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La mujer según la “palabra del dios cristiano”. La mujer en la biblia

LA MUJER  según LA “PALABRA DEL DIOS CRISTIANO”

Antonio García Ninet  Doctor en Filosofía

De acuerdo con la “¡palabra de Dios!”, al menos la del Dios judío y cristiano de la Biblia, según se muestra a continuación, la mujer es un simple objeto, que se rapta, se toma, se compra, o se vende o se deja con el mayor desprecio imaginable, proclamando que “por la mujer comenzó el pecado”[1], que “por culpa de ella morimos todos”[2], que es “la maldad”, que “es más amarga que la muerte”, que “la cabeza de la mujer es el varón” y que “la mujer debe llevar […] sobre su cabeza una señal  de sujeción”, en cuanto debe estar subordinada al varón.

Los dirigentes cristianos y los católicos en particular juzgan que la Biblia es la “palabra de Dios”, de manera que esta “palabra” es la que debe servirles de guía a la hora de establecer sus valores morales y de todo tipo. Pero sucede que, como en la Biblia hay en muchas doctrinas que se afirman en unos pasajes para ser negadas en otros, los dirigentes católicos procuran silenciar o sacar a la luz aquellas doctrinas que les resultan más convenientes según las circunstancias del momento. En este sentido, por ejemplo, cuando se está hablando de lo denigrante que es para la mujer el uso del “burka”, que oculta por completo su cuerpo y su rostro, lo cual es un modo de anular su personalidad, procuran silenciar que esto mismo era lo que predicaba su “apóstol de los gentiles”, Pablo de Tarso, diciendo que la mujer debía llevar sobre su cabeza un velo como una señal de sujeción al varón. Las palabras de Pablo de Tarso son parte de la Biblia, y, por eso, son tan “palabra de Dios” como las del resto de la Biblia. En consecuencia,los dirigentes católicos tratarán de aplicar esas doctrinas cuando y en la medida que lo crean conveniente para sus intereses. De hecho, hasta no hace muchos años, los curas -los dueños de “las casas de Dios”-, prohibían que mujeres o niñas entrasen en la iglesia sin llevar la cabeza cubierta con un velo; su tamaño era lo que podía variar, según los tiempos fueran más o menos propicios para exigir que fueran mayores o menores. Y, si en estos momentos los dirigentes católicos callan ante el hecho de que las mujeres entren en la iglesia sin velo, es sólo por el temor a seguir perdiendo clientela y poder, y no porque hayan evolucionado desde su machismo primitivo hasta el reconocimiento de la igualdad entre la mujer y el varón.

La visión denigrante de la mujer que los dirigentes católicos aceptan -o deben aceptar- en la medida en que juzgan que la Biblia es la “palabra de su Dios”, tal como se muestra a continuación, tiene las siguientes características:

-la mujer es la encarnación de la maldad y es, además, “más amarga que la muerte”;

-los varones son “hijos de Dios”, mientras que las mujeres sólo son “hijas de los hombres”;

-la mujer es una simple cosa;

-no existe un noveno mandamiento relacionado con la mujer de manera exclu-siva, sino sólo un noveno –y último- relacionado con la casa, la mujer, los animales y los demás objetos, es decir, un noveno mandamiento en el que la mujer es colocada al mismo nivel que al resto de “propiedades codiciables”;

-la mujer es objeto de compra;

-la mujer es propiedad del marido;

-el marido puede tener varias mujeres y concubinas, pero la mujer no tiene apenas derechos.

-el marido puede repudiar a la mujer, pero la mujer no puede repudiar al marido.

-la mujer puede ser tomada o raptada con absoluta normalidad;

-es preferible la violación de las propias hijas antes que la ofensa a un invitado.

-la mujer apenas tiene valor; casi todo el protagonismo lo tiene el varón.

-la misma figura de María, la madre de  Jesús, es ninguneada o despreciada por Jesús, quien, además, tampoco nombró a ninguna mujer como apóstol.

-el valor de unas pocas mujeres que se ensalzan en la Biblia, como Judith, Yael o Dalila, se basa en su capacidad de seducción o de traición.

-la mujer es un cuerpo sin cabeza, ya que su cabeza es el marido, y, por ello, la mujer debe someterse a él y llevar la cabeza cubierta en señal de sujeción.

Veamos a continuación de forma detallada cada uno de estos aspectos degra-dantes para la mujer:  

a) En primer lugar,en la Biblia se dice que la mujer es la encarnación de la maldad, y “más amarga que la muerte”:  

“El hombre que hablaba conmigo se adelantó y me dijo:

-Levanta tu vista y mira lo que aparece ahora.

Pregunté:

-¿Qué es?

Me respondió:

-Una cuba, y representa la maldad de toda esta tierra.

Entonces se levantó la tapa redonda de plomo y vi una mujer sentada dentro de la cuba. El ángel me dijo:

Es la maldad[3].

Igualmente en Eclesiastés, de acuerdo con esta misma valoración despreciativa de la mujer, se dice:

-“He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo y sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella, mas el pecador cae en su trampa”[4],

– “Por más que busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”[5].

Y un planteamiento similar aparece en Eclesiástico, otro libro de la Biblia, en el que se equiparan mujer y pecador: 

-“Toda maldad es poca junto a la de la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!”[6],

-“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos”[7]

-“Vale más maldad de hombre que bondad de mujer”[8]

Resulta asombroso que unos libros que se consideran inspirados por Dios lle-guen a decir barbaridades tan incalificables y que el grado de adoctrinamiento recibido por muchos de los llamados cristianos –y especialmente cristianas– sea tan intenso y alienante que prefieran ignorar textos como éstos antes que aceptar que sus dirigentes religiosos simplemente son unos embaucadores sin escrúpulo.     

b) La actitud degradante hacia la mujer se muestra igualmente de un modo a la vez ingenuo y ridículo cuando en Génesis se habla de los varones como “hijos de Dios” y de las mujeres como “hijas de los hombres”, a la vez que se deja claro que la mujer tiene el valor de una simple cosa, en cuanto se toma o se compra por parte del varón, de manera que ella no tiene por qué gozar de libertad para decidir sobre su propia vida: 

“Cuando los hombres empezaron a multiplicarse en la tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí como mujeres las que más les gustaron”[9].

c) De acuerdo con esta forma de cosificación de la mujer, Jacob compró a Raquel a su tío Labán a cambio de trabajar siete años para él[10], pero éste le engañó y

“por la noche […] tomó a su hija Lía y se la trajo a Jacob, y Jacob se unió a ella”[11].

Pero, como a Jacob le gustaba Raquel, se la volvió a pedir a su tío y éste le dijo:

“-…Termina la semana de bodas con ésta, y te daré también a la otra a cambio de otros siete años de servicio.

Así lo hizo Jacob; terminó la semana con la primera, y después Labán le dio por mujer también a su hija Raquel […] Jacob se unió también a Raquel y la amó más que a Lía; y estuvo al servicio de su tío otros siete años”[12].

Tiene interés observar cómo en este pasaje se muestra:

1) En primer lugar, la cosificación de la mujer, cuya voluntad no cuenta en absoluto a la hora de tomar la decisión sobre a quién se vende;

2) en segundo lugar, la ausencia de contrato matrimonial, pues, como la mujer es una simple posesión de su padre, el contrato no se hace con ella sino con su futuro propietario que es quien la compra a cambio de dinero o de otra cosa, como, en este caso, el tiempo de trabajo que Jacob acuerda con su tío; y

3) la poligamia como costumbre absolutamente normal, de acuerdo con la cual, Jacob puede solicitar una nueva mujer como quien compra otra vaca, pues el hecho de poseer una no es ningún inconveniente para que pueda comprar más, si tiene algo que pueda interesar al vendedor. Esta costumbre de la poligamia entre los judíos llega a extremos realmente notorios en Salomón, quien, en cuanto la Biblia sea “palabra de Dios” y no engañe, como consecuencia de su riqueza pudo permitirse el capricho de comprar setecientas esposas y trescientas concubinas[13], al margen de que por la influencia negativa (?) que estas mujeres extranjeras ejercieron sobre él, al inducirle a adorar a otros dioses, dice la Biblia que Salomón

“no fue tan fiel [a Dios] como su padre David”[14],

pero no porque se hubiese casado con todas esas mujeres sino porque

“cuando se hizo viejo [éstas esposas y concubinas] desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor”[15].

Igualmente, Abías

“tuvo catorce mujeres, veintidós hijos y dieciséis hijas”[16].

Y fue el mismo sacerdote Yoyadá quien proporcionó dos esposas a Joás:

“Joás agradó con su conducta al Señor mientras vivió el sacerdote Yoyadá, quien le proporcionó dos esposas de las que Joás tuvo hijos e hijas”[17].

Esta última referencia tiene el interés de poner de manifiesto nuevamente que la poligamia no es vista de manera negativa por sí misma, ya que es un sacerdote quien le proporciona dos esposas a Joás, sino sólo en cuanto se realice con mujeres extranjeras que pueden introducir sus dioses y pervertir al judío alejándolo de su Dios, lo cual equivale a decir que a los sacerdotes lo que les molesta no es la poligamia sino la competencia que las otras religiones pueden suponer para su propio negocio.

En definitiva, a lo largo de sus diversos libros lo que predomina en la Biblia de forma constante es esta valoración negativa de la mujer, considerada como un simple objeto de comprar, vender, usar y tirar.

d) De hecho y en este sentido tiene especial interés el que, a pesar de que el clero católico siga hablando del “decálogo” o de los diez mandamientosde Moisés, cual-quiera que sepa leer puede comprobar que en la Biblia sólo aparecen ¡nueve manda-mientos!,  es decir, que un “eneálogo” y no un “decálogo”, siendo el noveno y último:

“No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que le pertenezca”[18],

de manera que el mandamiento que actualmente se enumera como el noveno y penúltimo, “no desearás la mujer de tu prójimo”, en la Biblia aparece sólo como una parte del noveno y último, que los dirigentes cristianos dividieron en dos a fin de enmascarar el hecho evidente de que a la mujer se la trata en la Biblia y en ese mismo pasaje relacionado con las tablas de Moisés, como una pertenencia o cosa o a un animal –un buey, un asno-.

e) Como ya se ha dicho, hay ocasiones en que ni siquiera hay contrato matrimonial entre hombre y mujer, sino sólo un contrato de compra, o un simple rapto, como sucede cuando los ancianos de la comunidad proponen que los benjaminitas rapten mujeres, pues no tenían y la tribu estaba a punto de desaparecer:  En un primer momento la comunidad israelita envía tropas contra Yabés Galaad, cuyos habitantes también eran judíos, pero no habían subido a la asamblea del Señor. Y, como los israelitas habían “jurado solemnemente que quien no subiese a Mispá ante el Señor sería castigado con la muerte” (Jueces, 21:5), pasaron a cuchillo a todos sus habitantes menos a las muchachas vírgenes y se las dieron a los benjaminitas (Jueces, 21:10-23). A continuación los mismos benjaminitas, aconsejados por el resto de Israel, raptaron más mujeres en Silón para quienes no tenían todavía, pues la tribu estaba a punto de desaparecer:

“Entonces la asamblea [de Israel] envió doce mil hombres de los más valientes, con esta orden: -Id y pasad a cuchillo a todos los habitantes de Yabés Galaad, incluidas mujeres y niños. Consagraréis al exterminio a todos los varones y a todas las mujeres casadas, pero dejaréis con vida a las vírgenes.

Así lo hicieron. Entre los habitantes de Galaad encontraron cuatrocientas vírgenes que no habían tenido relaciones con ningún hombre y las trajeron al campamento de Siló, en la tierra de Canaán. Luego, la asamblea envió mensajeros a los benjaminitas […] para ofrecerles la paz. Los benjaminitas volvieron, y ellos les dieron las mujeres supervivientes de Yabés Galaad, pero no había bastantes para todos.

[…] Los ancianos de la comunidad se preguntaban:

-Las mujeres de la tribu de Benjamín han sido exterminadas. ¿Qué haremos para procurar mujeres a los que aún no las tienen? […]

Entonces decidieron esto:

-Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Siló […].

Y dieron este recado a los de Benjamín:

-Id y escondeos entre las viñas. Os quedáis observando, y cuando veáis que las jóvenes de Siló salen a bailar, salís de las viñas, os lleváis cada uno una muchacha de Siló y os volvéis a vuestra tierra […].

Los de Benjamín lo hicieron así y tomaron de entre las que bailaban aquellas que necesitaban; después volvieron cada uno a su heredad, recons-truyeron las ciudades y se establecieron en ellas”. 

f) Otro ejemplo más de este desprecio tan absoluto a la mujer es el hecho de que, ante la opción de consentir o no la ofensa a un invitado, se opte por ofrecer a las propias hijas para ser violadas Así sucede en Génesis, 19: 6-8, donde Lot, para proteger a unos extranjeros que tenía alojados en su casa, dice a quienes querían violarlos:

“-Hermanos míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Tengo dos hijas que no se han acostado con ningún hombre; os las voy a sacar fuera y haced con ellas lo que queráis, pero no hagáis nada a estos hombres que se han cobijado bajo mi techo”[19].

 Algo muy similar se narra en Jueces, donde, como en el caso anterior, la violación de mujeres no tiene mayor importancia en relación con la ofensa a un invitado. En este sentido se dice en defensa de un invitado:

 “-No, hermanos míos, no hagáis, semejante crimen, por favor. Es mi huésped y os pido que no hagáis tal infamia. Aquí está mi hija, que es virgen; os la sacaré para que abuséis de ella y hagáis con ella lo que os plazca; pero no cometáis con este hombre semejante infamia”[20].

g) Igualmente en las referencias genealógicas de cualquier personaje sólo cuenta la línea paterna y para nada la materna, hasta el punto de que para demostrar la filiación divina de Jesús el evangelio atribuido a Lucas se remonta ¡por la línea genealógica de José! hasta Adán, incurriendo en la contradicción de afirmar la paternidad de José respecto a Jesús porque en ese momento interesa demostrar que Jesús era Hijo de Dios, pero negando tal paternidad cuando le interesa afirmar que María era “virgen” y que concibió por obra del Espíritu Santo y no por sus relaciones sexuales con José.         

h) Otra expresión del desprecio más absoluto hacia la mujer queda de manifiesto al comparar su papel social con el del hombre, a quien se le da un protagonismo casi absoluto que se muestra, por ejemplo, cuando al hablar de Dios se dice que es “Padre” y no “Madre”, “Hijo” y no “Hija”, y “Espíritu Santo”, teórico padre de Jesús; Dios creó a Adán como rey de la creación, y, a Eva para que Adán tuviera una compañera; la mujer -Eva- fue quien introdujo el pecado en el mundo y, por ello, entre otros castigos, Dios condenó a la humanidad a tener que morir, y a la mujer a ser dominada por el varón[21], lo cual es una forma de justificar “religiosamente” las diversas formas de machismo; los hijos de Adán y Eva cuyos nombres se mencionan en la Biblia sólo son los de Caín, Abel y Seth, de manera que no se menciona para nada los de las hijas a las que debieron de unirse Caín y Seth para tener descendencia; los personajes femeninos de la Biblia casi siempre tienen un papel secundario.

Por otra parte, todos los nombres de los ángeles son nombres de varón: Miguel, Rafael, Gabriel. El propio “Príncipe de las Tinieblas” se muestra como varón: Satán, Lucifer o Luzbel. Y casi todos los nombres relevantes de la Biblia son de varón, como Adán, Caín, Abel, Seth, Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Isaac, Esaú, Jacob, los hijos de Jacob: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín (y sólo al final una hija llamada Dina, a la que se menciona en muchas menos ocasiones que a sus hermanos); Moisés, Aarón, Josué, Saúl, David, Salomón, Roboam, Gedeón, Sansón, Elí, Samuel, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Job, Pedro, Santiago, Juan, Tomás, Bartolomé, Judas, Mateo, Matías, Marcos, Lucas, Pablo, y apenas alguno de mujer, que casi siempre juega un papel secundario o anecdótico.

Con ocasión del famoso “diluvio universal”, ni siquiera se menciona el nombre de la mujer ni de las hijas de Noé, que fueron quienes se debieron de salvar, junto con el propio Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet para que la humanidad volviese a multipli-carse, lo cual demuestra evidentemente la escasísima importancia que se concede a la mujer, a pesar de que sin ella la continuidad de la especie habría sido un milagro especialmente digno de reseñar.

Resulta igualmente curioso y significativo –aunque más anecdótico- que en el Antiguo Testamento la mujer quede ninguneada hasta el punto de que, cuando se enumera la lista de los hijos de cualquier personaje, casi todos los nombres sean de varón y apenas alguno de mujer, como si no hubieran nacido o como una muestra de la consideración tan anecdótica de su existencia que fuera irrelevante incluso mencionarla. Esto sucede por lo que se refiere a los hijos de Adán y Eva, de Noé, Sem, Cam, Jafet, Abraham, Ismael, Isaac, Esaú, Jacob, y a la práctica totalidad de las largas líneas genealógicas que aparecen en la Biblia, donde o bien no se nombra la existencia de las hijas de estos personajes o bien sólo se dice que “también tuvieron hijas”, pero sin nombrarlas o incluso hablando de un número de hijas muy sospechosamente inferior respecto al de hijos.

i) La misma figura de María tiene un papel insignificante en la Biblia, como puede constatarse en el evangelio falsamente atribuido a Marcos, en donde el propio Jesús llega a tratarla de modo despectivo cuando, en el momento en que ésta y sus otros hijos fueron a buscarlo, sus discípulos le avisaron diciéndole:

“¡Oye! Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan”,

y Jesús les respondió:

“ “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Y mirando después a los que estaban sentados alrededor, añadió: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” ”[22].

Esta baja consideración de la mujer, referida a María en este caso, se muestra igualmente cuando se califica a Jesús como “hombre” por ser hijo de María y sólo como “Hijo de Dios” -según el evangelio falsamente atribuido a Lucas- a partir de la enumeración de la genealogía paterna de Jesús por ser hijo de José, cuyo linaje se remontaría hasta Adán, el cual es considerado “hijo de Dios” por haber sido creado por él[23], y, a pesar de que el escritor de este evangelio hubiera escrito antes que el auténtico padre de Jesús no fue José sino el “Espíritu Santo”[24], parece que al escritor de este evangelio no se le ocurrió la idea de que ese “Espíritu Santo” fuera también Dios y, por ello, no pudo argumentar que Jesús era hijo de Dios porque el “Espíritu Santo” también era Dios, tal como proclamaron posteriormente los dirigentes cristianos en el concilio de Constantinopla, en el año 381.

j) Igualmente, otra forma de ignorar a la mujer puede verse en cierto modo en la actitud de Jesús, según los evangelios, al haber elegido a doce apóstoles, sin que ninguno de ellos fuera mujer. A la crítica de que aquellos tiempos no eran los más adecuados para la elección de una mujer como apóstol, se podría replicar que si Jesús era “Hijo de Dios”, por lo mismo que defendió una nueva forma de moral igualmente hubiera podido predicar la igualdad entre los seres humanos, pues precisamente el hecho de que no nombrase como apóstol a una mujer ha sido utilizado por algunos obispos como argumento especialmente agudo y profundo (?) para rechazar que la mujer pudiera acceder al sacerdocio, diciendo que, si Jesús hubiera querido que las mujeres accedieran a tales cargos, habría elegido a alguna de ellas como apóstol. Se trata de un argumento absurdo, pero es el que utilizó el arzobispo de Málaga en una entrevista en la CNN+ (27/03/02) para negar a la mujer el acceso al sacerdocio. Siendo coherentes con un argumento tan contundente (?) resulta extraño que la Jerarquía Católica haya consentido que a lo largo de los tiempos quienes no eran judíos ni de raza blanca hayan podido ser ordenados sacerdotes, pues todos los apóstoles eran judíos y de raza blanca.

La pobreza de tal argumento resulta tan evidente que ni siquiera merece una crítica. Es cierto que la sociedad del pueblo judío era fuertemente machista y es muy posible que Jesús no eligiese a ninguna mujer entre sus apóstoles por influjo de aquel lastre y de aquel ambiente machista de la sociedad judía. Pero, por ello mismo, la actitud de Jesús sólo habría demostrado que él mismo no estaba preparado para asumir que la mujer tenía en esencia las mismas capacidades que el varón para ejercer las mismas tareas que éste. Pero, en cualquier caso, el hecho de que en la práctica fuera un seguidor del machismo judío tradicional muestra simplemente que Jesús habría sido una persona como cualquier otra, con los mismos prejuicios, y no un Dios como el que presenta el cristianismo más avanzado.

Por otra parte, en cuanto tal argumentación relacionada con el nombramiento de apóstoles varones habría sido absurda, hay que volver a Pablo de Tarso[25] para compren-der que fueron especialmente sus prejuicios acerca de la mujer, expresados en diversas epístolas, lo que contribuyó de manera especial a dar a la mujer un papel totalmente secundario en la estructura organizativa de los dirigentes católicos, que estuvieron inicialmente muy condicionados por las ideas del llamado “apóstol de los gentiles”.

k) Hay alguna ocasión en que aparecen en la Biblia personajes  femeninos de cierta relevancia, como Judith, (Ruth) Yael o Dalila, pero las hazañas de estas heroínas se basaron en la seducción o en la traición, o en ambas formas de actuación.

Así Judith se basó en su capacidad seductora, es decir, de engaño -capacidad que no se considera precisamente una virtud- para cortarle la cabeza a Holofernes:

“[Judit] se calzó las sandalias, se puso collares, pulseras, anillos, pendientes y todas sus joyas; y se acicaló con esmero para ser capaz de seducir a los hombres que la viesen”[26].

Y, así, una vez que sedujo a Holofernes, Judit se acostó con él, y luego, aprove-chando que éste yacía dormido a causa del vino,

“avanzó hacia el poste que estaba a la cabecera de Holofernes, tomó su alfanje, se acercó a la cama, lo agarró por la cabellera y dijo:

-Fortaléceme en este momento, Señor, Dios de Israel.

Le dio dos golpes en el cuello con toda su fuerza y le cortó la cabeza”[27].

Otra mujer, Yael, mata a Sísara a traición:

“Bendita entre las mujeres sea Yael […] Agua le pidió, y le dio leche; en copa preciosa le ofreció nata. Con su izquierda agarró un clavo, con su derecha un martillo de obrero y golpeó a Sísara, le partió la cabeza, lo machacó, le atravesó la sien”[28].

Y la seducción y la traición son las armas utilizadas por Dalila, a quien los filis-teos habían ofrecido una considerable cantidad de dinero para que les entregase a Sansón, consiguiendo que éste le rebelase el secreto dónde radicaba su fuerza. De acuerdo con esta traición,

“ella durmió a Sansón sobre sus rodillas y llamó a un hombre, que le cortó las siete trenzas de su cabeza”[29]

 y mandó que avisaran a los filisteos para que vinieran a detenerle. A continuación, perdida su fuerza, los filisteos le detuvieron, lo dejaron ciego y lo encarcelaron.

l) La continuación de este punto de vista degradante respecto a la mujer aparece, como ya se ha dicho, en Pablo de Tarso, quien considera que

“la cabeza de la mujer es el varón”[30],

lo cual implica evidentemente la doctrina de que la mujer es un cuerpo sin cabeza propia. Igualmente, justificando el uso del velo que oculta la cabeza de la mujer, afirma que

“toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido, que es su cabeza”[31].

Defiende a continuación la idea de la subordinación y sujeción de la mujer respecto al varón y el uso del velo como símbolo de tal sujeción insistiendo en la idea de que el varón “es imagen y reflejo de la gloria de Dios”, mientras que la mujer sólo es “gloria del varón”:

“el varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por eso […] debe llevar la mujer sobre su cabeza una señal de sujeción”[32].

Esta doctrina del velo ha llegado hasta la actualidad, a pesar de que no lo haya hecho hasta el extremo al que ha llegado en el mundo musulmán con el uso del “burka” –con pocos milímetros de diferencia respecto a los uniformes de diversas comunidades de monjas católicas- que cubre la práctica totalidad del cuerpo y del rostro femenino. Pero lo esencial de este asunto es que su fundamento último es el mismo: la consi-deración de la mujer como propiedad del marido.

Esta misma idea vuelve a aparecer no sólo en relación con el uso del velo sino también en relación con la norma por la queel apóstol Pablo proclama que la mujer debe someterse al marido, hasta el punto de que se le prohíbe incluso que hable en público y que, si desea saber algo, no debe preguntarlo durante la asamblea, sino luego al marido y de forma privada:

-“La mujer aprenda en silencio con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que ha de estar en silencio. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión”[33].

-“que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está, pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”[34].

Los dirigentes católicos intentaron posteriormente disimular esta doctrina bíblica acerca de cuál debía ser el papel de la mujer enalteciendo la figura de María, aunque su opinión acerca de la mujer fue siempre, de manera más o menos explícita, denigrante hasta llegar a considerarla como un simple objeto de compra-venta, creado para vivir sometida al varón.

m) En los últimos años, José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, ha defendido descaradamente una perspectiva similar acerca de la mujer –aunque algo más disimulada- cuando en su patológico escrito Camino, dirigido casi en exclusiva a los varones y a lo “viril”, lo contrapone a lo femenino, que es considerado como inferior en muy diversos aspectos. En este sentido, por ejemplo, escribe:

“Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas- habéis de ser espirituales”[35].

Es decir, el varón todavía puede aspirar a ser sabio, pero respecto a las mujeres “basta que sean discretas”.

¿Qué motivos podría tener el señor Escrivá para tal discriminación? Parece que los mismos que le sirvieron a Pablo de Tarso: Ningún otro que prejuicios simplemente irracionales y absurdos, heredados de la mentalidad machista, dominante a lo largo de toda la Biblia.

En definitiva, la importancia de esta doctrina, contraria a la igualdad entre mujer y varón, pone más en evidencia el carácter simplemente “humano, demasiado humano” –y no divino- del conjunto de las doctrinas defendidas en las de los dirigentes de los dirigentes católicos.

La valoración tan degradante de la mujer no sólo se ha dado en una gran parte de las religiones del pasado sino que sigue dándose en la actualidad, y no sólo en cues-tiones religiosas sino también en cuestiones políticas y sociales, aunque en los últimos años se han producido avances importantes. Sin embargo, los dirigentes católicos, como también sucede en el terreno científico, todavía no han sido capaces de asumir estos avances en el interior de su organización. No obstante, en cuanto la ausencia de la mujer en cargos más importantes, accediendo al sacerdocio, al episcopado y al papado, puedan tener efectos negativos en los intereses económicos y políticos de la organización católica, es probable que en un corto plazo de tiempo, en cuanto comprendan esta situación y en cuanto las propias mujeres pertenecientes a esa organización religiosa presionen adecuadamente, se produzca el cambio consiguiente en la estrategia de los dirigentes católicos, tal como en estos momentos se está produciendo en la Iglesia Anglicana, sobre todo a partir del momento en que las “vocaciones” sacerdotales flojeen hasta el punto de que la situación repercuta negativamente en la buena marcha del negocio religioso.

Conviene tener en cuenta en este sentido que la revolución política y social por lo que se refiere a los derechos de la mujer en Occidente comenzó a realizarse hace poco más de cien años, así que, teniendo en cuenta que los dirigentes católicos llevan en casi todos los terrenos un desfase de muchos siglos y que no pueden desviarse alegremente de las “sagradas” doctrinas de la Biblia, es “lógico” (?) que tengan sus prevenciones a la hora de aceptar la igualdad entre la mujer y el varón, pues, como para los dirigentes católicos la Biblia es la “palabra de Dios”, teóricamente infalible, renunciar a ella equivaldría a tratar a su Dios como a un  mentiroso o a aceptar que los escritos bíblicos sólo tienen carácter humano y no divino, y tal cambio no sería especialmente favorable para su negocio.

 


[1]“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos” (Eclesiástico, 25:24).

[2]Ibidem.

[3]Zacarías, 5, 5-8. La cursiva es mía.

[4]Eclesiastés, 7, 26.

[5]Eclesiastés, 7, 28.

[6]Eclesiástico, 25, 19.

[7]Eclesiástico, 25, 24.

[8]Eclesiástico, 42, 14.

[9]Génesis,6, 1-2. La cursiva es mía.

[10]Génesis, 29, 18-19.

[11]Génesis, 29, 23.

[12]Génesis, 29, 27-30.

[13]1Reyes, 11, 3.

[14]1 Reyes, 11, 6.

[15]1 Reyes, 11, 5.

[16]2 Crónicas, 13, 20-21.

[17]2 Crónicas, 24, 2.

[18]Éxodo, 20, 17.

[19]Génesis, 19, 7-8.

[20]Jueces, 19, 23.  

[21]Génesis, 3, 16.

[22]Marcos, 3, 31-35.

[23]Lucas, 3, 23-38.

[24]Lucas, 1, 35.

[25]Pueden verse más referencias a Pablo de Tarso en otros capítulo de este mismo trabajo.

[26]Judit, 10, 4.

[27]Judit, 13, 6-8.

[28]Jueces, 5, 24-26.

[29]Jueces, 16, 19.

[30]Pablo, Corintios, 4, 3.

[31]Pablo, Corintios, 4, 5.

[32]Pablo, Corintios, 4, 7-10.

[33]Pablo: Timoteo, 2,11-14.

[34]Pablo, I Corintios, 14, 34-35.

[35]José María Escrivá: Camino, aforismo 946.

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