hombre joven, sin hijos y soltero, suscribiéndose por 500 pesetas, y el del Sr. Pons, un posadero modestísimo, que porfió hasta conseguir que le elevaran á 400 pesetas las 200 con que por consideración á su pobreza, quisieron que figurara en la suscripción.

Y doy fin a esta reseña, incompleta á pesar de su extensión. Tal vez otro día la complete con nuevas y recientes noticias.

Sólo os diré para terminar que á la mañana siguiente abandonaba á Cullera agradecido a obsequios y atenciones inolvidables y satisfechísimo de un viaje que me había permitido descubrir el rincón de España en que un grupo de hombres abnegados y valerosos, trabajan silenciosamente para que fructifique la semilla de la España nueva.

Félix Martí y Alpera.

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