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Un acto de libertad en Zaragoza

El jueves 14 de Octubre, pese al ninguneo y a las trabas de políticos e instituciones varias, MHUEL (Movimiento Hacia un Estado Laico) consiguió que la película El Discípulo, de Emilio Ruíz Barrachina, se estrenara en el Centro de Historia de Zaragoza. Tuve el placer de estar allí (a pesar de un catarro monumental), y me gustaría deciros que me volví con esa grata y poco frecuente sensación de que presencié un acto de verdadera libertad, como dijo Antonio Aramayona en su presentación.

Pese a todo, la película se estrenó en esta ciudad y la pudieron ver casi doscientas personas que llenaban el salón de actos. Se había anulado una entrevista al director que ya estaba concertada en la televisión aragonesa, no se publicitó en ningún medio de prensa; hubo, al parecer, mucho interés en que nadie se enterara de este estreno en tierras aragonesas, pero el acto de libertad tuvo lugar finalmente.

Uno se pregunta los porqués, porque realmente no es "para tanto". La película es absolutamente respetuosa e, incluso, como dijo alguien en el coloquio posterior a la proyección, mantiene cierta semblanza mística del personaje histórico en que se centra. Hay que "leer entre líneas" para captar el significado real, y además está basada en investigaciones académicas y científicas. La explicación a ese aparente "misticismo" está en que el director decidió contar su historia en la misma clave en que se narra desde hace veinte siglos. Otra clave distinta podría "molestar" a muchas personas que, por ser creyentes, interpretarían la película como un ataque, y no como lo que realmente es, otra mirada a la historia desde la perspectiva de la racionalidad. Pero es una película producto de la búsqueda de la verdad, y la verdad parece ser un gran enemigo para los que llevan siglos especulando con supuestos esoterismos y mentiras, por más que muchos se las crean a pies juntillas.

Pude charlar un rato con Antonio Aramayona y con otros integrantes de MHUEL, todo un placer. Conocí a Pedro, y a otras amigas, cuyo nombre no recuerdo, pero cuya presencia y palabras me encantaron y no olvido. Una de ellas, con la que más compartí impresiones, es una de esas mujeres inteligentes, fuertes, cálidas e íntegras que me hacen sentir orgullosa del género femenino. Me contó que en Zaragoza existe una República Independiente, la de Torrero, un barrio de origen popular que se autodetermina como una pequeña isla de libertad, independiente, en la medida que puede, de los prejuicios que parece tener (y tiene) la autoridad municipal zaragozana; también me estuvo comentando cómo en sus salidas con pancartas en procesiones y actos de ese tipo, exigiendo laicismo a la corporación municipal, a veces son sólo diez o quince personas, y que los policías que preparan para "controlarles" son muchos más, tocan a dos o tres por manifestante laicista. Qué mundo éste,…. la policía municipal zaragozana "controlando" a ciudadanos pacifistas y demócratas hasta la médula…

En fin, me volví encantada y con la sensación de que Antonio y los integrantes de la asociación MHUEL son personas que miran al mundo desde la integridad y la justicia, que piensan muy bien y que actúan sin tapujos por un país más racional y más decente; que no atacan a nadie, que respetan las creencias de todos (no como otros), pero que exigen la asepsia confesional a la que están obligados los políticos. Y sobre todo me volví con la convicción de que había asistido a un acto voluntario de respeto al pluralismo y a la libertad.

Por mi parte, mil gracias a Antonio y a los amigos de MHUEL, a los que siento, tras esta experiencia, como mis amigos. Y, como les dije en la despedida, necesitamos a mucha gente y a muchas asociaciones como ellos en este país aún lleno de ignorancia y pasotismo; un país que, como decía Machado, unas veces ora y embiste, y otras veces ora y bosteza.

Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica

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