El oscurantismo católico se enfrenta, desde hace siglos, a la reivindicación de la libertad y de la modernidad como emancipación de lo religioso.
Las tres propuestas históricas del laicismo –independencia de la razón, del Estado y de la moral con respecto al dogma, la Iglesia y la teología- chocan frontalmente con el modelo clerical de sociedad diseñado por las jerarquías de la organización criminal vaticana.
La “Nueva Evangelización” que éstas proponen, dirigida especialmente a Europa y transmitida al rebaño fiel como un “reto”, ha de ser descifrada en términos de estrategia política, y ya se perfila como un plan de ofensivas que pueden clasificarse en unos pocos objetivos: la criminalización obsesiva del ateísmo y del materialismo, la “recuperación” de la razón para la fe, la resistencia ante la laicidad y la sumisión de la investigación científica a su sistema ideológico. Abrazando a todas ellas, la crítica al relativismo cultural proveerá el magma pseudo-filosófico ratzingueriano en el que basar su discurso, y que exige la subordinación del pensamiento a las verdades exclusivas de su beatífico castillo de naipes.
A ese al que algunos ya se atreven a llamar “Padre de la Iglesia” tampoco le deben haber complacido mucho los últimos informes del general Rouco. Los herejes de Vallecas le han plantado cara, y es de suponer un aumento de la tensión entre el aparato y sus revoltosas bases, a pesar de la “sanación canónica” impuesta. Mal casa con ellas el proyecto medievalista vaticano, al que le siguen saliendo pústulas como la ordenación femenina, el anti-cristianismo de algunos medios, las asignaciones tributarias a los holdings de la competencia, la educación para la ciudadanía o los “ataques” a la familia.
El “Sano laicismo” al que aludía el arzobispo de Sevilla hace unos días, el “laicismo positivo” siervo y genuflexo de Su Santa Madre, no es más que una trampa dialéctica. ¿Cómo, cuando la propia existencia se somete a un dios y a sus representantes, se puede rechazar la implicación de la fe en el terreno político? ¿Cómo, siendo Ratzinger un custodio de la tradición más retrógrada del catolicismo, va a renunciar al Vehementer Nos de Pío X, encíclica en la que se definía la separación entre Iglesia y Estado como “una tesis absolutamente falsa y perniciosa”? El laicismo no tiene epítetos, no hay un laicismo “insano” y otro “sano”. Lo que el clero reivindica es su pasión por el poder y por el control de cuerpos y mentes. Para ello, precisa de gobiernos complacientes, que promuevan el “derecho” a la libertad religiosa –el derecho a ser esclavo, podría decirse-, y que faciliten la tarea de la recaudación. Y precisa, sobre todo, de un rebaño de fieles fácilmente manipulables, adheridos a la teoría metaética del “mandato divino”.
El objetivo de esta “Nueva Evangelización” no se diferencia mucho del de otras cruzadas anteriores. Apunta a esa “Nueva Edad Media” de la que ya empiezan a dibujarse los perfiles. Su sombra ya nos acecha. Y los dinosaurios han sido vistos firmando pactos y alianzas…