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Los expertos en libertad de expresión creen un error prohibir el negacionismo

"A mí –dijo ayer el catedrático de Derecho de la Universidad Complutense Javier Martínez-Torrón– me produce urticaria el negacionismo, pero me produce más urticaria que el derecho tenga que ocuparse de la expresión de la estupidez". Martínez-Torrón, también vocal de la Comisión Asesora de Libertad Religiosa del Ministerio de Justicia, amigo incondicional de la libertad de expresión, lo tiene supremamente claro: que hablen los burros, porque las burradas se caen por su propio peso. "Las leyes –insistió ayer, en el marco de las Jornadas sobre Medios de Comunicación y Pluralidad Religiosa que tuvieron lugar a partir del jueves en la Universitat Autònoma de Barcelona– no están para remediar toda expresión de estupidez o de maldad".
La fundamental, base de cualquier democracia, libertad de expresión. A Martínez-Torrón y a la profesora Laura Díez, doctora en Derecho de la Universitat de Barcelona y adjunta al Síndic de Greuges, les correspondió la ponencia sobre "la ofensa religiosa como límite de la libertad de expresión", y los dos dejaron claro, echando mano de la jurisprudencia que han sentado los tribunales (españoles y europeos), que son –y deben ser– contados los casos en que la libertad religiosa le gana la partida a su hermana mayor. "Las religiones no pueden esperar estar libres de crítica", explicó el catedrático de la Complutense. "Según el Tribunal Constitucional –agregó Díez– la libertad de expresión ampara incluso las expresiones equivocadas y peligrosas, y las que atentan contra la democracia". La única excepción es el discurso del odio: el que incita a la violencia. Entonces la libertad está simplemente mal usada.

INCIVILIZADOS
Ambos se refirieron a las caricaturas de Mahoma que publicó en el 2005 el diario danés Jyllands Posten como el detonante que puso "de moda" este tema –se recuerda la indignación feroz que despertó en los países islámicos–, y trajeron a colación la reciente polémica de los buses ateos como ejemplo de las "reacciones desmesuradas" que convierten la libertad de expresión en un problema. Y, ya en las postrimerías (y al hilo), Martínez-Torrón dijo que los medios españoles dicen demasiado, ofenden sin medida y pagan un precio irrisorio por hacerlo. Cosa que, añadió, no pasa en un país civilizado.

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