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80 años de historia no son nada

El trato con asuntos en que no es fácil deslindar convicción, prejuicio y razonamiento –amén de otras variables inconfesas– induce a que nadie escuche qué pueda decir nadie. Respecto al último viaje del Papa a Santiago y Barcelona, no podía ser menos. En todo caso, mi principal problema empieza ahora, como resaca de lo que BXVI dijo cuando volaba desde Roma: sus alusiones a asuntos de hace 80 años para justificar su objetivo “pastoral” de poner diques a presuntos desvíos del actual gobierno democrático.

Con el pretexto del “laicismo agresivo” de este –según él, similar al de los años 30– urge “recristianizar” España como experimento de lo que necesita también Europa. Si el Vaticano sigue repitiendo este relato de la cristianización-descristianización-recristianización será porque le es fructífero: nunca da puntada sin hilo. Sin embargo, lo que más me preocupa es que, como nunca hay texto sin contexto, tan publicitadas palabras cuestionen lo que deba exigir en Historia de España a alumnos de 2º de Bachillerato.

En vísperas de su prueba de selectividad, deberé trabajar con ellos estos últimos 80 años que BXVI ha interpretado pro domo sua y sin complejos. Han dicho luego que no lo hizo en plan beligerante, pero con apenas una frasecita en la que el hilo explicativo corre a cargo del “laicismo” no veo cómo hilvanar la variabilidad de tan atareado período hispano: la IIª República y sus distintas fases, el golpe antidemocrático seguido de una atroz Guerra Civil, la postguerra y las etapas del franquismo, la transición democrática y la Constitución, y los sucesivos gobiernos democráticos… Hasta hoy.

Se me agolpan las preguntas: ¿Qué plantear a los alumnos? ¿Cómo orientar sus posibles interrogantes? ¿Hacia dónde dirigir sus pesquisas, hacia el relato que impusieron sistemáticamente los vencedores en los programas de bachillerato, con libros de texto y lectura como la Historia del Imperio español, de Feliciano Cereceda (6º de Bachillerato); la Historia de España de Pemán; o aquel España es mi madre, de Enrique Herrera? ¿Ninguno debería leer nada de historia que no hubieran revisado en la comisión episcopal encargada del martirologio español reciente? ¿Volvemos de nuevo a las Lecturas buenas y malas, al estilo de las que todavía en 1963 recopilaba Garmendía de Otaola? ¿Ha de censurarse todo lo que se ha investigado sobre la historia hispana de estos ochenta años? ¿No sería inquietante que aquello de las “Humanidades”, o lo de negarse a toda “memoria histórica”, tuviera que ver con esto? ¿Es que hemos de volver a que el resto de los españoles y sus modos distintos de ver no cuenten?

En la selectividad, además, una competencia exigida es saber comentar un documento de valor histórico. ¿Con qué textos documentales se ha de trabajar en clase? ¿Qué se ha de hacer con ellos: analizarlos, contextualizarlos y valorar su información, o tan solo glosarlos y limitarse a memorizar lo que hayan dicho voces muy expertas, seleccionadas según criterio preconciliar? ¿Y qué pasa si los encargados de estas pruebas dispusieran otros textos menos canónicos, o si los correctores de estas no compartieran criterio tan parcial, mientras los alumnos solo fueran capaces de dar fe de la doctrina única impuesta? Y, sobre todo, ¿qué pasa con la verdad? Después de ochenta años, ¿también en todo esto Roma locuta, causa finita?

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